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Mientras el FMI mira a otro lado para proteger al poderoso, Estados Unidos puede llevar al mundo a una gran crisis económica en 2005

Los sabios van a equivocarse de nuevo

Fuentes: Rebelión

Se acaban de reunir los gobernadores de los principales bancos centrales del mundo y anuncian que la economía mundial evolucionará cómodamente el próximo año. El Fondo Monetario Internacional también vaticina un horizonte tranquilo y afirma que «a parte de un atentado terrorista mayor o un problema geopolítico devastador, es difícil imaginar por dónde podrían llegar […]

Se acaban de reunir los gobernadores de los principales bancos centrales del mundo y anuncian que la economía mundial evolucionará cómodamente el próximo año. El Fondo Monetario Internacional también vaticina un horizonte tranquilo y afirma que «a parte de un atentado terrorista mayor o un problema geopolítico devastador, es difícil imaginar por dónde podrían llegar las amenazas al sistema a corto plazo».

Son análisis de los economistas que se presumen más sabios y mejor informados del mundo. De hecho, sus opiniones se convierten en directrices de casi obligado cumplimiento para todos los gobiernos del planeta.

Pero no llevan razón. Se van equivocar como se han equivocado en tantas otras ocasiones.

Hay amenazas para la economía mundial. Amenazas muy concretas y que van a provocar que 2005 sea un año mucho más que difícil. Vienen de Estados Unidos, que una vez más descarga a su alrededor los costes que generan sus políticas imperiales.

George W. Bush ha conseguido evitar lo que le ocurrió a su padre: que la Reserva Federal le subiera los tipos de interés al final de su mandato, ocasionando una ralentización del crecimiento y un gran deterioro económico que, como a papá, le hicieran perder las elecciones. Para ello debe haber presionado hasta la extenuación al «independiente» Alan Greenspan. Es bien significativo el dato que revelaba hace unos meses la revista francesa Alternatives Economiques. Mientras que el todopoderoso presidente de la Reserva Federal acudió una media de sólo tres veces al año a despachar con el ex presidente Clinton en los cuatro años de su segundo mandato, con Bush lo ha hecho en cuarenta y cuatro ocasiones de media anual.

Gracias a ello, Bush ha podido gobernar este periodo pensando solamente en su reelección. Bajó los impuestos a sus votantes más ricos y multiplicó el gasto militar, generando así un déficit presupuestario que este año superará los 500.000 millones de dólares y que se une a un déficit exterior de casi la misma envergadura.

Esos déficits están siendo financiados en parte por los bancos centrales de China, Japón y otros países asiáticos.

Todos ellos están exportando masivamente a Estados Unidos e invierten sus ingresos comerciales exteriores en Bonos del Tesoro norteamericano para evitar que sus monedas se aprecien excesivamente, lo que los haría menos competitivos.

La cuestión estriba en saber hasta cuándo podrán seguir haciéndolo, sobre todo, si se confirma que China puede pasar de un crecimiento anual del PIB en torno al 10% a uno del 6 o 7%.

Por eso, y por la presión que esos déficits implican para la propia economía de Estados Unidos, están siendo ya materialmente insostenibles. Requieren una entrada de capital mucho mayor de la que se está produciendo y eso debería haber obligado ya a subir considerablemente los tipos de interés. Sólo la presión de Bush para que eso no ocurriera antes de las elecciones, poniendo en peligro su reelección, ha evitado que hayan subido ya en mayor medida. Pero comenzarán a subir considerablemente una vez que se celebren las elecciones en noviembre. Es la única forma de que Estados Unidos se garantice las entradas de capital que necesita.

La duda es en qué medida subirán y cómo de grande será el efecto recesivo que a continuación se producirá inevitablemente. Mi opinión es que hay dos escenarios posibles, el que podríamos llamar el gradual y el «imperial».

El escenario gradual consistiría en una subida, en cualquier caso inevitable, más bien suave, aunque continuada y sin llegar a niveles excesivos.

Una subida de esa naturaleza se traduciría en la caída de la actividad en Estados Unidos, en pérdida de empleos y en una nueva recesión que, más o menos rápidamente, afectaría de igual manera a los demás países, y principalmente a la Unión Europea.

Pero si predomina una consideración moderada de la situación la subida quizá pudiera graduarse lo suficiente para evitar una recesión grave y que sería especialmente fuerte fuera de Estados Unidos.

De todos modos, no es fácil que la gestión inminente de los déficits sea así de moderada porque la deuda que se acumula en Estados Unidos es inmensa, casi una media de más de 400.000 dólares de media por cada familia tipo de cuatro miembros si se computa globalmente.

Con un endeudamiento tan extendido y abundante, lo que cabe esperar a poco que suban los tipos es que se multipliquen los impagos y las quiebras. Sobre todo, en sectores como el inmobiliario que precisamente han sido los que han impulsado en mayor medida la expansión del gasto.

El otro escenario sería el que llamo «imperial», es decir, el que se deriva de considerar que, también en el campo económico, los intereses de Estados Unidos son prioritarios y que no hay razón para que las medidas de saneamiento que allí sean necesarias se hagan depender de lo que pueda ocurrir en otros sitios. Si predomina esta idea, la subida de los tipos sería mucho más brusca, sin contemplaciones hacia el resto de las economías, más elevada y rápida. La recesión que llevaría consigo sería mucho más grande y extendida pues se podría llevar por delante, una vez más, a las economías con elevada deuda externa como, por ejemplo, Brasil.

Pero, desde la visión imperial que ahora impera en el equipo dirigente de Bush, la posibilidad de desencadenar una recesión de gran envergadura en el resto del mundo quizá no fuese un obstáculo. Incluso igual se contemplaba como todo lo contrario. Puesto que compite constantemente con el entorno, a Estados Unidos hasta le podría venir bien que este se debilitara. De esa forma podría volver a disponer de la ventaja comercial que ahora mismo ha perdido, aliviándose así considerablemente su déficit exterior.

La posibilidad de que sea este último escenario el que finalmente se dé depende, en primer lugar, de que Bush sea reelegido porque, aunque Kerry no quebraría los grandes vectores estratégicos en los que se sostiene el poder de Estados Unidos, sí cabe pensar que adoptara, como en su día hizo Clinton, opciones globalmente más moderadas. En segundo lugar, dependería también de que en el segundo mandado de Bush predominen las posiciones radicales que ha mantenido en su primera etapa.

Mi opinión en este sentido es pesimista porque su política, como cuando uno va en bicicleta, no permite pararse ni dar macha atrás. A estas alturas, Bush no puede frenar el gasto militar ni dar la vuelta a su reaccionaria política de ingresos fiscales. Si gana mantendrá el déficit y, por lo tanto, necesariamente tendrá que lograr que los flujos de capital se dirijan en mayor medida a Estados Unidos.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que los mercados financieros completamente liberalizados se mueven como los coletazos de un látigo, multiplicando en una punta los movimientos del otro lado. Desplazándose sin control, los capitales especulativos pueden amplificar instantáneamente los efectos de lo que acabo de señalar o transmitirlos a cualquier otro lugar del globo en cuestión de horas. Si prevaleciera una posición radical del segundo tipo, y sin ánimo de exagerar, podríamos estar a las puertas de la primera gran crisis de la globalización.

Por lo tanto, la perspectiva de que el próximo año se comience a desencadenar una nueva recesión provocada por la subida de tipos en Estados Unidos se abre ante nosotros con mucha probabilidad.

Es una amenaza tremendamente real. Está ahí. Las grandes empresas la huelen y es fácil advertir en sus comportamientos que se preparan para una situación que intuyen que puede ser mucho peor que crítica.

El Fondo Monetario, sin embargo, dice que no ve en todo ello amenaza alguna.

Una vez más volverá a equivocarse, tal y como le ocurrió en crisis anteriores. Y las razones de su nuevo error volverán a estar claras en la medida en que son el fruto de su directa complicidad con los intereses de Estados Unidos.

Es verdad que, oculto tras el velo ideológico con el que cubre las políticas tan desastrosas que aplica, no puede o no quiere ver la realidad. Pero no es sólo eso.

Niega la gravísima amenaza que suponen los déficits de Estados Unidos para proteger los intereses de Bush.

Por mucho menos, y aunque los efectos sobre el resto del mundo fueran mucho menores, cualquier otro país habría recibido ya las amenazas y las condenas furibundas del Fondo. Cuando el que actúa así es Estados Unidos se mira a otro lado y se le protege. Cuando la gran potencia está poniendo claramente en riesgo a toda la economía mundial los responsables del Fondo callan y miran a otro lado. A los poderosos se les deja hacer cualquier cosa si les favorece y a los débiles (que lo son precisamente por causa de discriminaciones de este tipo) se les conmina a arrodillarse y a aplicar las políticas que mejor convienen a los que mandan. A eso lo llaman aplicar soluciones «técnicas» y no políticas.

Esa es la razón de que el Fondo Monetario diga que no ve amenaza, salvo que provengan (¡qué casualidad!) de la subida de los precios del petróleo o de atentados terroristas. Una vez más, y con verdadero cinismo, se vuelven a confundir las causas de los fenómenos con sus, a veces, terroríficas consecuencias.

De todos modos, el problema de fondo no es que los que actúan como si fueran los economistas más sabios vuelvan a equivocarse de nuevo. Lo malo es lo que ocultan, lo que se está por venir, la envergadura de la crisis a la que podría dar lugar una gestión de la situación económica de Estados Unidos que solamente pensara en satisfacer a corto plazo sus intereses imperiales.

Las políticas neoliberales aplicadas últimamente han debilitado mucho a las economías. El empleo es precario, los mercados están en el aire, las finanzas son más volátiles que nunca y la incertidumbre es cada vez mayor. Todo es cada vez más inseguro y frágil. Los buenos negocios de los últimos años se han traducido en grandes beneficios pero no han fortalecido al sistema productivo. Eso hace que casi todas las economías nacionales y la economía internacional en su conjunto tengan ahora muchas menos defensas frente a la recesión que hace unos años. Por eso los ciclos son más cortos, las crisis más redundantes y los vaivenes de las economías más acusados.

Si Estados Unidos decidiera dar el zarpazo sobre los demás para sacar adelante su economía, como yo creo que posiblemente hiciera Bush e incluso quizá hasta el propio Kerry si las cosas se le pusieran realmente feas, estaríamos a las puertas de una situación global altamente crítica. Primero irían cayendo los demás pero luego le tocaría también a los propios Estados Unidos porque, a la postre, su sistema productivo necesita también de la expansión de su entorno. Sería víctima de la paradoja que tantas se ha dado en las economías: se tira el agua del baño y con ella se cuela el niño. Y eso es, hoy por hoy, lo que en mi opinión tiene más probabilidades de suceder a partir de los próximos meses.

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