El primero de mayo del presente año Benedicto XVI nombró Beato a Juan Pablo II lo cual, como era previsible, emocionó a millones de católicos ya que la citada autoridad eclesial era muy querida por su ferviente amor a María y su incansable peregrinar alrededor del mundo. Ahora bien teniendo en cuenta que la beatificación […]
El primero de mayo del presente año Benedicto XVI nombró Beato a Juan Pablo II lo cual, como era previsible, emocionó a millones de católicos ya que la citada autoridad eclesial era muy querida por su ferviente amor a María y su incansable peregrinar alrededor del mundo.
Ahora bien teniendo en cuenta que la beatificación es una declaración hecha por el Papa de que una persona tuvo una vida de santidad y/o tuvo muerte de mártir y está ahora en el cielo, numerosos movimientos cristianos critican la llamativa celeridad con que se beatificó a Juan Pablo II si se la compara con los mas de 30 años que se sigue aguardando, y dilatando, la anhelada beatificación de Monseñor Oscar Romero quién el 24 de marzo de 1980 murió como mártir al borde del altar mientras oficiaba una misa en San Salvador.
En este sentido diferentes comunidades cristianas ven con cierto recelo el accionar de la jerarquía católica ya que consideran que la misma tiene una sugerente tardanza para «elogiar», y como contrapartida una sorpresiva premura para sancionar, a quienes adhieren a la Teología de la Liberación y por ende comprenden que el Mensaje de Cristo encierra tanto el anuncio del Reino como la construcción temporal de estructuras sociales fraternales en las que el ecosistema y los seres humanos no sean oprimidos.
Dentro de este escenario eclesial el colectivo Redes Cristianas recientemente planteó que en las últimas décadas conscientemente se abandono el espíritu y parte de la letra del Vaticano II sobre la democratización interna de la Iglesia ya que, entre otras cuestiones, existió una dolorosa invisibilización y hasta descalificación de las comunidades cristianas de base y de los mártires y testigos de la iglesia de los pobres; no se reviso el papel de la mujer en la religión; y se sustituyó la imagen de un Dios cercano, inmanente en la historia y especialmente en la vida de los pobres por la vieja imagen del Dios lejano, transcendente y vinculado siempre al poder.
Por su parte el padre Eduardo De la Serna afirmó que la Iglesia parece estar llena de miedos y desorientación frente al mundo contemporáneo y -precisamente por eso- busca casi con desesperación que nada cambie y -obviamente- refuerza las alianzas más conservadoras buscando por todos los medios posibles evitar todo cambio que asusta.
Podría agregarse que, transitando por este sendero de miedos y desorientación, la Iglesia cada día se esta alejando más de quienes -como sostuvo Jon Sobrino- creen que Jesús con los pequeños actuó con compasión y con los poderosos entró en conflicto; por defender a pobres y víctimas lo arriesgó todo, su tranquilidad, su buen nombre, su vida; y estorbó a los poderosos y por eso lo mataron.
De lo todo lo expuesto se concluye que sería deseable que la jerarquía católica juzgue con mayor «ecuanimidad» a los cristianos que desarrollan una comprometida militancia en los signos de nuestro tiempo, realizan una opción preferencial por los pobres y, al mismo tiempo que claman al cielo por paz, trabajan en la tierra por la inclusión social de quienes nada tienen. En caso contrario se estará dando la espalda a las proféticas palabras de Juan XXIII quien, en el año 1962, sostuvo que frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal como es y quiere ser: como la Iglesia de todos, particularmente, la Iglesia de los Pobres .
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