El siguiente artículo, escrito en 2037 por el filósofo y también periodista danés 2096, relata la triste historia de los más de 3.000 tamagochis que Japón envió a Ruanda en 2035 con fatídicas consecuencias.
En diciembre de 2035 el Gobierno japonés donó 3.500 tamagochis a Ruanda, que se repartieron entre los niños de diversas aldeas del país africano. Hoy, más de un año después de aquella iniciativa humanitaria, poco sabemos del paradero y estado en el que se encuentran esos tamagochis.
Han sido multitud las críticas que ha recibido el Gobierno de Takeshi Kashiwado, ya que muchos de aquellos tamagochis o no dan señales de vida o se encuentran en un estado anímico lamentable.
La pregunta más acuciante que podemos hacernos ante este hecho es si el Gobierno japonés obró de manera adecuada confiando el cuidado de 3.500 tamagochis a niños que en su mayor parte están desvalidos y que no pueden garantizar en la mayoría de los casos los cuidados y manutención necesarios para un tamagochi.
La alarma social que el caso está despertando en Japón no tiene precedentes. Son numerosos los grupos e instituciones que han solicitado por parte del Gobierno nipón una respuesta rápida y eficaz. En palabras del representante del partido en la oposición japonés, Hayao Mitsushita, «El ochenta por ciento de los tamagochis regalados a niños ruandeses presentan desnutrición y, lo más alarmante, el restante veinte por ciento ha fallecido». En la Unión Europea el caso de los tamagochis ruandeses está siendo tratado por una comisión especial y una de las propuestas más destacadas ha sido la de enviar un comité de ayuda a Ruanda para ofrecer ‘in situ’ los primeros cuidados a los tamagochis que siguen con vida.
En Japón no se descarta el envío de tropas humanitarias durante la próxima semana para rescatar los tamagochis y devolverlos a su país natal, donde son numerosas las familias que se han interesado en adoptarlos y procurarles la atención debida.
Mientras tanto sigue dando la vuelta al mundo la fotografía del reportero de la CBS en la que se aprecia un tamagochi en un estado lamentable, con la carcasa sucia e incluso abollada, y peor aún, el vidrio de la pantalla agrietado, en la mano del cadáver de un niño ruandés lleno de moscas.
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