El fraude electoral de 1988 y el fraude electoral de 2006 están separados por varios sexenios de gobiernos priístas. Estos dos fraudes son resultado de una imposición y se valieron de una importante propaganda en medios para consumarse. El primero de ellos se verifica tras la consumación de la caída del sistema y se consolida […]
El fraude electoral de 1988 y el fraude electoral de 2006 están separados por varios sexenios de gobiernos priístas. Estos dos fraudes son resultado de una imposición y se valieron de una importante propaganda en medios para consumarse. El primero de ellos se verifica tras la consumación de la caída del sistema y se consolida con la firma del TLCAN; el segundo de ellos instituye un gobierno de ultraderecha en México cuya misión más alta será adaptar a los dictados de Washington nuestras políticas públicas; en primer lugar, la apertura de nuestros energéticos a la inversión privada y, en segundo, la adhesión de México al perímetro de seguridad marcado por la frontera norte a partir de la firma de los acuerdos ASPAN en Waco, Texas.
Durante cada sexenio de dictadura priísta se apeló a mecanismos no menos dañinos para la imposición, cuyas consecuencias, sin embargo, las considero distintas en grado. Una diferencia fundamental entre aquellos fraudes y el último, radica principalmente en la formación ideológica de los hombres impuestos. En el caso de gobiernos neoliberales, estamos hablando de tecnócratas. Un tecnócrata, a menos que deje de serlo, está irreductiblemente condenado a ser un mal gobernante, un depredador de los recursos de la nación por él gobernada. Por supuesto, no es prerrequisito ser tecnócrata para ser un mal gobernante, pero es casi seguro que un tecnócrata, como se verá más adeante, será un mal gobernante.
¿Qué hace que un tecnócrata sea por definición un mal gobernante? Si nos atenemos a los términos, pronto nos damos cuenta que en la definición misma de su quehacer se nos revelan además sus posibilidades y sus límites. Un tecnócrata es alguien que cree que es posible hacer buen gobierno sirviéndose de la ciencia y la tecnología, de la aplicación de los modelos de la ciencia y de sus descubrimientos a problemas sociales de naturaleza práctica y quienes juzgan la bonhomía de tales soluciones con arreglo a la optimalidad de los métodos y de los modelos así aplicados. Los tecnócratas son educados en las ilimitadas bondades del liberalismo; ellos creen en «la mano invisible del mercado» que todo lo regula, y en la aplicación de la tecnociencia para usos humanos sin ese necesario ajuste que exigiría la adecuación de la teoría a la práctica.
Estos tecnócratas, por ejemplo, son de la idea de que si los indicadores macroeconómicos son buenos, entonces, la cosa va bien. Dejan de lado otro tipo de indicadores (el Índice de Desarrollo Humano, verbigracia) o, simplemente, el contraste con la realidad. Toman previsiones utilizando modelos econométricos como si la realidad -magia- se adecuara a las teorías y no las teorías a la realidad. Y pueden, como de hecho sucede, contar con los mejores economistas y diseñar los modelos más perfectos para describir la realidad, lo cual no servirá de nada si, como también sucede, la realidad no fuera afectada o modificadade facto por dichos modelos cuando se simplifica. Nada más pensar en todas las «capas de la realidad» que un modelo atraviesa antes de su aplicación y viceversa.
Un modelo econométrico o contable, por ejemplo, podría decirnos si hace falta dinero a causa de un desfalco, pero no podría decirnos quiénes son los autores de ese desfalco ni sus motivaciones. Tampoco puede educar a la gente para que no robe ni abuse de su poder y de sus privilegios de funcionario. Si bien en ese sentido ese modelo constituye un avance en sí mismo, ese modelo es al mismo tiempo relativo al marco de aplicación en el que fue creado y, por ende, limitado.
La ciencia aplicada a los problemas sociales es de gran ayuda en el camino a la resolución de tales problemas, pero está lejos de ser la solución a los mismos ya que existen amplios segmentos de realidad y distintos fenómenos a los que ningún modelo puede abstraer. Existen causas que escapan a toda compensión científica y que eluden su modelado. Una de ellas es la avaricia, otra es la voluntad de poder y, generalmente, ambos fenómenos son el motor que impulsa a los hombres a competir entre sí y a la lucha por un lugar en la escala social. Los tecnócratas aplican una concepción tecnocientífica de la política a los problemas humanos, pero los tecnócratas son tan humanos como cualquier persona y no los mueve algo fundamentalmente distinto que lo que nos mueve al resto de los humanos a nuestras relaciones políticas.
Este argumento sería falaz, por cierto, si pretendiera con él invalidar la objetividad científica de un químico o de un físico por el simple hecho de ser ellos mismos humanos, pero no lo es porque, en primer lugar, claramente no invalida tal objetividad ni es lo que deseo establecer y, en segundo, solo quiero destacar que la especificidad de los fenómenos sociológicos impide que la relación que tiene un tecnócrata con la política pueda identificarse con la relación que sostiene un químico con sus cristales, por ejemplo.
Por la ideología en la que son educados, los tecnócratas raramente antepondrán las necesidades de la población a las necesidades de la ciencia y del avance tecnológico, y es necesario reconocer que si priorizan el avance tecnológico de esta manera se debe a que este último constituye el núcleo estamental de la economía mundo capitalista. Esta economía está supeditada tanto a la explotación de recursos en una empresa de eminente carácter colonialista como a los descubrimientos científicos y a las tecnologías de punta que abren ciclos de renovación económica para el capital. Los tecnócratas están condenados a ser malos gobernantes porque el programa de gobierno que sostienen es un programa en sí mismo nocivo para las poblaciones.
No digo que sea un prerrequisito ser un tecnócrata para ser un mal gobernante, ha habido pésimos gobernantes sin ser tecnócratas. Lo que digo es que un tecnócrata ha sido educado para ser un mal gobernante. No puede ser de otra forma con alguien a quien se le ha adoctrinado en las ilimitadas bondades del libre mercado y la aplicación de la tecnociencia para usos humanos sin mediatizar las consecuencias. Por otra parte, creo que hay, por lo menos, dos tipos de tecnócratas. Los que de veras creen en sus teorías y que, sin embargo, por ser personas de principios, educadas a pesar de todo en una cierta tradición, entonces, de constatar las iniquidades que infligen a las personas, sencillamente ellos mismos renunciarían a su ideario. Sería inclusive posible hablar de tecnócratas remisos, como en el caso de Manuel Bartlett. En cambio, me cuesta trabajo concebir un escenario en donde sea posible pensar que un tecnócrata gobierne bien, sin dañar a la población, o sin beneficar a un grupo selecto de hombres aun si para ello debiesen ser oprimidos otros. Los tecnócatas mismos son parte de la oligarquía a la que ellos favorecen.
Existen, por lo menos, dos tipos de tecnócratas.
Primer tipo. El tecnócrata que buenamente asistió a Harvard o college del estilo, que con ahínco se refinó todas las teorías que le prescribían, que incluso aplicaba la crítica durante sus lecturas, pero que, divorciado como está de la realidad de los más pobres, pocos datos objetivos posee a fin de constatar que tales teorías por muy deductivamente presentadas que estén no sirven. Soy de la idea de que estos tecnócratas, de constatar lo nocivo de la aplicación de dichos planteamientos, ellos mismos abandonarían tales ideas y dejarían de ser tecnócratas porque se trata, además, de tecnócratas con principios. Este tipo de tecnócratas es subconjunto de un tipo más general de humanos y probablemente se trate de un subconjunto escaso.
Segundo tipo. El tecnócrata al que habiéndosele inculcado o no inculcado buenos principios -podríamos especular sobre el asunto pero no me parece útil por ahora-, tuvo por alguna razón la oportunidad de comprobar que las tesis neoliberales no sólo no funcionan sino que agudizan las privaciones a las que muchos humanos ya desde antes del neoliberalismo eran sometidos o, en el otro caso, comprobar que tales tesis aumentan las filas de los pobres y las privaciones. Estos tecnócratas, sin embargo, terminan convirtiéndose en personeros del modelo pues se trata, seguramente, de tecnócratas que ocupan altos cargos en los puestos de gobierno y son, en consecuencia, target de grandes beneficios al aplicar puntualmente las recetas neoliberales, es decir, las consabidas reformas estructurales y disciplinas fiscales con las que los organismos multinacionales presionan a distintas naciones del mundo en sus relaciones económicas. Estos tecnócratas son, simplemente, humanos corrompidos por la riqueza o la ambición. Este tipo de tecnócratas es subconjunto de un tipo más general de humanos y probablmente se trate de un subconjunto más denso.
El Neoliberalismo no nació solo, requirió de humanos para su aplicación. Los problemas que padecemos son, esencialmente, problemas de naturaleza moral, de lo que como humanos somos potencialmente capaces de hacer y ser: concediendo inclusive que nuestra moral sea resultado de nuestras fuerzas productivas -como quería Marx- y que en esa superestructura, como cultura, se exprese también nuestra mala conciencia.
De esta última aseveración me nace pesimista una certeza y me nace -optimista- una confianza.
La certeza.
Sabiendo que no es posible ni deseable unificar el criterio moral de todos los humanos y que cada humano en uso de su libertad y determinado en gran medida por sus circunstancias sin que esto último tenga que ser una fatalidad, resulta utópico pensar, a más de autoritario, que por consenso resolveremos nuestros problemas morales y, de refilón, el problema de cuáles sistemas económicos sí aplicar y cuáles no. Si nos cargamos hacia el socialismo o hacia el capitalismo, por caso.
La confianza.
El humano es inteligente, adaptable y capaz de aprender por sí mismo. En algún momento del devenir humano, y como lección, el humano mismo buscará la elaboración e implementación de alternativas de vida menos inicuas. De hecho, si volteamos a nuestro alrededor, podemos ver que el humano ha comenzado ya a buscar dichas alternativas. El humano no será tan tonto como para lanzarse él solo al barranco. El humano tendrá que advertir lo urgente de rectificar el modelo y, más precisamente, de desecharlo. Lastimeramente, este aprendizaje (la estupidez inherente a la especie) ha llevado por coste el sufrimiento de muchísima gente.
Y sí, soy de las que desean que un día la ciencia resuelva buena parte de nuestros problemas. Soy de las que un día quiere refutar a Freud y sus previsiones más pesimistas.
Nota
[1] Una parte importante de este artículo lo redacté el 4 de abril de 2011 como parte de un comentario a un post en mi blog, La ciudad de Eleutheria. El post se intitulaCuando la poesía deja de existir. El resto del artículo lo escribí ex profeso para presentarlo bajo el título Los tecnócratas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.