En este artículo la autora defiende la necesidad de aunar esfuerzos, entre los trabajadores y los indígenas, en la lucha contra el capital.
La lucha de los pueblos indígenas nunca tuvo tregua, al menos desde que los portugueses iniciaron la invasión de las tierras de Pindorama. Primero fue la toma del litoral, después las compañías se fueron dispersando por el interior. Por fin, la Amazonia. Allí donde se encontraban con un asentamiento tradicional, los invasores procedían a la “limpieza”, lo que significaba, obviamente, el exterminio. Hasta el inicio del siglo XX fue así y fue el mariscal Rondon quien procuró cambiar eso, “morir, tal vez; matar, nunca”. Claro que él todavía compartía la idea de que era necesario integrar a los indígenas en la sociedad nacional, pero ya era un cambio abismal en lo que se refiere al trato con las etnias. Fue él quien creó el Servicio de Protección al Indios (SPI), hoy Funai. La idea que subyacía al servicio era proteger a los indígenas.
Pues bien, ese concepto de protección fue totalmente alterado bajo el gobierno Bolsonaro. La Funai, que debería cuidar y asistir a los pueblos originarios, pasó a hacer la vista gorda ante los ladrones de madera, la minería ilegal y los fazendeiros (hacendados) invasores de tierras indígenas. Violencias de todo tipo, violaciones de mujeres y asesinatos de indígenas aumentaron espectacularmente, sin una intervención contundente del Estado. Por eso muchos trabajadores de la Fundación, que insistían en hacer el trabajo para el que había sido creada la Funai, pasaron a sufrir persecución y vivir bajo amenazas. Bruno Pereira, asesinado junto con el periodista Dom Phillips, era operario de la Funai y fue despedido de su puesto porque denunciaba a los criminales que sistemáticamente invadían tierras indígenas.
Bruno y Dom eran dos hombres blancos que amaban la selva y a los pueblos de la selva. La vida de ellos, en actos y palabras, fue testigo de eso. Igual que ellos, son muchos –hombres y mujeres– quienes murieron en esa región, víctimas de la acción de asesinos a sueldo de fazendeiros o de mineros. Son los desgraciados de la tierra que se transforman en verdugos de quienes defienden la vida en la selva. Gente que recibe unos 30 dineros para “limpiar” las tierras que se llenaran de soja, ganado o se convierta en un agujero con la minería. Las tierras indígenas son ricas y albergan una biodiversidad preciosa. Con una mirada rápida en el Google Earth es fácil comprobar que dónde hay indígenas viviendo, hay preservación de la selva. Eso se debe a que los pueblos indígenas no separan sus cuerpos vivos de la naturaleza que los guarda. Son una misma cosa. Simbiosis, equilibrio. Y son pocos los que, no siendo indígenas, consiguen comprender esa relación.
Dom, como periodista, acostumbrado a narrar el mundo, comprendió y se hizo amigo de los pueblos de la selva, buscando mostrar la realidad de aquel mundo. Bruno, como trabajador del Estado también comprendió. Más aún, él fue capaz de introducirse en su cultura y era capaz de hablar hasta cuatro lenguas originarias diferentes. Él era compañero en la protección y en el cuidado. Era un amigo y era visto como tal. No es cosa fácil eso. Los pueblos indígenas son muy desconfiados y los hay que no aceptan ningún tipo de contacto con gente blanca. Tienen una memoria de más de 500 años que es difícil de borrar. El invasor era blanco y aún son blancos los que siguen siendo los ordenantes de los crímenes, de los sistemáticos crímenes que son cometidos contra los indígenas. Aunque los asesinos sean caboclos (mestizos de indígenas y blanco), la mano que manda es blanca. Y ellos lo saben.
El hecho es que la mano que manda matar es la mano del capital. El asesino de Bruno y de Dom es el capital. El asesino de Chico Mendes, la hermana Doroty y de otros tantos luchadores sociales que decidieron aliarse a la lucha indígena, es el capital. Ese sistema que, por su naturaleza, es voraz y destructor y que no se priva de eliminar quien sea que se ponga en su camino de acumulación.
En ese país donde el 13% del territorio está bajo el control de los pueblos originarios, se hace más que necesaria una alianza entre los trabajadores y los pueblos indígenas. Esa es una lucha que se inserta en la lucha de clases, la batalla de los desposeídos contra el capital. En esa guerra, trabajadores urbanos, del campo, ribeirinhos (de las riberas del Amazonas), quilombolas (poblados negros) o poblaciones tradicionales están todos en el mismo lado. La victoria de uno de esos segmentos es la victoria de todos sobre el capital. Y, juntos, conforman mayoría. Bruno y Dom entendieron eso y estaban contribuyendo con su lucha. Pero, la lucha tiene que ser una acción colectiva y de masas. Porque en la soledad, los riesgos son siempre mayores, como se vio. No es fácil hacer vengar esa unidad. Aún entre los trabajadores muchas veces es difícil comprender las necesidades particulares de los pueblos indígenas. Aún hay que estrechar lazos en esa difícil relación.
Me acuerdo de un grupo de estudios creado en el IELA/UFSC, con estudiantes indígenas, en el cual una de las chicas defendió no estudiar la obra de Darcy Ribeiro, debido a que él era blanco y no tenía derecho a opinar al respecto (“lugar de fala”, es un término usado por la filósofa Djamila Ribeiro). No obstante, Darcy fue un hombre blanco que vivió su vida entera estudiando y defendiendo a los pueblos originarios en un tiempo en que casi no había entidades indígenas organizadas. Él tiene un lugar en la historia. No es su color lo que define su acción. Es el lado que él ocupó en la lucha contra el capital, que es el enemigo común. Y así como él, Bruno, Dom y tantos otros compañeros y compañeras que no escatimaron fuerzas en denunciar a quienes pretenden exterminar a los pueblos indígenas y que se pusieron en las filas de lucha junto con los indígenas en las marchas, actos y manifestaciones por todo Brasil.
Hay un largo camino de construcción de unidad entre trabajadores e indígenas y hay mucha incomprensión y desconfianza en ambos lados. Pero, ejemplos como el de Bruno y Dom muestran que es posible una relación de confianza y de amistad en la lucha contra el capital, que se concreta en los fazendeiros, mineros, ladrones de madera, gobernantes corruptos, empresarios y transnacionales. Cuando se entienda eso, la lucha colectiva derrumbará al capital.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora y el traductor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.