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Cronopiando

Los tres riesgos que afronta Carromero

Fuentes: Rebelión

«Llamo a la comunidad internacional a que se centre en mi caso…» reclamaba días atrás Angel Carromero, vicepresidente de las Nuevas Generaciones del Partido Popular español. ¿Y cuál era el caso en cuya solución debería centrar su atención la comunidad internacional y remitir para mejor ocasión los asuntos de los que acostumbra a ocuparse? ¿Otra […]

«Llamo a la comunidad internacional a que se centre en mi caso…» reclamaba días atrás Angel Carromero, vicepresidente de las Nuevas Generaciones del Partido Popular español.

¿Y cuál era el caso en cuya solución debería centrar su atención la comunidad internacional y remitir para mejor ocasión los asuntos de los que acostumbra a ocuparse? ¿Otra guerra? ¿Una nueva catástrofe? ¿Tal vez la agudización de la crisis que asola al mundo?

No, no se trataba de un trágico incendio, de una devastadora inundación, de un mortífero atentado… El caso por el que apelaba el político español a la comunidad internacional para que pospusiera sus habituales oficios y se centrara en resolver su problema era un accidente de tráfico. Uno más entre los miles de accidentes de tráfico que todos los días suceden en el mundo pero que, en este caso, tenía al propio Carromero como protagonista.

El dirigente del Partido Popular había llegado a Cuba como turista en compañía del dirigente cristiano-demócrata sueco Aron Modig para, según sus propias declaraciones: entregar dinero a los opositores cubanos; organizar, junto a la hija de Oswaldo Payá, la rama juvenil del Movimiento Cristiano de Liberación y «apoyar a Payá y a Harold Cepero en los viajes que tuvieran que hacer por el interior de Cuba».

Tal parece que la oposición cubana, además del dinero y del respaldo político que les llega de fuera, sea porque no saben conducir o porque hasta en Cuba ya conocen las hazañas de Fernando Alonso y de otros pilotos españoles, precisan con urgencia choferes españoles que les lleven y traigan por Cuba, y ninguno más indicado ni asequible que el político popular.

Carromero era, precisamente, el que conducía el automóvil alquilado en el que trasladaba al sueco y a los cubanos Payá y Cepero de La Habana a la provincia de Granma, a 800 kilómetros de distancia, y como buen alumno de su mentor y dirigente José María Aznar, aquel presidente español que afirmara: «A mi no me gusta que nadie me diga a qué velocidad debo conducir», cuando Carromero se encontró en la carretera con señales de tráfico que limitaban la velocidad a 60 kilómetros a la hora, hizo caso omiso de las advertencias y puso a 120 su coche. Verdad es que, ya que no estaba dispuesto a atender las leyes cubanas de tráfico, bien pudo apelar a la sensatez que exige la conducción de un vehículo cuando es la primera vez que lo manejas por una carretera que desconoces, pero a Carromero, como a Aznar, no hay nadie con derecho a decirle a qué velocidad debe conducir y menos el «régimen cubano». Ni siquiera el hecho de que la carretera estuviera en obras le animó a meter el freno, y las consecuencias de tanto desenfreno fueron un accidente en el que los dos cubanos que viajaban en el asiento trasero resultaron muertos.

El ministro del Interior español, que a diferencia de la comunidad internacional sí tiene tiempo en su ociosa agenda para ocuparse de estos asuntos, corrió a salir en defensa de su «compañero y compatriota» llegando, incluso, a sugerir un posible atentado y a reclamar la «ayuda de países amigos», para ver como «rescatan» a Carromero de tener que enfrentar esa sorprendente costumbre cubana que, al parecer, sólo existe en la isla caribeña, de traducir a la justicia a los infractores de las leyes de tránsito y, especialmente, cuando hay víctimas por el medio.

Carromero, que no tuvo una sola palabra para lamentar el accidente, para consolar, o intentarlo, a las víctimas que su imprudencia provocara, tampoco se limitó a demandar de la comunidad internacional que se centrara en su caso. También exigió que «me saquen de aquí». O lo que es lo mismo, de Cuba, de responder por sus actos ante la justicia cubana, como ocurriría con cualquier persona y en cualquier país, incluso en el Estado español.

Cuando era niño y Carromero se metía en problemas llamaba a su papá. Y su papá acudía al rescate. Ahora que ya ha crecido y es, además, político de fuste, llama a la comunidad internacional.

Tres posibilidades rondan el futuro de Carromero. La primera, la más benigna, es que la justicia cubana lo someta por homicidio involuntario y le caigan algunos años de cárcel, tal vez ocho.

La segunda, más grave, es que lo acusen por espionaje, por colaboración con banda armada, por ser parte del entorno de la gusanera cubana y lo dispersen por la isla o le creen nuevas imputaciones y le apliquen la ley Parot, porque una posible condena en este caso, tal vez le supongan veinte años de cárcel.

Pero hay una tercera posibilidad que es, sin duda, la más grave, la que peores consecuencias penales podría acarrearle a Carromero, y es que lo enjuicien y condenen por idiota, por ñiñato malcriado, por cretinismo manifiesto, por imbecilismo crónico, por su imperial estupidez, porque en ese caso se juega la cadena perpetua o, si lo prefieren, dado que se trata de un español, la condena indefinida.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.