En homenaje a Amaya, que cuando salió por última vez de su casa encontró que solo había vacío. Para unos la vivienda es un frío valor mercantil, un bien inmobiliario que puede cuantificarse en unidades de euro; para otros es una prolongación del cuerpo, un nido, una madre. Para unos la humana necesidad de cobijo, […]
En homenaje a Amaya, que cuando salió por última vez de su casa encontró que solo había vacío.
Para unos la vivienda es un frío valor mercantil, un bien inmobiliario que puede cuantificarse en unidades de euro; para otros es una prolongación del cuerpo, un nido, una madre.
Para unos la humana necesidad de cobijo, el no poder resistir a la intemperie es una segura oportunidad para lucrarse, la expectativa de un pingüe beneficio; para otros es tan solo una razón para estar juntos, la aspiración de fundar un hogar donde existir sin inclemencias cuando llega la noche.
Para unos toda casa tiene precio; para otros, solo valor.
Para unos la vivienda es un agregado de materiales inertes cuya venta genera plusvalías; para otros es una delicada piel que nos envuelve en otoño, cuando la lluvia golpea a través del cristal.
Para unos la casa es un inmueble susceptible de ser intercambiado, tasado, vendido, hipotecado; para otros es un jeroglífico de besos firmados, de aromas con patente, de risas con autor.
Para unos las casas son de cemento, solo tienen cuerpo; para otros son construcciones de luz y de palabra, disponen de memoria, gozan de intimidad.
Desahuciar a una persona es para unos compensar una deuda, cumplir una amenaza; para otros, desollarla viva, como arrojar el cuerpo de un niño en el áspero invierno, abandonarla a su suerte, violar su humanidad.
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