A pesar de los acalorados ánimos de los partidarios que cíclicamente se caldean, persiste en mí, testaruda, la obstinación en ver el contexto político nacional tremendamente abigarrado, renuente a prestarse para juicios demasiado nítidos. Situación contradictoria; en fin, permanentemente en disputa entre luces y sombras. Me explico. Las enmiendas constitucionales representan otra muestra del extravío […]
A pesar de los acalorados ánimos de los partidarios que cíclicamente se caldean, persiste en mí, testaruda, la obstinación en ver el contexto político nacional tremendamente abigarrado, renuente a prestarse para juicios demasiado nítidos. Situación contradictoria; en fin, permanentemente en disputa entre luces y sombras.
Me explico. Las enmiendas constitucionales representan otra muestra del extravío democrático del oficialismo. Cualquier intento de justificarlas se choca contra una pared ineludible, constituida por dos razones tan sencillas como macizas. La primera y mayor: si bien stricto sensu legal, el camino escogido para las enmiendas contradice el anterior apego a la urgencia de escuchar el parecer directo de los mandantes. La tendencia es inequivocable: en vez de ampliar el alcance de la deliberación democrática, se lo ha achicado sin arrepentimiento alguno. La segunda: algunas enmiendas contradicen una de las consignas más trascendentales del correísmo de la primera hora, es decir la lucha contra la mala costumbre de la partidocracia en manipular la ley en favor de los intereses políticos de parte.
Pero hay razones que dejan entrever unos atisbos de esperanza. En primer lugar, me complace felicitar públicamente a Fernando Bustamante por su abstención y por la forma discreta y políticamente oportuna en que la realizó. En el oficialismo existen aún figuras integérrimas como él, que simplemente no pueden dejar que la rectitud intelectual y política sea barrida a golpes de imposiciones que acaban con el (ya menguante) debate dentro de la bancada de AP. Ojalá que en el Comité de Ética no prevalezcan los instintos de venganza en contra de esta feliz osadía.
Segundo, y retomando el discurso de los relevos ministeriales de mi anterior columna, la designación de Patricio Barriga al mando de la Secom revela la intención de bajar las revoluciones al discurso excesivamente (y vacuamente) polarizador que el oficialismo ha mantenido hasta ahora. Barriga es un personaje muy razonable, capaz de dialogar con todos los medios y, me parece, de índole más democrática. Es preciso esperar que llene de contenido a la comunicación y reforme ese estilo rimbombante. Sin embargo, la novedad más importante es que el próximo Presidente no será Rafael Correa. Se ventila ya que el candidato del oficialismo vaya a ser Lenín Moreno. Considero esta posibilidad como una bocanada de oxígeno. No solamente porque su elección podría conllevar un saludable recambio de la clase dirigente gubernamental, sino porque su estilo político está más orientado al diálogo y discrepa en algunos puntos cruciales con Correa, como demostró en declaraciones anteriores. Pero son muchas las áreas en las que no se conocen bien las exactas orientaciones de Moreno.
Quisiera en este sentido sugerir que la elección del próximo candidato presidencial del oficialismo no se dé ‘a dedo’, sino a través de un proceso de primarias abiertas. Este escenario permitiría que los candidatos aclaren sus posiciones políticas y haya competencia entre diferentes líneas. Por otro lado, se conjuraría el escenario tocado a los tristes epígonos de Chávez y de los Kirchner, gracias al entusiasmo desatado por un proceso sumamente democrático que, además, daría la posibilidad de reconectarnos con algunos de aquellos movimientos, los cuales, aunque ahora distanciados, en un momento constituyeron la médula de la Revolución Ciudadana.
Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/luces-y-sombras-de-la-revolucion-ciudadana.html