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Lucha por sobrevivir y por otro desarrollo rural

Fuentes: Brasil

Se parecen a los campesinos sin tierra que reclaman la reforma agraria en Brasil, ya que también marchan por carreteras y ocupan sedes gubernamentales y empresariales, pero son diferentes. Se movilizan para permanecer en sus predios y construir una sociedad más justa y ambientalmente sana.

El Movimiento de los Pequeños Agricultores (MPA) encarna en muchos aspectos nuevas formas organizativas dirigidas a combatir injusticias económicas y sociales.

Los activistas del MPA protestaron con más frecuencia este año «con resultados muy positivos», dijo a IPS Aurio Scherer, uno de los coordinadores del MPA que actúa en el meridional estado de Rio Grande do Sul.

Las últimas protestas, el 23 y el 24 de mayo, lograron del gobierno medidas para aplazar el pago de préstamos destinados a inversiones y reducir las deudas contraídas para gastos de producción. Los problemas climáticos y la caída de precios provocaron insolvencias. El ministro de Desarrollo Agrario, Guilherme Cassel, reconoció la «crisis de precios» en el sector.

Otra «excelente conquista» fue, según Scherer, la promesa del gobierno de hacer permanentes las reglas de la previsión social rural, «una de las principales políticas de distribución del ingreso» en Brasil, que permite a la mujer campesina jubilarse a los 55 años de edad y al hombre a los 60, ganando un salario mínimo equivalente a 155 dólares.

Estos son algunos logros materiales de una organización nueva, que ganó carácter nacional en pocos años en un ámbito como el agrario, marcado por el gran agronegocio exportador y desequilibrios sociales y económicos crecientes.

Pero el MPA nació en 1996 con ideales más amplios y generosos, además de la lucha cotidiana por reclamos como políticas de precios, comercialización y crédito favorables a los pequeños agricultores, siempre amenazados por las oscilaciones del clima y del mercado.

Rescatar y valorizar el modo de vida campesino a través de un proyecto popular de desarrollo agrícola, de «orientación socialista», son objetivos del movimiento que organiza a los agricultores en sus luchas cotidianas por mejorar sus condiciones de vida y contra las amenazas del agronegocio, es decir la expansión de los monocultivos de exportación.

«Defendemos otro modelo productivo y tecnológico, basado en la producción campesina y en la agroecología», resumió para IPS Altacir Bunde, uno de los dirigentes nacionales del MPA.

La agricultura campesina se opone al agronegocio incluso por razones ambientales, ya que el segundo tiene un «absoluto desprecio» por el ambiente y destruye recursos naturales, además de ejercer distintas formas de violencia contra campesinos, indígenas y otras poblaciones tradicionales del campo, evaluó Horacio Martins de Carvalho, agrónomo especializado en temas sociales rurales.

La agroecología, además de promover una agricultura en armonía con la naturaleza, ofrece «alimentos saludables» a la población, uno de los principios del movimiento.

El campesino expresa «una amplia diversidad de modos de ser, de vivir y producir, antagónicos a los del agronegocio burgués», representando así «el único actor social que podrá protagonizar cambios sociales en el campo», afirmó Carvalho a IPS.

Los 4,1 millones de familias dedicadas a la pequeña agricultura producen 80 por ciento de los alimentos consumidos por los brasileños y ocupan 85 por ciento de la mano de obra empleada en el campo, destacó Bunde. Ese sector es, por ello, «el camino para una sociedad más igualitaria en el campo», sostuvo.

El MPA se opone también al concepto de agricultura familiar, que considera una formulación académica que descarta la supervivencia del campesinado y promueve la «integración» del pequeño productor a la agroindustria, como ocurre en la producción de tabaco.

El movimiento lucha contra la «semiesclavitud» impuesta por la industria transnacional a los agricultores tabacaleros, señaló Scherer. La dependencia es total, la industria les ofrece insumos a precios más elevados que los del mercado y se encarga incluso de contratar créditos para sus pequeños proveedores familiares, promoviendo «la trampa» del endeudamiento, acotó.

El cultivo de tabaco, una de las actividades más rentables para pequeñas propiedades familiares, es aún una importante actividad económica y emplea a 100.000 familias en Rio Grande do Sul, reconoció. Por ello, su sustitución por otros cultivos tiene que ser «lenta y gradual», pero ya empezó, incluso porque el consumo de tabaco caerá debido a políticas sanitarias.

El MPA surgió exactamente en ese estado más meridional de Brasil, donde son numerosos los pequeños agricultores, en gran parte descendientes de la inmigración europea.

Un fuerte estiaje iniciado a fines de 1995 dañó la agricultura local, llevando a más de 25.000 agricultores quebrados a reunirse en «campamentos de la sequía», en los que nació la idea de organizar el movimiento.

Scherer adhirió al MPA, dejando la actividad sindical. El «sindicalismo se hizo obsoleto, acomodado y lento», no ofrece respuestas para los problemas campesinos, incluso porque cada sindicato tiene su actuación limitada al municipio, mientras el movimiento es una forma de organización más ágil, menos jerárquica, explicó.

El MPA se aleja así de las organizaciones sindicales, como la Confederación Nacional de los Trabajadores en la Agricultura, aliándose al Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y a otras entidades de la Vía Campesina, una red internacional de movimientos sociales del campo.

Así como la lucha de los sin tierra cuajó en décadas pasadas en un tipo de organización nueva como el MST, replicada en muchos países latinoamericanos, la forma de asociación del MPA es igualmente novedosa y enlaza a un sector tradicionalmente aislado inclusive por el entorno rural.

La diferencia respecto del MST es que los pequeños agricultores «tienen tierra y luchan para no convertirse en sin tierra», ante políticas que priorizan el agronegocio, definió Scherer.

El MPA se organiza en «grupos de base» en las comunidades campesinas, con 10 a 15 familias como promedio, representados en coordinaciones municipales o regionales, cuando varios municipios forman un conjunto, informó Bunde. Este tipo de dirección colectiva, otro principio del movimiento, se repite en los planos estadual y nacional.

Desde los inicios en Rio Grande do Sul en 1996 y la lenta expansión a cinco estados en 2000, el movimiento creció aceleradamente en esta década, alcanzando ahora a 19 de los 26 estados brasileños.

Ahora observa desafíos más amplios.

El auge de los combustibles de origen vegetal en Brasil, como el etanol y el biodiesel, ofrece una gran oportunidad para la agricultura campesina. Será «estratégico conciliar la producción agroecológica de alimentos y la de energía renovable de biomasa», evitando lo que ocurrió en los últimos 30 años con el alcohol carburante en Brasil, totalmente dominado por el agronegocio de la caña de azúcar, comentó Scherer.