El pasado 28 de julio asistí en Conil (Cádiz) a la presentación del libro Lugar seguro (Barcelona, Seix Barral, 2022), escrito por Isaac Rosa. Tenía pensado haber acudido a un acto similar el día anterior en Zahara de los Atunes, pero fue suspendido por motivos personales del autor.
De Isaac Rosa he leído dos de sus novelas: La mano invisible (Barcelona, Seix Barral, a la que en 2011 dediqué la entrada «La mano que no se ve que nos cuenta Isaac Rosa», 2011); y ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil! (Barcelona, Seix Barral, 2014). Junto a ellas, dos relatos cortos o cuentos, que han sido publicados en elDiario.es: Cata a ciegas y Noche de reyes.
El marco cultural donde tuvo lugar el acto está relacionado con la XII edición de las jornadas «Conil lee en la calle», que cada verano organiza el Ayuntamiento. Y el marco propiamente físico ha sido la Torre de Guzmán o, para ser más exactos, el espacio abierto junto a ella, al aire libre, y que en estas semanas actúa como una especie de remanso de paz ante la vorágine de visitantes veraniegos que trasiegan de un lado para otro por partes de la localidad. Y allí estuvimos medio centenar de personas, que con deleite escuchamos el diálogo mantenido entre el presentador, Antonio Roldán, que fue durante muchos años alcalde del municipio, y el autor.
Y la cosa resultó muy interesante, porque a las preguntas del primero le siguieron los comentarios del segundo, y entre los dos nos fueron dando las pistas de lo que se esconde bajo Lugar seguro. Y nunca mejor dicho, porque la historia que se cuenta tiene que ver con los sueños de un empresario, Segismundo García, por hacer un negocio con la venta de búnkeres a bajo precio.
Y de las pistas que nos fueron dando, destaco dos. Una, en el mismo arranque, con ese «Desde aquí, en línea recta hacia el sudoeste, podía llegar a mi casa avanzando bajo tierra». Como nos recordó Rosa, rememora la película El nadador, dirigida por Sydney Pollack y basada en un cuento de John Cheever, y ese deseo de su protagonista, Burt Lancaster, por cruzar nadando de un lado a otro la urbanización donde vive a través de las piscinas que la surcan. La otra pista tiene que ver con la presencia de dos maneras -antagónicas- de entender el mundo, que el autor ilustra a través de dos figuras sociales, a las que denomina prepas y botijeros. Quienes desde su prisma individual y competitivo alimentan el sistema económico donde vivimos y quienes buscan la acción solidaria para que nadie se quede atrás.
Una vez leída la novela puedo decir, de entrada, que me ha resultado fácil, interesante y hasta divertida. Nos ayuda ese estilo narrativo peculiar, por personal, que tiene el autor y que, lejos de complicar el entendimiento de lo que vamos leyendo, nos permite que no nos perdamos en el cúmulo de situaciones que se van sucediendo a lo largo de las 300 páginas de extensión de la novela.
Su protagonista principal, como ya nos hemos referido es Segismundo García, a lo que debemos añadir, para aclararlo, que se trata del segundo de una saga familiar de tres generaciones con el mismo nombre y que se completa con el padre, al que a veces menciona con los apelativos (ajenos, no familiares) de Segismón o Segismundo el Grande, y con el hijo, al que se refiere con el más sintético nombre de Segis. Segismundo García (hijo/padre) ejerce de narrador de la historia, en la que se funden los diálogos y sus reflexiones personales, lo que no supone que eso dé lugar a confusión. Los tres ocupan el grueso de la novela, a la que hay que ir añadiendo otros personajes, que aparecen con mayor o menor frecuencia, como Mónica (al ex del hijo/padre y madre de Segis), Yuliana (la cuidadora del padre/abuelo), Roberto (el empleado del Banco), Alberto (el socio traicionero del padre/abuelo), Gaya (la líder botijera del barrio Sector Sur), Joselito (el proxeneta y amigo del padre/abuelo)…
Estamos, pues, ante la historia de tres generaciones de una familia, narrada de forma trepidante y sintetizada por lo que va ocurriendo a lo largo de las veinticuatro horas de un día. Una familia que salió de la pobreza en la figura del padre/abuelo, que en el caso de las dos primeras han hecho de la picaresca la razón de sus vidas y que en el de la tercera está en proceso de aprendizaje. Son obsesos de los negocios, en busca de un ascenso social que en los dos primeros casos les está resultando entre incompleto y casi imposible, y en el tercero está dando lugar a muestras de serias dificultades. Es el sino de esa parte de quienes, confiando en el sueño de riqueza que ofrece sistema económico que nos domina, acaban sucumbiendo, como chivos expiatorios, por haber sido utilizados por otros más listos o poderosos, o por haberse movido en los límites peligrosos de lo prohibido.
Una historia en la que pugnan y se oponen dos fuerzas en el seno de la sociedad: la de quienes entienden la seguridad en la vida (incluida la adquisición de búnkeres) desde lo individual y principalmente el privilegio económico, que Segismundo García (hijo/padre) denomina prepas o supervivales; y la de quienes lo hacen a base de solidaridad, cooperación, austeridad y respeto por al medio ambiente, que llama botijeros o ecomunales.
Segismundo García (hijo/padre) ha encontrado en la construcción de búnkeres a bajo precio un nicho de negocio más que apetecible, pero se topa con la realidad de quienes manejan los dineros. Su padre, sumergido en la pérdida de memoria más profunda, ha sido un hombre nada ejemplar en su vida anterior (ruina y cárcel incluidas por un negocio fallido de clínicas dentales a bajo coste), lo que le lleva a un reproche permanente. Y su hijo adolescente, alumno aventajado de la escuela familiar y de la académica, se ha metido en líos tan peligrosos, que ha acabado expulsado del colegio exclusivo en el que está matriculado y amenazado por un joven delincuente con el que ha iniciado un negocio de apuestas, con sus compañeros de por medio.
Y Segismundo García (hijo/padre) se debate entre su sueño/paradigma, en el que dice cosas como éstas: «¿Quieres ver una comunidad solidaria, fraterna, autónoma, y por supuesto segura? No vayas a una tribu botijera, hijo, ve a donde viven tus compañeros, los niños triunfadores». Y el desasosiego: «De golpe, como si toda la adrenalina se me hubiese escapado por una fisura, por la encía abierta, me vacié, se me esfumó el impulso heroico, y regresaron el dolor y el agobio por lo sucedido y por el dinero que Segis tenía que conseguir en veinticuatro horas, y el dinero que yo le había dejado y que podrían reclamarme, el dinero que el banco me había negado un rato antes, el dinero que me iba a costar el punto diente. Me entraron ganas de llorar, creo que empecé a llorar sin haber terminado de reír, como una máscara siniestra».
Y en esa pulsión entre el deseo y la realidad, en las últimas líneas del libro Segismundo García (hijo/padre) deja caer unas palabras que, aun cargadas de sarcasmo, no dejan de traslucir el estado de dudas en el que se mueve: «¿Quieres que nos quedemos. Cenaremos gratis. Será divertido. Podemos hacernos pasar como dos de ellos, comprar un par de pulseritas en el tenderete, participando en sus conversaciones aguantándonos la risa».
Isaac Rosa, en cualquier caso, se apunta a la pugna cuando nos deja como colofón del libro el poema «Después», obra del escritor italiano Erri De Luca. Y es que, como rezan sus versos finales: «La humanidad será escasa, mestiza, gitana / y caminará a pie. Tendrá como botín la vida / la riqueza más grande que transmitir a los hijos».
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