La I Conferencia Nacional de Comunicación que se inaugura el 14 de diciembre en Brasilia es el reflejo de un incipiente debate sobre la reformulación y democratización del escenario mediático brasileño. En los albores de la década de 1980, cientos de miles de brasileños corearon «¡Globo, el pueblo no es bobo!» cuando la corporación en […]
La I Conferencia Nacional de Comunicación que se inaugura el 14 de diciembre en Brasilia es el reflejo de un incipiente debate sobre la reformulación y democratización del escenario mediático brasileño.
En los albores de la década de 1980, cientos de miles de brasileños corearon «¡Globo, el pueblo no es bobo!» cuando la corporación en que se apoyó la dictadura para anestesiar a la opinión pública a base de telenovelas y fútbol, censuró las movilizaciones populares contra el régimen militar.
Hoy, un segmento creciente del público brasileño expresa su disgusto hacia el grupo mediático hegemónico. Distintas mediciones de audiencia e investigaciones académicas han detectado un dato, en cierta medida inédito, en las relaciones de producción y consumo de información: la credibilidad, durante décadas incuestionable, de la red Globo comienza a mostrar signos de erosión.
Con todo, es posible advertir una diferencia sustantiva entre la indignación actual y el descontento de quienes repudiaban a Globo durante las movilizaciones de hace tres décadas en demanda de elecciones directas (1). En 1985, José Sarney, primer presidente civil desde el golpe de Estado de 1964, obstruyó cualquier atisbo de iniciativa reformista sobre la estructura de la propiedad mediática y el derecho a la información, en complicidad con la familia Marinho -propietaria de Globo- de la que además era socio. El actual jefe de Estado, Luiz Inácio Lula da Silva, parece resuelto a iniciar la aún pendiente transición hacia la democracia comunicacional.
A principios de 2009, en el Foro Social Mundial celebrado en la ciudad amazónica de Belem, Lula convocaba a una Conferencia Nacional de Comunicación. Desde entonces, más de 10.000 personas discutieron en asambleas realizadas en todo el país los rumbos de la comunicación y elaboraron las bases sobre las que discutirán los delegados que se reunirán el 14 de diciembre en Brasilia. «Es la primera vez que el gobierno, la sociedad civil y los empresarios discuten la comunicación, eso es en sí una derrota para Globo y su política de mantener ese tema en la penumbra. (…) El presidente Lula demostró estar determinado a instalar en la sociedad un debate sobre la democratización de las comunicaciones, creo que eso tendrá un efecto pedagógico y puede convertirse en uno de los temas de la campaña» para los comicios presidenciales de octubre de 2010, señala Joaquim Palhares, editor del sitio Carta Maior y delegado a la Conferencia.
Medición de fuerzas
Al embate entre Lula y Globo se lo podría resumir como una disputa por la verosimilitud, un bien escaso en el mercado noticioso brasileño. A fuerza de participar casi a diario en actos o eventos públicos, el Presidente dialoga de forma directa con la población, estableciendo un contrato de confianza que contrasta con la obstinación de los medios dominantes en montar un discurso noticioso divorciado de los hechos, a veces al borde de la ficción.
Lula configura un «fenómeno comunicacional singular, el pueblo le cree, no sólo porque habla el lenguaje de la gente sencilla, sino porque las personas más carenciadas se han beneficiado con sus programas sociales; eso es concreto, la Bolsa Familia atiende a 45 millones de brasileños que no le prestan mucha atención a lo que dice Globo», plantea la profesora Zelia Leal Adghirni, doctora en Comunicación y coordinadora del programa de investigación sobre Periodismo y Sociedad de la Universidad de Brasilia.
«¿Por qué Lula ganó dos veces las elecciones (2002 y 2006), una de ellas contra la abierta voluntad de Globo? ¿Por qué Lula tiene una popularidad del 80%?», se pregunta Leal Adghirni (2), para quien «las teorías de comunicación clásica que estudiábamos en la universidad no son aplicables al fenómeno Lula. Desde la teoría de la ‘aguja hipodérmica’ hasta la de la ‘agenda setting’, se decía que los medios forman la opinión o pautan el temario del público, pero con Lula eso no pasa, los grandes medios están perdiendo el monopolio de la palabra».
Sin embargo, como es sabido, la construcción de consensos sociales no se galvaniza sólo con mensajes racionales o versiones creíbles de la realidad, también es necesario trabajar en el imaginario de masas, un territorio en el que Globo sigue siendo prácticamente imbatible. La empresa del clan Marinho controla el patrimonio simbólico brasileño: es la principal productora de melodramas y detenta los derechos de transmisión de los principales partidos de fútbol y del carnaval carioca (3).
Frente a la gigantesca industria del entretenimiento de Globo el gobierno es prácticamente impotente. No obstante, la imagen del Presidente-operario probablemente ganará contornos míticos el año próximo, cuando se estrene el largometraje Lula, o filho do Brasil (Lula, el hijo de Brasil), cuya exhibición se realizará en el circuito comercial y en otro alternativo (sindicatos e iglesias). El productor Luiz Carlos Barreto prevé que unas 20 millones de personas asistirán a la biografía del ex tornero mecánico devenido Presidente, lo que sería la mayor taquilla de la historia brasileña.
El balance provisorio de la política de medios de Lula indica que ésta ha sido errática. En su primer mandato (2003-2007) impulsó la creación de un Consejo de Ética informativa, iniciativa que archivó ante el lobby empresarial. Luego de ese intento fallido el gobierno no volvió a poner en aprietos a las «cinco familias» propietarias de la gran prensa local hasta el final de su primera gestión.
En su segundo gobierno -iniciado el 1º de enero de 2007-, Lula nombró como ministro de Comunicaciones a Hélio Costa, un ex periodista de Globo que actúa como representante oficioso de la empresa en el gabinete. Pero mientras la designación de Costa enviaba una señal conciliadora hacia los grupos privados, Lula seguía una línea de acción paralela.
En marzo de 2008 el Senado, con la oposición cerrada del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, aprobó el proyecto del Ejecutivo para la creación de la Empresa Brasil de Comunicaciones, un conglomerado público de medios que incluye a la interesante TV Brasil, y al que en 2010 el Estado destinará unos 250 millones de dólares.
Ese generoso presupuesto y la defensa de la nueva televisión pública que hicieron los congresistas del Partido de los Trabajadores (PT) indicaban que Lula había decidido romper lanzas con las derechas política y mediática. Al tiempo que medía fuerzas con Globo -aún no se trata de una batalla abierta-, Lula acercó posiciones con las empresas de telefonía (interesadas en participar en el mercado de contenidos, y disputar terreno con Globo) y algunas televisoras privadas, como la evangélica TV Record (4).
La estrategia fue tomando más consistencia a fines del mes de octubre cuando Lula abogó, durante una ceremonia por la inauguración de nuevos estudios en Río de Janeiro de la TV Record, por el fin del «pensamiento único» pregonado por algunos formadores de opinión (en obvia alusión a Globo) e instó a construir un modelo más plural. Días más tarde, el mismo Lula afirmaba: «Cuantos más canales de TV haya, cuanto más debate político haya, más democracia tendremos (…) y habrá menos monopolio en la comunicación» (5).
Legitimidad continental
Con un discurso monolítico y teñido de resonancias ideológicas propias de la Doctrina de la Seguridad Nacional (como asociar cualquier objeción a la libertad de prensa empresarial con ocultas maquinaciones «sovietizantes»), el grupo Globo cargó a través de sus diversos órganos -gráficos y electrónicos- contra la incipiente intentona del gobierno para estimular el debate sobre el actual orden informativo, que algunos definen como un «latifundio» electrónico.
El primer paso en ese sentido fue, según Palhares, «vaciar y boicotear la Conferencia Nacional de Comunicación, renunciando a ser parte de ella, dando un golpe en la mesa y saliendo intempestivamente, para deslegitimarla»; una prédica a la que se suman otros grupos mediáticos.
El segundo movimiento consistió en articular un discurso institucional para tender un cordón sanitario contra el contagio de iniciativas adoptadas por gobiernos sudamericanos como los de Argentina, Ecuador o Venezuela, orientadas a una reformulación del escenario mediático.
La Asociación Brasileña de Radio y Televisión (ABERT) y la Asociación Nacional de Diarios (ANJ), «temen que lo que ocurrió en Argentina se repita acá; ellos ven esa ley como una amenaza, y comenzaron a manifestar su solidaridad con la prensa de Argentina», afirma Zelia Leal Adghirni.
El recelo expresado por las entidades representativas de los conglomerados periodísticos es plausible: si el descontento regional contra la concentración informativa se hace carne en la opinión pública brasileña, podría romperse una inercia de conformismo que lleva décadas y, quién sabe, iniciarse un gradual -nunca abrupto- proceso de democratización.
Lo inverso también se aplica: si Brasil, liderado por Lula, finalmente asume como propias las tesis del derecho a la información y la democracia comunicacional, es indudable que esa corriente de opinión, por el momento dispersa en América del Sur, podrá adquirir una vertebración y legitimidad de proporciones continentales.
REFERENCIAS
(1) Ese objetivo finalmente fue frustrado por el régimen, socorrido por Globo, que montó un simulacro electoral prohibiendo el voto directo gracias al cual los generales se replegaron sin sobresaltos ni investigaciones sobre violaciones a los derechos humanos.
(2) Respecto de la victoria de Lula en los comicios de 2006 véase Bernardo Kucinski, «O antilulismo na campanha de 2006 e suas raízes», en Venício Lima (compilador), A mídia nas eleições de 2006, Perseu Abramo, San Pablo, 2007.
(3) En 1989 el entonces aspirante a la Presidencia Lula fue objeto de un golpe mediático, perpetrado por Globo, que para impedir su victoria fabricó la candidatura de Fernando Collor de Mello, quien dejaría el mandato en 1992 hundido en escándalos de corrupción. Véase Darío Pignotti, «Globo: el partido más poderoso de Brasil», Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2007.
(4) En los últimos años TV Record, que pertenece a la neo-pentecostal Iglesia Universal del Reino de Dios, arrebató parte de la audiencia cautiva de TV Globo, contra la que entabló una guerra de denuncias. Record puso en el aire un programa especial sobre Globo donde repasó sus vínculos con la dictadura. Por su parte, Globo reveló las estafas cometidas por Record, que según investigaciones judiciales, desvía dinero del diezmo de los fieles.
(5) Luiz Inácio Lula da Silva, declaraciones en la inauguración de la nueva sede del canal Rede TV, en Osasco, área metropolitana de San Pablo, 13-11-09.
*Periodista, Brasilia. Doctor en Comunicación, Universidad de San Pablo.
Fuente original: http://www.eldiplo.com.pe/lula-vs-globo