En este artículo el autor analiza las posibilidades que se abren a partir del 1 de enero de 2023 en relación con los procesos de integración latinoamericana.
Latinoamérica, tras largos años de derrotas políticas, como también de capitulaciones de gobiernos en ejercicios medrosos, timoratos, a la hora de ejecutar las políticas transformadoras comprometidas, incapaces de contrarrestar la marea ultraderechista que se había dado en nuestro continente, recobra hoy algo de esperanza con el triunfo de Luís Inázio Lula da Silva.
Triunfo obtenido en la segunda vuelta presidencial celebrada en Brasil el pasado domingo 30 de octubre. Efectivamente nuestra América del Sur, transitaba por una marea de ultraderechismo, que no sólo gobierna para la clase dominante política, empresarial, económica y que en la lucha cultural, ideológica se apoya en el enorme poder mediático que posee. Una derecha que relega, permanentemente, a un segundo plano, las relaciones entre nuestros pueblos. Un marco donde la izquierda, el progresismo o como deseen denominarlo los sociólogos, teóricos y hasta anarquistas institucionales, incapaces de gobernar y cumplir con los programas ofrecidos en las campañas y cediendo, finalmente, al chantaje de los poderes mediáticos, empresariales, con el temor constante de recibir críticas desde Wáshington y Bruselas.
Una Latinoamérica sometida en gran parte –sólo considerando la última década– a una derecha retardataria, arcaica, contumaz en sus ideas de restar protagonismo al estado, que en Chile se expresó con Sebastián Piñera. Argentina con Mauricio Macri como presidente. Perú, con la seguidilla de mandatarios, que tuvieron que salir de Palacio Pizarro con sus bártulos y sus delitos. Colombia con administraciones ligadas fuertemente al paramilitarismo y el narcotráfico. Un Ecuador que salió de una práctica de revolución ciudadana al ejercicio político invalidante del converso Lenin Moreno. Y, claramente un Brasil que cayó en las manos de Jair Mesías Bolsonaro: un ex capitán de ejército, misógino, negacionista de los crímenes cometidos por la dictadura militar brasileña y aliado estrecho del sionismo y con ellos grupos cristiano-sionistas que han adquirido enorme poder en el gigante sudamericano.
El triunfo de Luis Inazio Lula da Silva significa, que duda cabe, el surgimiento de una luz de esperanza a una Latinoamérica sumergida, largos años, en procesos desintegradores de nociones y prácticas de Unidad frenadas. Esto, unido a una socialdemocracia y grupos más a la izquierda, que necesitaban respirar algo más que sueños de progresismo y tener un referente potente en el plano de liderar el proceso de integración que requiere nuestro continente. Tomo las propias palabras de Lula, al señalar que el principal objetivo de su política exterior será la integración regional, que en su opinión tiene como pilar el Mercado Común del Sur -Mercosur- pasa luego por el resto de Suramérica y se amplía a toda América Latina, para tender puentes con África.
La historia política de Lula permite sostener, que su abanico de relaciones también significará acercar posiciones con China, Rusia y la República Islámica de Irán y convertirse en un baluarte del apoyo a Palestina en Latinoamérica. Recordemos, que bajo su mandato, Brasil reconoció un Estado independiente de Palestina dentro de las fronteras de 1967. A principios de este año 2022, Lula pidió que se apoyara el derecho de los palestinos a establecer un Estado. Reiteró su opinión de que la ONU debería reestructurarse para poder avanzar en cuestiones importantes como «la creación de un Estado palestino«. Un Lula muy distinto al sionista Bolsonaro, que no sólo se entregó de cuerpo y alma a la entidad israelí, sino que impulsó apoyos inaceptables, como aquel en que la representación de Brasil, ante las Naciones Unidas, se pronunció en diciembre del año 2019 a favor de Israel en una votación sobre violaciones de los derechos humanos en la Franja de Gaza.
En junio de este año 2022 Lula y su comando presentó el programa de gobierno ante la opinión pública. En la parte referida a política exterior destacaron los que se supone serán los ejes de su mandato: “Defender nuestra soberanía es defender la integración de Sudamérica, América Latina y el Caribe, con vistas a mantener la seguridad regional y la promoción del desarrollo, con base en la complementariedad productiva… Defendemos trabajar por la construcción de un nuevo orden global comprometido con el multilateralismo, el respeto a la soberanía de las naciones, a la paz, la inclusión social y la sostenibilidad ambiental, que contemple las necesidades de los países en desarrollo” [1].
Todo ello bajo las premisas de fortalecer el actual MERCOSUR y otras entidades que se encuentran en etapa agónica como UNASUR y la CELAC pero también darle nuevos bríos a la política de multilateralidad a través del BRICS…, renegociar el acuerdo entre la Unión Europea y su país. Así como también retomar la política Sur-Sur hacia América Latina y África experimentada durante su primera presidencia. En la entrevista concedida al medio Universo Online presentó lo que serán los vínculos que pretende mantener con Wáshington. “Estados Unidos es un socio muy importante para nosotros. Pero le queremos pedir a Estados Unidos que nos respete: Brasil no es una colonia, es un país grande que los demás tienen que tratar con respeto” [2].
Lula representa la esperanza de restaurar procesos e integración que tuvieron sus mejores tiempos cuando Argentina, Bolivia, Venezuela y el propio Brasil conformaban un reducto de integración financiera, comercial, energética, entre otras áreas que ofrecía una alternativa soberna a un Estados Unidos que trataba, por todos los medios de fragmentar esa unidad usando para ello a los gobiernos aliados de Chile, Colombia y México. En todo caso, el optimismo de estas letras no olvida que Lula triunfó –con extraordinarios 60 millones 500 mil votos– pero con apoyos más allá de la izquierda, ya que se impuso como el candidato de un abanico político conformado por un arco iris de fuerzas denominadas de izquierda, junto a partidos del centro y la centroderecha política brasileña. Y eso implica tener muchísima habilidad para dar cuenta de las exigencias y apetitos de poder que surgirán de esta amalgama.
Lula, que ya ocupó el palacio de Planalto entre el 1 de enero de 2003 al 31 de diciembre del 2010, lo hizo con una visión en política exterior con fuerte influencia en el llamado eje sur-sur, llevado a cabo en la práctica por su canciller Celso Amorim, que sitúo a Brasil como líder regional, acompañado en ello por una Venezuela gobernada por el fallecido comandante Hugo Chávez Frías, una Bolivia presidida por Evo Morales Ayma. Ecuador por Rafael Correa y una Argentina con Néstor Kirchner que fundamentaron una fortísima relación política-estratégica. Una etapa donde crearon varias instituciones que fortalecieron esta idea de integración como fue la creación de la mencionada Unión de Naciones Sudamericanas –UNASUR– Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe –CELAC– como también un claro fortalecimiento de MERCOSUR. Hoy, en esa idea integradora es posible que se sume con toda lógica Bolivia y su mandatario Luis Arce y el poderío económico y demográfico del México presidido por Andrés Manuel López Obrador, que podría estar tan lejos de dios, pero más cerca de América Latina.
Lula en su discurso de la victoria señaló, a la par de los desafíos en materia de política exterior, otras labores fundamentales: retomar su papel de líder en la lucha contra la crisis climática, protegiendo todos los biomas, especialmente la selva amazónica. “Nuestro compromiso más urgente es acabar con el hambre otra vez. El desafío es inmenso, es necesario reconstruir este país en todas sus dimensiones. Necesitamos reconstruir el alma de este país, el respeto a las diferencias y el amor al prójimo. Estoy aquí para gobernar este país en una situación muy difícil, pero con la ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente. A partir del 1 de enero de 2023 gobernaré para 215 millones de brasileños, y no sólo para los que me han votado. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación” [3]. Y en la medida que eso se concrete el papel de líder de Brasil, en el plano regional, tendrá una base más potente.
Lula y el objetivo de restaurar la integración amplia de los pueblos latinoamericanos chocará, como no, con los gobiernos estadounidenses y sus aliados incondicionales, empeñados a impedir que nuestro continente encuentre alternativas de comercio, alianzas y apoyos en países como China, Rusia, Turquía, Irán y seguir cercando nuestros derechos de multilateralidad. Brasil, con Lula representa esa esperanza de mayores grados de soberanía y no estar sujetos al chantaje permanente de quien maneja el sistema financiero internacional, quien ocupa los grupos de presión sionistas, energéticos y militares para chantajear a nuestros países. Hago mía, en este punto, las palabras del escritor argentino Manuel Ugarte, quien sostenía a principios del siglo XX: “los Estados Unidos continuarán siendo el único y verdadero peligro que amenaza a las repúblicas latinoamericanas. América del Sur sólo podrá salvarse a condición de unificar sus esfuerzos”.
Notas
[1] https://www.programajuntospelobrasil.com.br/
[3] https://rebelion.org/brasil-gano-su-derecho-a-la-esperanza-2/
Artículo escrito originalmente para Hispantv.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.