En este artículo la autora analiza las ‘fuerzas’ bolsonaristas que se comportan de forma paragolpista en Brasil, señalando el objetivo inmediato del nuevo gobierno de Lula: desfastizizar la sociedad.
El pronunciamiento popular el pasado 30 de octubre puso fin a un gobierno en guerra con el país, y, sobre todo, quitó del horizonte la más grave amenaza a la democracia desde la intervención militar del 1 de abril de 1964, al impedir el establecimiento de la peor de las dictaduras, la que se instala con la respaldo del pronunciamiento electoral, y se legitima en el orden constitucional permanentemente revisado acorde a sus intereses.
El peso de la adhesión de las iglesias pentecostales cambió el perfil de las manifestaciones derechistas de los dos primeros días después de la elección. Escenas de delirio, rezos, cánticos, fieles arrodillados en la lluvia pidiendo la salvación de la amenaza comunista, esperando la intervención militar y el cierre del Tribunal Supremo de Justicia, convencidos de que las fuerzas armadas dejarían sus cuarteles para garantizar la continuidad del gobierno de Bolsonaro.
Poco a poco, los opositores a Lula van reconociendo su triunfo. El fundador de la Iglesia Universal, Edir Macedo dijo: «Hicimos nuestras elecciones. Y la elección la hizo la mayoría, obviamente, que votó. Entonces, no nos podemos quedar resentidos, porque eso es lo que quiere el diablo. Recé: ‘Oh Dios, quiero que gane Bolsonaro, pero hágase su voluntad, el Señor manda’. Dios hizo su voluntad. Él hizo. Entonces, ¿qué voy a hacer ahora? Voy a seguir con mi vida, porque no dependo del presidente, gobernador o alcalde. Yo dependo de Dios«.
Elaine Tavares señala que quien entre a una discusión grupal de bolsonaristas se encuentra con un torbellino de alucinaciones. Los mensajes tratan de los temas más difíciles. Hay alertas de buenos alienígenas que están en la tierra para guiar a los humanos hacia la luz. Hay acusaciones contra el Papa Francisco, que es un pedófilo y come fetos. Hay acusaciones contra Obama por ser responsable de la trata de niños.
Hay mensajes motivacionales en el nombre de Jesús. Hay informes de satanismo practicado por la izquierda. Hay teorías de que la princesa Diana, Elvis Presley y Michael Jackson estarían vivos. También está la teoría del clon: varios gobernantes del mundo ya estarían muertos y en su lugar habría clones, como sería el caso del presidente ruso Vladimir Putin.
“Brasil tiene un potencial de atraso y de violencia muy grande, que años de gobiernos más o menos civilizados no han podido reducir”, advierte María Hermínia Tavares, politóloga, socióloga, actual directora del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de São Paulo.
Subsiste en el núcleo duro bolsonarista la esperanza de que mataran a Lula. Incluso el famoso piloto de Fórmula 1 Nelson Piquet estuvo en los actos y declaró que quiere ver a Lula en el cementerio. Ante el nivel de alienación de las personas hipnotizadas por esta inundación de absurdos, hay que estar muy alerta, ya que todo esto sucede bajo el consentimiento del poder judicial, así como de la policía militar.
Desarmar el monstruo fascista
Pero si en momentos de derrota tantos miles –interconectados permanentemente por redes sociales- pudieron hacer esas manifestaciones, al nuevo gobierno le costará desarmar al monstruo fascista. Muchos de las mentiras que los movilizaron serán desarmadas: Lula no va a terminar con el Auxilio Brasil (le va a cambiar el nombre), no va a cerrar las iglesias, no va a soltar a los criminales presos.
El plan de desarme de esas masas de derecha dependerá de sus políticas sociales, del combate al hambre y la miseria, la mejora de la calidad de empleo, del aumento del salario mínimo, del funcionamiento de las escuelas con una buena merienda para los niños, el acceso popular a los medicamentos…
Más difícil va a ser desarmar el racismo, la misoginia, el odio a los LGTBTQIA+, el desprecio a los pobres y a los nordestinos, el moralismo de fachada, de esa oposición de las clases más ricas y poderosas, aliadas del fascismo bolsonarista.
La presencia de movimientos populares tomando las calles, fue decisiva, contraponiendo la enorme fuerza del poder (desde el poder público y económico hasta la más abyecta manipulación religiosa), movilizada en estas elecciones de una forma nunca antes vista en Brasil.
Es preocupante el surgimiento de la extrema derecha como movimiento de masas y su permanente capacidad de movilización. Además de estar organizada y basada en bases populares, cuenta con un liderazgo carismático que no surge de las élites y cuyo discurso resuena en los cuarteles.
Esta extrema derecha se va a enfrentar al gobierno de Lula y para poder gobernar hay que derrotarlo, coinciden analistas y políticos. Pareciera que el lulismo tiene la misión bien definida, pero el problema serán las condiciones políticas para cumplirla.
Los militares
El punto crítico en la política del próximo gobierno será la relación con los militares, que requerirá que Lula sea muy cauteloso, ya que encontrará este campo en un estado radicalmente diferente al que tenía en 2003, cuando comenzó su primer mandato como presidente. Y esta observación se aplica también a la situación que enfrentó su antecesor durante sus dos mandatos.
Tanto en momentos de la (primera) asunción de Lula como en la de Bolsonaro, las Fuerzas Armadas seguían observando la norma de conducta que habían adoptado desde la Asamblea Constituyente cuando adquirieron un patrón de comportamiento “profesional”, manteniéndose relativamente alejados de los conflictos librados en el espacio público (por ejemplo, el silencio durante la crisis del impeachment de Fernando Collor de Mello fue emblemático).
Este comportamiento ocultaba movimientos moleculares en la esfera castrense, que iban en direcciones diametralmente opuestas. El proceso de construcción de la memoria colectiva de las FFAA estuvo protagonizado, no por representantes ideológicos de la élite militar, sino por personajes que participaron o se formaron durante la dictadura militar, con una visión conspirativa del mundo, ante el fenómeno amenazante del globalismo.
Ese pareció ser el gran enemigo a combatir, acusado de trabajar para erosionar la identidad cultural de la nación brasileña y cuestionar su soberanía territorial (tema amazónico). El principal referente es el general Sergio A. Coutinho, líder intelectual de la lucha contra el “gramscismo” de la nueva izquierda, pero la mayor influencia viene de fuera de los cuarteles, de la fascista figura de Olavo de Carvalho.
La operación Lava Jato –que marcó la pauta de la campaña para derrocar a Dilma Rousseff y la criminalización del Partido de los Trabajadores (PT), que terminó con la prisión de Lula–, puso en circulación en Brasil el movimiento anticorrupción, un fenómeno transnacional impulsado por las mismas élites que impulsan la agenda globalista, que denuncia el sistema político como espacio donde prospera la corrupción.
Hoy se vive una diferente relación castrense con la dinámica de la política brasileña. Antes de Bolsonaro aparecían en posición defensiva, como los villanos de la historia, en momentos de la alta movilización política y social de la transición democrática. Dos décadas después los militares volvieron al escenario en medio de una crisis que no desencadenaron ellos y en la que jugaron un papel marginal: el golpe parlamentario-judicial de 2016.
Si bien el objetivo principal eran los gobiernos del PT, lo que sobrevino fue una crisis general de representación política partidaria. La discusión es si Bolsonaro funcionó como un agente de este actor colectivo militar y de la ultraderecha brasileña, o si operó en la Presidencia por voluntad propia. Se habló de un Lula como blanco-móvil: terminar con el lulismo significaba matar al líder. Pero no escapó ni se asiló
Lula también habló de muerte en su discurso después de ser elegido. De repente, dijo: «El pueblo es mi causa, y la lucha contra la pobreza es la razón por la que viviré hasta el final de mi vida».
El fascismo bolsonarista
La base política del bolsonarismo se alimenta de segmentos sociales y políticos distintos incluso contradictorios. Uno, quizá el 15% del electorado, está formado por defensores del régimen autoritario, creen que la democracia no garantiza el orden y los cambios que ellos quieren, como terminar con el tema de género en las escuelas, eliminar los comunistas de la vida política, someter al poder judicial a la voluntad del presidente, aplicar la norma que delincuente bueno es el delincuente muerto.
Otro es un sector conservador, reaccionario, machista, formado por evangélicos que ven en el PT una organización contra la familia y sus valores conservadores. Ven en Lula una encarnación de Satanás, enemigo de su religiosidad, un sentimiento alimentado a diario por los pastores evangélicos, no siempre honestos pero políticamente oportunistas.
Otro segmento es parte de la clase media de carácter moralista, que se creyó y escandalizó con la corrupción en el PT (algunos fueron petistas). Y perciben que Bolsonaro no es ningún santo, pero prefieren creer que sus “deslices” son parte de la normalidad política del país.
Hay otro pequeño pero activo, compuesto por quienes tienen una visión individualista de la democracia, confundiendo a ésta con la libertad de que cualquiera diga lo que piensa, tenga las armas que desee, manejen a la velocidad que quieran: defienden la libertad individual a toda costa, incluso a costa de los demás.
Y no se puede olvidar a los económicamente liberales y neoliberales, que consideran al PT como intervencionista y asistencialista, y defienden el estado mínimo, la ausencia de presupuestos para los más vulnerables socialmente, alimentando el trabajo informal y el pago en negro, beneficiados por el régimen bolsonarista y deseosos de conservar sus privilegios.
Es erróneo imaginar que Brasil tiene 58 millones de electores antidemocráticos o neofascistas. La base electoral de Bolsonara es más compleja y los neofascistas, aunque muy activos, son una gran minoría.
La base electoral bolsonarista es una gama social compleja, movida por intereses distintos. Algunos tienen sesgo ideológico, otros son más pragmáticos o coyunturales. Los primeros serán difíciles de desmontar, pues es una oposición basada en creencias y valores, aunque sean irracionales. Los segundos, son desmontables, con beneficios, posturas y actitudes que desmientan algunas falsas nociones sobre Lula y el PT, dicen los analistas.
Juraima Almeida Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
Fuente: https://estrategia.la/2022/11/06/lula-debera-desarmar-el-monstruo-fascista-para-poder-gobernar/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.