La compleja tarea de contemplar intereses de los 11 partidos que gobiernan en coalición a Brasil llevó al presidente Luiz Inácio Lula da Silva a demorar para fin de este mes la designación de los ministros que lo acompañarán en su segundo mandato, iniciado el 1 de enero. La «indefinición política» es la reina del […]
La compleja tarea de contemplar intereses de los 11 partidos que gobiernan en coalición a Brasil llevó al presidente Luiz Inácio Lula da Silva a demorar para fin de este mes la designación de los ministros que lo acompañarán en su segundo mandato, iniciado el 1 de enero.
La «indefinición política» es la reina del escenario hasta que no se conozca cuántos ministros tendrá el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), lo cual demuestra el poder que tiene como principal aliado del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), liderado por el mandatario, explicó a IPS Luciano Dias, analista del Instituto Brasileño de Estudios Políticos.
El PMDB, considerado una fuerza de centro que responde a muchos dirigentes locales defensores de intereses difusos, se dividió entre oficialistas y opositores en el primer período presidencial de Lula, iniciado en 2003. Pero ahora formalizó su adhesión en pleno al gobierno, una decisión que resultó decisiva para que éste contara con mayoría parlamentaria.
Con 90 diputados y 20 senadores, el PMDB tiene la mayor representación en las dos cámaras legislativas del Congreso Nacional.
Esos 110 legisladores del PMDB sumados los 82 diputados y 11 senadores del PT aún quedan lejos de alcanzar la mayoría absoluta en el Congreso conformado por los 81 escaños del Senado y los 513 de la Cámara de Diputados. La fragmentación política brasileña, con 20 partidos representados en esa instancia de poder, dificulta la gobernabilidad.
El apoyo de otros partidos, pequeños y medianos y que van de la izquierda a la derecha del marco ideológico, es indispensable para que el gobierno pueda aprobar sus propuestas.
Lula no pudo obtener la reelección en la primera vuelta de octubre y en la segunda realizada ese mismo mes logró 60 por ciento de los votos en este país de más de 188 millones de habitantes. En esta segunda experiencia de gobierno, además del PT y del PMDB, lo acompañan los partidos Socialista Brasileño, Democrático Laborista, Renovador, Laborista Brasileño, Comunista de Brasil (PCB), Verde, Social Cristiano, Progresista y Republicano Brasileño.
Lula dispone de una situación más cómoda que en su anterior gestión, al contar con el respaldo formal de dos tercios de los parlamentarios. Pero nada es seguro en una vida política como la de Brasil, donde la fidelidad partidaria brilla por su ausencia, frente a intereses específicos y coyunturales provocadores de disensiones variados.
En la designación el 1 de este mes del nuevo presidente de la Cámara de Diputados, por ejemplo, la coalición gobernante se dividió entre dos candidatos. El triunfo de Arlindo Chinaglia, del PT, dejó heridas abiertas entre los pequeños partidos izquierdistas que apoyaron la reelección de Aldo Rebelo, del PCB.
Para suerte del oficialismo, también la oposición se dividió y sufre un proceso de corrosión, con algunos de sus parlamentarios en proceso de mudanza a filas gubernamentales.
El conservador Partido del Frente Liberal es un buen ejemplo de este fenómeno, bastante usual en este país, pues ya perdió tres de los 65 diputados que consiguió en las elecciones de octubre y el éxodo continúa.
Sin embargo, el cuadro sigue confuso, con el PMDB reclamando seis ministerios, el doble de los que comanda actualmente, muchos ministros en condición de cesantes y perspectivas de disputas más intensas que paralizan el gobierno, según Dias.
Ante tal cuadro de situación, no se puede esperar la adopción de medidas antes anunciadas como prioritarias, como la reforma política para reordenar los partidos y el proceso electoral, acotó.
El deterioro institucional, reflejado en los escándalos por casos de corrupción que estallaron el año pasado e involucraron a numerosos parlamentarios de distintos partidos y a ministros, seguramente proseguirá, sentenció.
Por otro lado, el Programa de Aceleración del Crecimiento, anunciado el 22 de enero como un cambio para «destrabar» la economía, no generó entusiasmos. Las cifras sobre inversiones en los próximos cuatro años son abultadas, 503.900 millones de reales (235.000 millones de dólares), pero la mayor parte se refiere a viejos proyectos ya previstos y algunos ya en marcha. Las dudas sobre una efectiva expansión económica, a un promedio de cinco por ciento al año como se proyecta, se acentuaron dos días después, cuando el Banco Central desaceleró la reducción de su tasa básica de interés, bajándola de 13,25 por ciento anual a 13 por ciento, frustrando así las expectativas de una rebaja mayor.
Brasil se mantiene con las más altas tasas de interés real del mundo, es decir descontando la inflación.
Ante ese anuncio no faltaron las críticas, centradas en presuntos enfrentamientos al interior del gobierno, con ministros del área económica pugnando por promover el crecimiento y frente a un Banco Central que pone trabas.
Esos cuestionamientos a la política monetaria se acentuaron en el PT y otros partidos oficialistas de izquierda, a la vez de que ganaron fuerza entre empresarios y economistas, en especial tras la nueva apreciación del real (moneda local) frente al dólar.
La cotización del dólar, que se mantenía estable en 2,15 reales, bajó a 2,09 el miércoles 7. Es «una tragedia» para las exportaciones, calificó el presidente de la Asociación Brasileña de Comercio Exterior, Benedito Moreira. Empero, los defensores de la política monetaria recuerden que Brasil obtuvo un superávit comercial de 46.077 millones de dólares en 2006.
El problema es que algunos sectores, especialmente los que emplean más personas, como la industria textil, de calzados o madera, están perdiendo ventas externas y la competencia interna con productos extranjeros. Eso ha llevado incluso a que algunas plantas tuvieran que cerrar sus puertas.
La industria brasileña en general está ampliando la participación de componentes importados en sus productos finales.
Brasil vive un proceso de desindustrialización precoz, según algunos economistas como Luiz Bresser Pereira, ex ministro de Hacienda y de la Administración Pública.
Sin cambios o novedades en sus políticas, el segundo gobierno de Lula corre el riesgo de no aprovechar el entusiasmo inicial, el llamado capital político representado por los 58 millones de votos que obtuvo en las elecciones de octubre.