La reaparición de Lula adquiere aires divinos en medio de la tragedia de la «nueva era». La derecha lúcida parece capitular.
El juez del STF (Supremo Tribunal Federal), Luis Fachin, declaró la nulidad de las condenas de Lula por el ex juez y actual consultor de empresas Sergio Moro en el tribunal de Curitiba, en casos relacionados con la Operación Lava Jato, y conmocionó a un país que ha superado la marca de 2.000 muertes diarias por el nuevo coronavirus. Al día siguiente, el voto de suspensión de Sergio Moro por el mismo STF fue pospuesto, para que el ex presidente reaparezca con sus derechos políticos y tapar el olor a impunidad general con la posible anulación de varios veredictos de la Operación.
Esto no significa que Lula esté libre de condena, sino sólo que su caso terminará en el tribunal del Distrito Federal (Brasilia), y sólo puede haber condena después de la decisión final del tribunal o del STF. Básicamente, será tratado como los demás imputados en la Operación, que aparentemente nunca juzgará a sus amigos Michel Temer y Aécio Neves (este último acaba de ganar la presidencia de una comisión en la Cámara de Diputados, en su silencioso pero cómodo ostracismo).
El choque
Al día siguiente, Lula se presentó en público y, en un discurso de hora y media ante la prensa, se puso el país bajo el brazo. Se mostró indignado por haber sido agraviado, pero dispuesto a establecer bases cordiales para las disputas políticas. Atacó el absurdo sabotaje del gobierno federal y concretamente de Bolsonaro en el tratamiento de la pandemia. Dio mensajes contundentes a las Fuerzas Armadas y al «dios del mercado».
El impacto fue monumental. Las redes de mentira bolsonaristas callaron. Los medios de comunicación corporativos capitularon en gran medida ante el mensaje. Desde el martes por la noche, Globo se ha esforzado por desconectar su imagen de oficina de prensa acrítica del Lava Jato. El discurso de la supuesta polarización de «extremos peligrosos» entre el bolsonarismo y la izquierda se disparó. La repercusión internacional es inequívoca: a diferencia de lo que ha ocurrido desde Temer, el mundo ha vuelto a prestar atención a Brasil sin desprecio.
Bolsonaro sintió inmediatamente el golpe y no tardó en promover un evento en el Planalto, en el que apareció con una máscara y habló a favor de las vacunas. Incluso su hijo, que acaba de comprar una mansión, habló de «decenas de millones de vacunas en los próximos meses». Por supuesto, la naturaleza del escorpión habló más fuerte y el veneno de la mentira y la desinformación se inoculó de nuevo: el presidente recetó sus medicamentos sin eficacia y el hijo no fue capaz de especificar los números de las dosis aplicadas, ya que el plan de inmunización es un fiasco y el Ministerio de Salud ocupado por un general que iba a enviar las vacunas a la Amazonía, pero terminó enviándolas a Amapá, disminuye sus previsiones de aplicación con cada actualización.
El Congreso no se quedó atrás y avanzó en los debates del PEC (Proyecto de Enmienda Constitucional) de emergencia, que autorizaría el gasto de 44 mil millones de reales para auxiliar a las capas más vulnerables de la población en esta nueva explosión del coronavirus en Brasil.
Lucha y conciliación de clases
Nada aparece sin atar. Mientras Sérgio Moro acumula dólares en el extranjero, en el mismo nicho de mercado que abrió con sus investigaciones, manifiestamente alineado con una agenda política y económica extranjera, Brasil acumula cadáveres, día tras día. El cansancio y el odio hacia el bloque neofascista de aventureros absolutamente incapaces de ejecutar cualquier tarea que requiera un Estado, se acumulan.
Daniel Silveira, el policía fanfarrón que acumuló más de 60 infracciones administrativas en la Policía, sigue preso después de lanzar ofensas y amenazas al STF, más específicamente al juez Alexandre de Moraes. Gilmar Mendes cargó la ametralladora en dirección a Sérgio Moro en su actuación como juez/fiscal del caso Lula.
Como ya se ha dicho, el ritmo de vacunación es ridículo. Según el demógrafo y economista José Eustáquio Diniz Alves, acabaremos marzo con 300.000 muertos y, de seguir con este nivel de gestión, 500.000 en septiembre. Cabe recordar que Diniz había pronosticado 40.000 muertes hasta el final del primer semestre de 2020 si Brasil tenía una mala gestión de la pandemia. Y el país de Bolsonaro fue capaz de terminar junio con 59.000 muertos.
Aislados internacionalmente y sin vacuna, finalmente los dueños del país se dan cuenta de que ya no es posible. Al fin y al cabo, esto es a lo que llevaron a la sociedad con el delirio del antipetismo. O empezamos a arreglarlo, o en algún momento las convulsiones sociales serán absolutamente inevitables. La resistencia política del mayor partido de masas de la historia de Brasil parece ser reconocida por una institucionalidad que no fue capaz de dar nada al pueblo, sólo a los mercados, en estos últimos 5 años.
Es notable el esfuerzo de varios actores políticos mediáticos por deconstruir la idea de «extrema izquierda peligrosa» con la que contaminaron al país. Al fin y al cabo, la lista de ideólogos y agitadores de extrema derecha con paso por este espectro mediático «moderado» es extensa (hay que tener en cuenta que todavía hay una enorme parte de los medios de comunicación fanatizados por el antipetismo y que claramente merecen ser clasificados como de extrema derecha).
Por último, han aparecido analistas dispuestos a debatir honestamente las posiciones históricas del PT y sus prácticas reales. Un partido de centro-izquierda con posiciones que la cultura política enmarca como socialdemócratas y laboristas, sin más.
El movimiento se hace también porque es necesario desvincular la imagen de los liberales con el gobierno de corte nazista y su catástrofe actual. Para ello, es necesario bajar el decibelio de la retórica del odio anticomunista que, al final, sólo capitalizó la extrema derecha (¿podría ser diferente?).
Asumir que los gobiernos de Lula fueron conciliadores y tolerantes con la derecha política, incluso integrando nombres como José de Alencar (gran empresario textil y fiel evangélico, vicepresidente de Lula: ndt) y Henrique Meirelles (ex gerente del Boston Bank y presidente del Banco Central con Lula: ndt) durante sus mandatos, es una vuelta a la razón. Dejar claro que el petismo no tiene nada que ver con un gobierno que miente todos los días, se burla de la muerte de las personas y trabaja para armar a su militancia de racistas, machistas y fascistas es reconstruir los puentes que ayudaron a destruir.
Porque la Operación Lava Jato, como la definió André Singer en su libro «Las contradicciones del lulismo», «es una operación a la vez republicana y discrecional. Utilizó suposiciones correctas para allanar el camino a un impeachment fraudulento de un partido al que la derecha tradicional no conseguía vencer en las urnas. El cálculo, por supuesto, era que todo acabaría con el PSDB en el gobierno federal. El tiro salió por la culata y el país entró en una trayectoria suicida de disolución de sí mismo.
La condena a Lula siempre estuvo en la cima de la lucha de clases (y del odio). Estamos ante el principal líder de la historia de la clase trabajadora brasileña y el único partido fundado en las bases populares de la sociedad que ha elegido un presidente. El objetivo siempre ha sido todo el campo popular. Siempre se ha aplicado el mismo discurso de odio y mentiras hasta la extenuación contra los sindicatos y los movimientos sociales. Incluso el término «república sindicalista» utilizado en la preparación del golpe militar de 1964 fue rehabilitado por la «prensa democrática».
Intentaron implantar la narrativa de que fue de un sector no burgués, organizado en torno a un proyecto de sociedad que no era oligárquico, de donde vino el «mayor caso de corrupción de la historia».
Se repitieron los fraudes políticos del “udenismo” (en referencia a la ex Unión Democrática Nacional, partido conservador y golpista: ndt) de 1964 y de 1989. Los resultados, para las masas, también se repitieron: reducción de derechos y salarios, aumento de la explotación laboral, horizonte de vida precario; oligarquías robando al Estado y economía desindustrializada, desnacionalizada y dependiente a niveles intolerables.
Para las clases dominantes, cualquier avance en la vida material de las masas es tratado, de hecho, como una «amenaza comunista». Los limitados progresos que se observaron a principios de este siglo se vieron pronto afectados por los intereses y la corrección monetaria. Lo poco que conquistaron los de abajo ha sido retirado. Una vez más: era la lucha de clases por encima de todo. Así, la «lucha contra la corrupción» es sólo la única retórica posible de una élite todavía esclavizadora, racista, segregacionista, ecocida y genocida. Esto, sí, ha mostrado un carácter extremista en relación con el tejido social.
En efecto, de 2016 para acá, todo fue para el capital, nada para el trabajo. Brasil fue embolsado por una pequeña casta de capitalistas que hacen del país, sus empresas y recursos naturales meros activos financieros del juego internacional de los mercados, de la llamada «élite globalista», de la que forma parte el sociópata no menos fascista Paulo Guedes. Recordemos que el ministro de «Economía» («Finanzas» es un término demasiado sofisticado para los enanos que han secuestrado el país) ha evocado el tenebroso AI-5 (Acto Institucional 5, decretado en 1968, inauguró el periodo más represivo de la dictadura militar: ndt) y mucho peor. Nada está ahí por casualidad.
Contra la «polarización», sólo el impeachment
Más allá del discurso ensayado de quienes sueñan con una supuesta alternativa de derecha moderada, existe un peligro real de polarización ciega, pasional y relativamente vacía de avances concretos.
Por un lado, un proyecto criminal y nazista dispuesto a ir a por todo o nada -porque el bolsonarismo es rehén del caos y la histeria permanentes como método de gobierno, articula mafias de baja estofa y ya ha mostrado sus rasgos golpistas-. Por otro, una izquierda que «no lo hizo» cuando tenía el 80% de aprobación y ahora vuelve con ideas recalentadas, por no decir vagas.
Por supuesto, cuando Lula habla de las cadenas productivas del sector del petróleo y el gas, se da aires divinos ante la idiotez privatizadora que destruyó decenas de millones de empleos y, literalmente, vende el petróleo a precio de guaraná Dolly para luego comprar combustible en dólares a los EEUU. Pero en general es un proyecto socioeconómico similar al de sus gobiernos, aunque en condiciones mucho menos favorables de reproducción.
No es de extrañar que el ex presidente se vea obligado a hacer declaraciones enfrentadas al mercado y a defender el papel del Estado como organizador de la economía, inductor del crecimiento y protagonista de las políticas públicas.
Y parece que no hay nada que pueda evitar esta centrifugación de las energías políticas y militantes de aquí a 2022. El único antídoto parece ser un fuerte movimiento de impeachment y criminalización de Bolsonaro y su núcleo central. Razones no faltan, porque como mostró un estudio de la Facultad de Salud de la USP (Universidad de San Pablo), el presidente trabajó deliberadamente a favor de la muerte. La necropolítica y su eliminación de los cuerpos no rentables, rápidamente sustituibles en la enorme masa de desempleados, son hechos en el capitalismo del desencanto.
Esto significa que la izquierda y la llamada derecha moderada deben darse la mano, luchar seriamente por la eliminación política del bolsonarismo y jugar limpio en 2022, aceptando que quien gane, ha ganado.
Pero parece que andamos en círculos: ¿esa derecha moderada que siempre ha vendido odio y pasa el tractor privatista mientras la República se derrite, por casualidad, sabe jugar limpio?
Además, ¿se dispone a enfrentarse a los militares, dada su reciente y truculenta participación política? ¿Puede abandonar su política de una sola nota y retroceder parcialmente, especialmente en lo que respecta al Techo de Gasto, y a todas las bravatas económicas que reducen las inversiones sociales (que la derecha llama “gasto”) año tras año? ¿Será capaz de entender a los trabajadores como sujetos de derechos y protección social o apoyará absurdos como desvincular legalmente a los repartidores y conductores de apps de las empresas que lucran con su trabajo?
Difícil imaginar una convivencia pacífica a largo plazo con los representantes de una casta que sólo sabe ganar robado (y exige en exceso), que nunca hizo nada bueno para el pueblo brasileño y nos devuelve a la condición de granja agraria-financiera tipo siglo XIX.
Es en medio de todo eso que Lula resurge como salvador de la patria.
Traducción: Ernesto Herrera, para Correspondencia de Prensa.
Fuente (de la traducción): https://correspondenciadeprensa.com/?p=17372
Fuente (del original): https://www.correiocidadania.com.br/2-uncategorised/14563-lula-o-estadista-possivel-numa-terra-de-anoes