Difícil imaginar que a sus 67 años y con toda una exuberante historia personal de reflexión y práctica haga concesiones. Ni a la situación política brasilera, ni a la gestión de su amigo Lula, ni a las limitaciones propias de un tibio proceso de reformas en marcha. Leonardo Boff, teólogo franciscano y militante social desde décadas, tampoco reduce su mirada a las fronteras de Brasil. Para él, en su visión global del hombre y la naturaleza, todo tiene su lugar y su importancia. Desde cada paso de la construcción cotidiana del movimiento popular, hasta la denuncia de un sistema mundial hegemónico que conduce irremediablemente a la autodestrucción del planeta. Y no duda, incluso, en lanzar un grito de alarma: «¿No habrá acaso llegado el momento de desaparecer y dejar la tierra libre de ese cáncer que somos nosotros?»
P: Casi ya cuatro años del gobierno Lula, con las próximas elecciones presidenciales en vista…. ¿Qué deja esta experiencia?
R: Fui uno de los más entusiastas cuando se dio la elección de Lula. Escribí más de diez artículos sobre la revolución brasileña que sería inaugurada por él. Fue mi ilusión y desilusión. Tuve que confrontarme al «realismo» de la política de lo posible en el cuadro histórico en que se mueve la sociedad brasileña.
Nunca hay que olvidar que estamos sentados sobre el pasado colonial; sobre el genocidio de los indígenas -eran seis millones cuando vinieron los portugueses, hoy son apenas ochocientos mil-; sobre el esclavismo (doce millones de negros fueron arrancados violentamente de África y traídos a Brasil y hoy son sesenta millones de afro descendientes); y sobre una elite que tiene, según datos del Banco Mundial, los más altos niveles de acumulación del mundo. Un rico común en Brasil es mucho más rico que un inglés o un norteamericano. Al lado de todo esto, existe una masa enorme de «empobrecidos» que sólo a partir de la mitad del siglo pasado logró organizarse en movimientos sociales y sindicatos libres, que fueron acompañados por sectores importantes de la Iglesia Católica. Que inventó y promovió las comunidades de base y las pastorales sociales de la tierra, techo, salud, educación, derechos de los pobres y otras iniciativas similares.
Cambiar esta realidad histórica tan condicionante exigiría una revolución. Lula, a mi juicio, no tenía la consciencia suficientemente clara de su misión histórica. Su preocupación inicial fue la de salvar al país de un desastre económico inminente en detrimento de las grandes reformas estructurales que podrían, éstas sí, salvar la nación del desastre. Se desperdició una oportunidad. Él pertenece a la parte más izquierda del sistema imperante, pero no deja de ser un elemento del sistema.
Por eso los grandes organismos económicos mundiales y los principales Jefes de Estado están tan felices con él. Se pospuso la tan temida revolución desde la periferia…
«SE DESCOLGÓ DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES»
P: ¿Esta reflexión implica un balance más negativo que positivo?
R: A pesar de estos límites, Lula ha hecho lo que ningún gobierno antes había intentado: dar mucho más énfasis a los temas sociales. En esa esfera, de hecho, el Gobierno fue innovador con la «Bolsa de Familia»; «Luz para todos»; el apoyo a la agricultura familiar y otros proyectos sociales. Con estos planes se han beneficiado cerca de once millones de familias lo que equivale a unas cuarenta millones de personas. Pero hay que ver este avance en el contexto de la política global. Mientras transfiere diez mil millones de reales – un dólar equivale a 2,12 reales- a los proyectos sociales, otorga ciento cuarenta mil millones de reales al sistema financiero que le presta el dinero necesario para llevar adelante su política y le permite pagar las cuentas gubernamentales. Esta contradicción es dolorosa y muestra como la macroeconomía neoliberal sigue chupando la sangre del pueblo, mientras selectivamente atiende sólo las exigencias de una pequeña porción de la población. Así los operadores de la macroeconomía tranquilizan su mala conciencia, y al mismo tiempo Lula se muestra fiel a algunas raíces de su biografía personal.
P: Saliendo del plano estrictamente brasilero y teniendo en cuenta las enormes expectativas que el Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) creó en amplios sectores del continente… ¿En qué medida una experiencia de esta naturaleza fortalece o debilita al movimiento social en su conjunto, en sus apuestas estratégicas de cambio?
R: A mi juicio, una de las limitaciones del Gobierno Lula fue descolgarse de los movimientos sociales que eran su base real de sustentación y apoyo. Prefirió optar por una base de apoyo parlamentaria articulada con partidos que no tenían nada que ver con el ideario del PT. Hay que reconocer que Lula no criminalizó a los movimientos sociales como se hacía sistemáticamente antes, aunque no les dio la importancia que les correspondía porque consideraba que ya estaban de su lado. Entre ellos hay mucha decepción y hasta rabia. Pero tienen inteligencia política. Dicen: «Lula es nuestro, viene de nuestro lado, conoce nuestras tribulaciones». Por más errores que haya cometido no vamos a entregarlo a la burguesía. Al revés, vamos a presionarlo para que se reconvierta a sus antiguos sueños y como el hijo pródigo del Evangelio redescubra el camino de vuelta hacia los movimientos sociales. Votarán por Lula pero con el propósito de cobrarle las antiguas promesas y de algún modo, atenuar o cambiar la propuesta macroeconómica del Gobierno.
«A LULA LE FALTO VALENTÍA»
P: Un balance tan mitigado de la parte de los actores y movimientos sociales, nos confrontan a la pregunta de fondo sobre la viabilidad de cambios profundos en Latinoamérica el marco de un sistema de democracia formal parlamentaria…
R: Objetivamente lo que se necesita es una revolución. Pero sabemos que el tiempo de las revoluciones clásicas ha pasado. Es decir, la revolución posible en el cuadro globalizado de la política mundial bajo el imperio norteamericano implica meter, lentamente, cuñas en las brechas del sistema. Esto lo ha entendido el presidente de Argentina Néstor Kirchner. No ha dicho al sistema financiero mundial y a Bush: «no voy a pagar la deuda». Lo que constituiría un atentado contra el sistema y su lógica. Ha dicho: «yo pago. Pero por cada dólar pagaré solamente diez centavos». Y tuvieron que contentarse con esto. Lula tenía mucha más autoridad moral para hacer algo parecido y quizás, incluso, más radical. Pero le faltó valentía, la capacidad de captar la potencialidad de una situación y actuar en correlato con determinación. Fue otra ocasión desperdiciada. Ahora tenemos que contentarnos con reformas que alivian los problemas, perpetuándolos, sin cambiar la estructura de base, lo que significaría una revolución o el comienzo de la misma.
«JUAN PABLO II DECAPITÓ A LOS PROFETAS»
P: ¿Los teólogos progresistas, la iglesia de avanzada, tienen en esta etapa una palabra/reflexión profética para relanzar la esperanza en Brasil? ¿Qué habría realmente que inventar en esta etapa para alentar la esperanza?
R: La actuación conservadora del Papa Juan Pablo II ha decapitado a los profetas. Para la política en América Latina, es decir, para la práctica de la Iglesia en la sociedad y su enraizamiento popular, ese papado fue un flagelo. Otra cosa hubiera sido si el Papa hubiera tenido una mínima iluminación espiritual y una sensibilidad pastoral hacia la pasión dolorosa del pueblo latinoamericano, cristiano y explotado. Si hubiera apoyado a las comunidades eclesiales de base – y la dimensión liberadora de la fe con su reflexión llamada teología de la liberación-, sustentándolas en las conferencias nacionales de obispos en vez de someterlas a pesada vigilancia llevándolas hasta, en algunos casos, a una verdadera desmoralización. Si todo hubiera sido de otra manera, diversa sería la situación política de América Latina. Su ceguera anticomunista le ha impedido ver lo nuevo que nacía en esta parte del continente que no tenía nada a ver con el marxismo pero sí mucho que ver con una alternativa viable al capitalismo salvaje imperante. Por lo tanto, otra ocasión desperdiciada. Vivimos en los últimos veinte años pérdidas irreparables y un invierno espiritual implacable. Recién comenzamos a rehacernos. Surgen algunos profetas y se reaniman las comunidades, no por contar con el apoyo de Roma, sino por que quieren dar una respuesta apropiada, desde el Evangelio, a la miseria a la que están sometidos tantos millones de seres humanos.
P: La experiencia brasilera actual nos indica un cierto agotamiento de las formas tradiciones de hacer política. O de la política como mecanismo «tradicional». ¿Desde dónde habría que destrabar y superar este freno?
R: Es voz corriente que la forma de representación social mediante los partidos está absolutamente obsoleta. Es engañadora y permite la reproducción de las condiciones de desigualdad y de injusticia social. La convicción que crece en los movimientos sociales como los «Sin Tierra», que acompaño, es que este tipo de democracia es buena para mantener la situación, pero inadecuada para hacer los cambios necesarios que respondan a las demandas fundamentales del pueblo. Lo que se está pensando es dar un carácter político a los movimientos sociales que hasta ahora tenían apenas un perfil social. Es decir, transformar el poder social acumulado en un poder político por encima de los partidos o atravesando los partidos; creando articulaciones con sectores de partidos que se propongan cambios sustanciales en la sociedad. Esta iniciativa está madurando en varios movimientos sociales en Brasil y ya se están articulando en este sentido para,
eventualmente, hacer su aparición oficial aún en estas elecciones presidenciales de octubre. Yo no sé cual es el camino. Pero estoy convencido que el mismo se hace caminando.
«O CAMBIAMOS O MORIMOS COMO ESPECIE»
P: Al mismo tiempo que «se desperdician oportunidades», los grandes poderes económicos no dudan ni un segundo. Las grandes empresas transnacionales avanzan, masacran especies y biodiversidad. ¿No es casi dramática esta complementación entre gestión política decepcionante y destrucción abusiva cotidiana del planeta?
R: Este es un tema que me ha ocupado bastante en los últimos años, escribiendo, hablando, intentando influenciar políticamente sectores del Gobierno Lula. A excepción de la Ministra del Medio Ambiente, Marina Silva, que piensa como nosotros, este discurso es considerado como de locos en una sociedad pretendidamente de bien pensantes. Todos hablan de crecimiento. Lula es el que más habla. Todos los administradores del mundo, desde los Gobiernos hasta las corporaciones más sencillas se proponen crecer más y más. Infeliz del país que no presente porcentajes importantes de crecimiento cada año. Pero este objetivo es suicida. La Tierra no aguanta el tipo de producción y consumo que supone y que propone explotar sistemáticamente todos los recursos disponibles de la naturaleza. China e India van a hundir la humanidad, por que son como una esponja que chupa todos los recursos posibles del planeta. Y ambos tienen una clase media de
trescientos millones de personas -equivalente a toda población de Europa- que quiere consumir a la occidental. Esta lógica nos lleva al abismo. No soy yo quien lo dice. Sino los grandes nombres de la ecología, de la astrofísica como el astrónomo inglés Martin Rees, en su libro «La hora final», o el promotor de la teoría Gaia, James Lovelock, en su reciente libro «La venganza de Gaia». Ellos nos anuncian escenarios dramáticos para los próximos años. Estoy convencido de la teoría que dice que el ser humano no aprende nada de la historia pero que aprende todo del sufrimiento. Esto es trágico pero parece ser el camino infalible del aprendizaje. O cambiamos, o morimos como especie.
P: La tierra en crisis, amenazada por un sistema. ¿De dónde vendrán las fuerzas para poder estructurar una propuesta alternativa diferente para frenar esa tendencia?
R: Pienso que la crisis es tan global que ya no funcionan políticas convencionales ni extraordinarias. Solamente una coalición de fuerzas basadas en una ética mínima fundamental, en otros valores que pongan la vida, la Tierra, la humanidad y la naturaleza en el centro. Esta coalición podrá ofrecer una alternativa que nos pueda salvar. Cada año desaparecen, naturalmente, en el proceso de la evolución, trescientas especies de seres vivos. Con la agresión sistemática de los humanos desaparecen cerca de tres mil. Esto equivale a una verdadera devastación. Pregunto: ¿será que no ha llegado el momento de desaparecer y dejar la tierra libre de este cáncer que somos nosotros y permitir que siga el proceso de la evolución con la aparición de otras formas de vida y con otro sentido de cooperación de todos con todos? Ya que el espíritu y la conciencia están primero en el cosmos y solamente después en nosotros, esta desaparición de la especie humana no sería una tragedia absoluta. Dentro del proceso de la evolución, el principio de inteligibilidad y amor reaparecerían en seres complejos y de un orden más alto. Espero que con mas compasión y ternura que nuestra especie…
P: Sigue siendo la vida de la tierra uno de tus temas principales de reflexión… ¿Se sigue sintiendo sobre todo teólogo o «simple enfermero» de la Pachamama?
R: Las religiones pueden tener una función pedagógica muy grande en le proceso de respeto, salvaguardia y veneración de lo creado. Todas ellas dan centralidad a la vida. Más que hablar de naturaleza, hablan de creación que salió de las manos del Creador. Ellas pueden educar a las personas a cuidar de esta herencia que nos fue entregada por Dios. Debemos comprendernos, y esto está en el capítulo segundo del Génesis – como jardineros y cuidadores del Jardín del Edén. Esta es nuestra misión: cuidar, regenerar lo dañado y permitir que todos puedan convivir. Mejor aún: no permitir que la selección natural que privilegia los más aptos y fuertes prevalezca en el proceso de evolución. Nuestra misión debe ser la de salvar los débiles, permitir que sigan dentro del proceso que ya tiene por lo menos 13 mil millones de años de existencia. El propósito de la evolución no se resume en privilegiar a los más fuertes, sino en permitir que cada ser, también los débiles, muestren nuevas posibilidades de la naturaleza, revelen dimensiones nuevas que vienen del Abismo alimentador del Todo (el vacío cuántico como lo llaman los cosmólogos) y que yo prefiero llamar la Fuente originaria de todo el ser, en una palabra, la reverencia o Dios.
* Colaboración E-CHANGER, ONG de cooperación solidaria
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La vida y la muerte según Boff
«Yo acepto la vida y la muerte como dimensiones del proceso de la evolución. Todos somos mortales no por defecto sino por marca evolutiva. Pero hay que entender bien la muerte. Ella es una invención inteligente de la vida para que cada uno pueda progresar, pasar a niveles más altos de complejidad y de comunicación. No nacemos para morir. Morimos para vivir más y mejor. En lenguaje cristiano: morimos para resucitar. Desde que irrumpió en el proceso de la evolución, en nuestra galaxia, en nuestro sistema solar y en la Tierra, la conciencia y la capacidad de percibir un hilo conductor que liga y religa a todas las cosas; desde que surgió la percepción de que hay una Energía originaria por detrás de todos los movimientos y un Espíritu que a todo preside; alcanzamos un punto altísimo en el proceso global. Los humanos lo denominan Dios, Javé, Tao, Olorum, Krishna y otros mil nombres a esta realidad. Se han curvado con reverencia y profunda veneración delante de ella. Por eso a mi juicio el próximo paso para nosotros humanos es morir para encontrarse con esta Suprema Realidad, hecha de amor, enternecimiento y compasión. Ella nos espera y cuando llegaremos seguramente nos dirá: *Caramba, hijito mío, hijita mía, ¡cómo tardaste en llegar! Tenía una infinita nostalgia de vosotros. Finalmente llegasteis. Vamos a convivir para siempre, de eternidad a eternidad*. Y nos cubrirá de besos y abrazos. Cada uno estará contento y feliz como quien está en el seno del Padre y de la Madre de infinita bondad.» (Sergio Ferrari)