Recomiendo:
0

Machuca

Fuentes: Rebelión

En la corta historia de la humanidad (corta si medimos por el tiempo de las estrellas o de la evolución natural) siempre se ha dado una situación de desigualdad y de lucha de clases, algo que demuestra que no es todavía verdadera Historia en lo que vivimos, sino continuación de la Prehistoria. Un estado de […]

En la corta historia de la humanidad (corta si medimos por el tiempo de las estrellas o de la evolución natural) siempre se ha dado una situación de desigualdad y de lucha de clases, algo que demuestra que no es todavía verdadera Historia en lo que vivimos, sino continuación de la Prehistoria. Un estado de cosas cuyo origen ya nos narraba Rousseau en 1754, en ese su famoso Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, del siguiente ilustrativo modo:

«El primero que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenado la zanja, hubiera gritado a sus semejantes!: «¡Guardaos de escuchar a este impostor!; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie»».

Quien quiera ver todos los intentos de paliar la injusticia que lo antecedente registra no tendrá más que fijarse en la Historia de las Revoluciones y Contrarrevoluciones, las primeras procurando construir un mundo más justo, las segundas destruyendo esos intentos. Lo sorprendente es que no ceje el ser humano en tal empeño y que por cada libertario que asesinan los conservadores surjan otros diez. Parece como si la sangre revolucionaria derramada impregnase la tierra, fuese bebida por ella y produjese nuevos frutos.

Siempre que se ha intentado crear una sociedad equitativa no sólo mediante la violencia sino siguiendo las reglas establecidas por la democracia burguesa, casualmente, se ha producido un golpe de Estado con el que los militares han decidido enderezar tan torcido empeño y restablecer la normalidad y el orden de los de siempre. El caso de la República española de 1936 o el de la sociedad chilena de 1973 han quedado en los Anales de la Historia como paradigmáticos de la trampa de la sociedad burguesa, de un mundo en que una pseudo-democracia se admite sólo en la medida en que la política no mande sobre la economía. Si la política decide votar comunista y la política amenaza con dejar de ser sierva del capitalismo entonces, entonces coincide siempre, ¡vaya casualidad!, que los militares deciden que hay demasiados rojos en el planeta y deben ser exterminados.

La reciente película «Machuca» (Andres Wood, España-Chile 2004) narra magistralmente en el pequeño espacio de un colegio, el destino de la sociedad chilena en 1973, cuando el niño burgués Gonzalo Infante, trasunto del director de la película, y el niño lumpenproletario Pedro Machuca, llegan a estudiar juntos y lograr una amistad saltando el muro que les separaba. El racismo sempiterno que desde el mito de los arios hasta nuestros días ha ido parejo al desigual reparto de riqueza, correspondiéndoles a los blanquitos y rubitos la posesión de la tierra y de los beneficios que genera ésta y a los negritos o cobrizos el trabajo y el sudor, fue en algunos momentos, más o menos duraderos, subvertida. En la URSS durante 70 años que hoy se denuestan y calumnian desde los media del capitalismo hegemónico.


(«El pastor de llamas y la niña blanca».
Foto de Francisco Pozo Pino.
Tomada entre Puno y Cuzco en el Perú, en Noviembre de 2001).

Buena parte de la sociedad chilena que votó por el Presidente Allende y logró su elección intentó acabar con «lo de siempre», con que los pobres limpien los baños de los ricos desde la niñez hasta la vejez mientras que los ricos se educan en la escuela, aprenden idiomas, cultivan su razón y su sensibilidad, heredan propiedades y esclavizan a los de siempre. Por un tiempo Pedro Machuca estuvo en la misma clase que Gonzalo Infante, cosa que hoy día sólo ocurriría en Cuba, durante un breve lapso de tiempo se mostró posible destruir el muro, tirar la cerca y eliminar el origen de la desigualdad.

Ahora se intenta en Ecuador, en Venezuela, en Brasil y los de siempre, los banqueros, los capitalistas, junto a la canalla de los tenderos, creen que lo normal es lo aberrante y que lo que no es normal es la igualdad, la justicia y la libertad. Pero se seguirá intentando una y otra vez y su consecución mayoritaria y definitiva, como ya dijo Marx, marcará el final de la Prehistoria de la Humanidad y el comienzo de la verdadera Historia.