Cronopiando Ya se ha convertido en un tópico más, cuando se habla de Latinoamérica, apelar al llamado realismo mágico para explicar la folclórica crónica diaria americana en la que nunca faltan los Aureliano, las Rebecas, los Milquíades, las Ursulas, los Macondos. Habitiuales secciones de la prensa como «Mundo Insólito» o «Aunque usted no lo crea» […]
Ya se ha convertido en un tópico más, cuando se habla de Latinoamérica, apelar al llamado realismo mágico para explicar la folclórica crónica diaria americana en la que nunca faltan los Aureliano, las Rebecas, los Milquíades, las Ursulas, los Macondos.
Habitiuales secciones de la prensa como «Mundo Insólito» o «Aunque usted no lo crea» no suelen disponer de mejores nutrientes con que justificarse que las truculencias que desde cualquier país latinoamericano ayudan a digerir su desayuno al común ciudadano español que, atónito ante la desvergüenza del campesino de Bucaramanga de compartir la cama con un buey, o consternado por la desfachatez del alcalde de Chilpancingo de cobrar peaje a los vecinos por salir a la calle, agradece la suerte de vivir en una sociedad moderna y organizada en la que lo insólito nunca es costumbre y la única magia la aporta el cine.
El tenido por primer mundo siempre ha observado con sorna nuestro ir y venir por un subdesarrollo que se nos describe inevitable, irremediablemente ligado a nuestra biológica condición y cuya razón de ser nada tiene que ver con las leyes que rigen el mundo y sus mercados sino con una idiosincrasia, en todo caso, de divino origen, que nos condena a reiterar Macondo todos los días del año.
Al otro lado de las fronteras del esperpento latinoamericano queda la sociedad, el mundo culto, en orden y progreso, la civilización, la ilustrada referencia que nunca acabamos de apreciar o agradecer.
Y lo peor es que nos lo creemos.
De ahí la importancia, para que nos sirva de contrapeso a tanto inducido complejo, de recordar ciertas interioridades de las sociedades y los personajes que se nos presentan como referencia.
Porque pocas figuras tan grotescas, por ejemplo, como ese ex presidente del gobierno español, aquel que condecorase con la Orden de Isabel la Católica a Sadam Hussein, dedicado más tarde a cabildear medallas de oro en el Congreso estadounidense, a dos millones de dólares la unidad, sin pasar por la Olimpiada y con dinero público, el mismo dinero con que sostiene una fundación dedicada, según declarase en estos días, a arremeter contra Fidel, Chávez y Evo Morales. O el ex ministro del mismo ex gobierno y de apellido Cascos, miembro meritorio del selecto Club de la Astracanada que, antes de abandonar el Ministerio de Fomento, hizo imprimir a un costo de 45 mil dólares, dos hermosos libros consignando todas las inauguraciones y premios recibidos por el ínclito durante sus 4 años de sacrificada gestión. Esos miles de dólares deben agregarse a los 5 millones largos que gastó el mismo personaje al contratar un programa de publicidad para difundir sus pompas. Más de 200 fotos del ex ministro inaugurando primeras piedras, primeros ladrillos y primeras traviesas de ferrocarril.
Lugar preferente ocupan en el libro de marras las premiaciones de que Cascos fue objeto, la mayoría ajenas a su función como: Bodeguero de Honor de Burgos; Cazador del Año; Premio Castaña de Oro de Gijón; Moscón de Oro Local de Grado (Asturias); Faba de Oro (Asturias); Chirimoyo del Año (Granada); Membrillo de Oro (Córdoba); Premio El Llagar de Sobigañu (Asturias), además de la Medalla de Oro de Galicia en el 2003, año en que se produjo la catástrofe del Prestige.
O Zaplana, el dirigente del PP y portavoz de su grupo en el Congreso, al que no tanto como su amistad con un líder de la extrema derecha y gran capo de la prostitución en la región levantina, se le reprocha el que canalizara tantos y tan jugosos contratos para con su amigo el dirigente facha.
Antes hubo directoras de museos, como el del Prado, que utilizaban las obras expuestas en el centro a su cargo para decorar sus propios negocios; ministros de Salud capaces de identificar microbios tan insignificantes que si caían de una mesa se mataban; autoridades culturales capaces de presentar, sin rubor que las pusiera en evidencia, a escritores tan conocidos como Sara Mago; famosísimas modelos que, a su decir, era tal su frenética actividad que siempre estaban en el candelabro; intrépidos toreros capaces de definir la honda impresión que les causara su visita al Papa en dos palabras: im-presionante. Y los cito de memoria, sin apelar a archivos y en consideración al poco espacio, para no tener que hablar también de monarcas bronceando sus reales nalgas al sol del mediodía cuando no están catando vinícolas esencias; o de banqueros esquilmando los ahorros ajenos; o de presidentes autonómicos de cacería por la capital mientras las costas de su feudo se llenan de chapapote; o de curas pedófilos; o de gobernadores fungiendo de sicarios; o de mafiosos encumbrados como alcaldes y presidentes deportivos; o de honorables prevaricadores; o de torturadores condecorados; o de golpistas amnistiados; o de periodistas a sueldo, y no precisamente de los medios para los que trabajan…
El último dislate que bien pudo haber formado parte de ese insólito mundo que se nos esconde también tiene su origen en un museo. En el Reina Sofía ha desaparecido una escultura de 38 toneladas de peso que había sido consignada, para su cuidado, a una empresa llamada «Macarrón».
Macondo, en su peor cara, la menos literaria y cándida, tiene en el Estado español y en Europa, un generoso y surtido escaparate del que, alguna vez, también los medios de comunicación españoles deberán ocuparse, con la misma o parecida sorna con que hoy se refieren a Latinoamérica
Y por cierto, me encanta la «chompa» de Evo Morales.