El joven presidente francés apuesta por una batería de reformas neoliberales y un estilo personalista durante su primer año en el Elíseo.
El presidente francés, Emmanuel Macron, llegará este lunes 7 de septiembre a su primer año de mandato consolidado como «el presidente de los ricos». «Macron no es el presidente de los ricos, sino el de los muy ricos», osó afirmar el expresidente socialista François Hollande, mentor del dirigente centrista al que eligió como ministro de Economía. Utilizada por sus detractores para reprocharle sus políticas favorables al incremento de las desigualdades, esta etiqueta también se ve reflejada en la opinión pública. Un 48% de los franceses que ganan más de 6.000 euros al mes se declaran «apasionados» por Macron, mientras que el porcentaje en el conjunto de la población es sólo del 33%, según un sondeo del diario Le Monde.
«Macron ha sabido unificar en un solo bloque electoral el conjunto de la burguesía y un porcentaje significativo de pensionistas», asegura el politólogo Jérôme Sainte-Marie, presidente del gabinete de análisis PollingVox. Tras haber recibido el año pasado un apoyo más que notable de antiguos votantes del decadente Partido Socialista francés -la mitad de los electores de Hollande en 2012 apostaron por Macron desde la primera vuelta-, el joven dirigente pretende ahora seducir al electorado de Los Republicanos, el equivalente del PP en Francia.
Según el analista político Jérôme Fourquet, director del departamento de opinión en el instituto Ifop, «Macron apuesta por una política de derechas», que se ve reflejada en su batería de reformas neoliberales y un estilo personalista, con tintes autoritarios.
Reformas neoliberales muy clásicas
Después de haber prometido «unir lo mejor de la izquierda y de la derecha», el dirigente centrista ha impulsado con gran celeridad toda una batería de reformas neoliberales muy clásicas. La reforma laboral, aprobada por decreto gubernamental en septiembre, redujo el coste de los despidos y flexibilizó de manera significativa el mercado laboral.
Macron también ha impulsado la polémica reforma de la empresa estatal de trenes SNCF. Una medida que empeorará las condiciones laborales de los trabajadores de esta compañía y abrirá a la competencia internacional el sector ferroviario galo, según exigían desde hace años las autoridades de la Unión Europea a los respectivos gobiernos franceses. Además, prepara las privatizaciones de la empresa pública de loterías Française des jeux y de los Aeropuertos de París.
En cambio, las medidas con un carácter más social, que debían favorecer la protección y la formación de los parados, han sido relegadas a un segundo plano. La promesa de que también tendrían derecho a las prestaciones de desempleo los autónomos y las personas que dimitieran de su empleo ha quedado muy limitada.
Sólo se beneficiarán de este dispositivo unas 50.000 personas (como máximo) cada año y tendrán que presentar un detallado proyecto de reconversión profesional. El ejecutivo centrista también pretende reforzar el control sobre los parados y amenaza con reducir las prestaciones de desempleo. «El equilibrio social-liberal prometido durante la campaña ha desaparecido», explica el economista Frédéric Farah, coautor de la obra Introduction inquiète à la Macron-économie. «Aunque se presenta como un político joven y moderno, Macron es muy conservador y sus políticas forman parte de la ortodoxia económica puesta en práctica durante los últimos treinta años», añade este profesor de economía de la Universidad la Sorbona de París y miembro del colectivo de economistas keynesianos Les Économistes atterés.
Un dirigente fuerte con tintes autoritarios
«Al mismo tiempo que se presenta como el presidente de una nación start-up, el joven presidente también cultiva un lado autoritario para seducir a los votantes de derechas», explica Farah. Según reconocía el mismo Macron en 2015 en el semanario Le 1, en Francia existe un «vacío emocional, imaginario y colectivo» provocado «por la ausencia del rey». «Hemos intentado rellenar este vacío a través de otras figuras, como los momentos napoleónicos o gaullista. Durante el resto del tiempo, la democracia francesa no ha sabido llenar este espacio». Por este motivo, Macron ejerce el poder, según sus propias palabras, de forma jupiteriana, es decir, todopoderosa.
«Estamos frente a una concentración del poder con un estilo bonapartista», asegura Fourquet. Es decir, apuesta por reformar con gran celeridad, siguiendo al detalle las directrices del presidente y con un gobierno dominado por los perfiles tecnocráticos. Sus ministros aún ahora resultan desconocidos para la mayoría de los franceses, un año después de su elección.
«Macron considera que en un mundo que avanza muy deprisa resulta una pérdida de tiempo el hecho de negociar con los cuerpos intermediarios, como los sindicatos», reconoce el analista político de Ifop. Tampoco le ha tremolado el pulso a la hora de recurrir a importantes despliegues policiales para evacuar las universidades ocupadas o confrontarse con los militantes ecologistas de la Zona autónoma a Defender (ZAD) en Notre-Dame-des-Landes, oeste de Francia.
La regeneración prometida con la llegada de los diputados de La República en Marcha (el partido de Macron) a la Asamblea Nacional -buena parte de ellos no había ocupado antes cargos electos- no se ha traducido en una nueva forma de hacer política. El habitual rol secundario del poder legislativo en Francia se ha visto incluso reforzado. Además de impulsar textos claves, como la reforma laboral o de la SNCF, a través de la vía de las ordenanzas, que limita el debate parlamentario, el joven presidente francés aprovecha su mayoría absoluta (350 diputados de un total de 577) para que las leyes aprobadas resulten prácticamente un calco de los proyectos legislativos del Ejecutivo.
Sólo la polémica ley migratoria ha generado tensiones en el seno de la mayoría presidencial. Este texto fue aprobado con nocturnidad, el pasado domingo 22 de abril a las once de la noche. Lo que disimuló las tensiones internas. Nueve diputados del partido de Macron se abstuvieron y uno de ellos votó en contra: Jean-Michel Clément, un antiguo diputado socialista que abandonó el grupo parlamentario de LREM tras no haber respetado la consigna de voto.
No obstante, cerca de un centenar de los representantes macronistas no acudieron en la votación de una ley contraria a las promesas humanitarias de Macron, que defendió que la acogida de refugiados era «un deber moral y político para Francia». El nuevo texto facilita las extradiciones de inmigrantes y alarga de 45 a 90 días el período máximo de encarcelamiento de un extranjero en un centro de retención administrativa (el equivalente de un CIE en Francia). Una política migratoria xenófoba que seduce a los votantes de derechas.
¿Un presidente sin oposición?
«Macron ha tenido la habilidad de conseguir que su firmeza a la hora de aplicar sus reformas resulte una satisfacción para los votantes más acomodados», asegura el politólogo Thomas Guénolé, responsable de la escuela de formación de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon (republicano y social-ecologista). «Y esto ha permitido que su popularidad se mantenga estable», añade Guénolé, quien acusa al presidente francés «de llevar a cabo una guerra social».
El 64% de los franceses aseguran estar decepcionados con la acción política de Macron, mientras que el 36% declara estar satisfecho, según un sondeo reciente de Ipsos para la televisión pública francesa. Unos niveles de popularidad relativamente bajos, pero superiores a los que tenían en el mismo momento de su mandato sus predecesores, François Hollande y el conservador Nicolas Sarkozy.
«Macron es apoyado por una minoría, pero esta representa el bloque electoral más importante ante una oposición dividida», afirma Sainte-Marie. Según este analista político, «hay cuatro oposiciones ante el ejecutivo macronista«. Por un lado, el decadente Partido Socialista Francés y Los Republicanos, «pero en realidad sólo representan una semi-oposición, puesto que la mayoría de sus diputados se abstuvieron en la investidura del Ejecutivo centrista». Por el otro, «las dos oposiciones radicales, el ultraderechista Frente Nacional y la Francia Insumisa».
Según numerosos estudios de opinión, el izquierdista Mélenchon se ha erigido en el principal opositor a Macron. Mientras que en su primer año Hollande se confrontó con el movimiento de La Manif pour tous, que sacó a miles de personas en la calle en contra del matrimonio homosexual, los principales focos de contestación a Macron se hallan en conflictos laborales. Una huelga ferroviaria prevista hasta finales de junio, ocupaciones y bloqueos en las universidades, movilizaciones en los hospitales, en residencias de personas mayores… . El descontento se multiplica en esta primavera caliente para Macron, pero este no converge en movilizaciones masivas. Además, la falta de unidad entre dirigentes políticos y sindicales lastra la debilitada izquierda francesa.
«Aunque permanezcan las divisiones entre los dirigentes, tenemos que construir la unidad en la calle», asegura Patrick Flécheux, responsable en París del diario militante Fakir y colaborador del diputado insumiso François Ruffin. Figura emergente de la izquierda francesa, Ruffin ha sido el gran impulsor de la Fiesta a Macron, una manifestación festiva en contra de las reformas del joven dirigente, que reunió este sábado entre 40.000 (según las autoridades) y 160.000 personas en París. Sin ser desbordante, esta resultó una de las manifestaciones más numerosas durante el primer año de mandato de Macron. Una muestra más de la oposición que la izquierda lidera en las calles en contra del «presidente de los ricos».
Fuente: http://www.publico.es/internacional/macron-consolida-presidente-ricos-eliseo.html