«El hombre que engañó a todo el mundo» titulaba en estos días el periódico El País un reportaje sobre Bernard Madoff, ese príncipe de los negocios con tiempo hasta para la filantropía, hoy caído en desgracia. Como el titular no acababa de parecerles lo suficientemente explícito y el mundo se les quedaba pequeño, horas más […]
«El hombre que engañó a todo el mundo» titulaba en estos días el periódico El País un reportaje sobre Bernard Madoff, ese príncipe de los negocios con tiempo hasta para la filantropía, hoy caído en desgracia.
Como el titular no acababa de parecerles lo suficientemente explícito y el mundo se les quedaba pequeño, horas más tarde, en su edición digital, el mismo periódico titulaba: «El hombre que engañó al universo».
Obviamente, una prueba más de que hay vida extraterrestre y de que los alienígenas pueden llegar a ser tan cándidos como el señor Botín y su Banco de Santander o quienes hoy lamentan haber perdido sus inversiones o, lo que viene a ser lo mismo, el dinero de sus clientes.
Madoff, a quien se acusa de haberse robado algo más de 50 mil millones de dólares, se limitó a aplicar a gran escala, el viejo timo del lingote de oro que, todavía, algunos haitianos venden con éxito en las calles de Santo Domingo. Para que el reclamo surta efecto se necesita un botín que vender, o mejor un tesoro, para que nadie se dé por aludido; un embaucador que proponga el negocio, y todos los facinerosos posibles dispuestos a multiplicar sus caudales sin ponerlos a trabajar.
Pero así fuese, como de hecho ha sido, larga la lista de delincuentes en busca de réditos amables a sus inversiones, tanto «el mundo» como «el universo» parecen categorías excesivas para calibrar el tamaño de la estafa de Madoff.
Ni el haitiano que te sale al paso empeñado en deshacerse de su lingote de oro, ni el judío que entre birdie y boggie te propone beneficios impensables a cambio de tu capital, han engañado a tantos. Apenas a unos tontos, tan delincuentes como quienes escribieron el guión de la comedia, que hoy lamentan el cierre del telón.
La única diferencia entre el timo del haitiano y el timo de Madoff es que, en el primer caso, de descubrirse el robo, el haitiano es apaleado con su propio lingote, y en el segundo, previo pago de 10 millones de dólares, el acusado puede quedar en libertad condicional con la única pena de tener que pasar noche en alguna de sus residencias. En este caso, también es cierto, a la corta o a la larga, los contribuyentes del mundo o del universo, acabarán pagando la cuenta, pero no del robo del que se acusa a Madoff sino de los desvelos financieros del señor Botín y demás jerarcas de la banca y las finanzas, de la Bolsa y de los Estados privatizados, en este ruinoso negocio y en todos los que han emprendido o se disponen a ejecutar y que, todavía, carecen de un titular en los medios de comunicación que alerte al respetable.
Al criterio del ciudadano queda, si aún dispone de ahorros en un banco, ponerlos cuanto antes a mejor recaudo.