«Con los tumbos del camino Se entran a torcer las cargas Pero es ley que en huella larga Deberán acomodarse Y aquel que llega a olvidarse Las ha de pasar amargas» Atahualpa Yupanqui La derrota es muy dura. La primera reacción es negarla. Buscar explicaciones sin asumir la responsabilidad. «Ganó la guerra económica» fue la […]
«Con los tumbos del camino
Se entran a torcer las cargas
Pero es ley que en huella larga
Deberán acomodarse
Y aquel que llega a olvidarse
Las ha de pasar amargas»
Atahualpa Yupanqui
La derrota es muy dura. La primera reacción es negarla. Buscar explicaciones sin asumir la responsabilidad.
«Ganó la guerra económica» fue la explicación del presidente Maduro. «La diferencia fue muy escasa, muy chiquita» afirmó Cristina Kirchner. «Las clases medias no me entendieron» dijo Gustavo Petro en Bogotá.
Además, la mayoría de simpatizantes y votantes de izquierda están convencidos que las derrotas actuales son obra exclusiva de la manipulación mediática. Olvidan que cuando triunfaron también tenían la oposición de los medios privados de comunicación y, sin embargo, ganaron entonces.
El comportamiento frente a la derrota
Estudios psicológicos de la reacción ante la derrota se pueden aplicar al campo de la política. Lo haremos tomando el caso específico de Venezuela.
Lo inmediato es desconocer la derrota. A pesar de las declaraciones públicas del presidente Maduro y de Diosdado Cabello, ellos no la han aceptado. Esa actitud les impide identificar sus fallas y diseñar una respuesta correcta, no sólo frente a sus seguidores y adversarios sino ante el conjunto de la sociedad.
Cuando se admite la derrota se recibe con madurez el mensaje de quienes votaron en contra o se abstuvieron. Asumir los resultados electorales como un encargo es clave para poder reaccionar positivamente. Es señal de madurez y responsabilidad.
Negar la derrota lleva a la persona a aferrarse a sí mismo o a su grupo. Es un mecanismo de defensa automático que crea una seguridad artificial. Toda la semana posterior a las elecciones el equipo de gobierno se ha dedicado a esa tarea.
Para desconocer el fracaso se buscan todo tipo de excusas. «Me hicieron trampa», «se amangualaron contra mí». Se elaboran explicaciones en medio de la frustración. Es lo que también venía haciendo la oposición desde años atrás en forma compulsiva.
Inmediatamente viene el reconocimiento parcial de la derrota y de la existencia de fallas propias. «Hay que impulsar las 3R ‘al cuadrado'» planteó el presidente Maduro en un «congreso» del PSUV que por sí mismo, de la manera como se convocó y realizó, niega totalmente cualquier proceso de rectificación serio y consistente.
También se intenta castigar a quienes se consideran causantes de la derrota. Los traidores. «Yo iba a construir 500 mil casas pero…» dijo el primer mandatario frente a sus seguidores. Se llama «cobrar la derrota».
Después se pasa a la etapa de la venganza, la «contraofensiva revolucionaria». Empieza con la acusación de trampa o ventaja mal habida. Así se justifica «la trampa propia». Siguen entonces, las acciones torpes para desconocer el triunfo del oponente.
Es lo que ya hacen los diputados «chavistas» en la Asamblea Nacional. Tratan de asegurar las «conquistas de la revolución», nombrando magistrados del TSJ, entregando la infraestructura de la ANTV a los trabajadores u otra serie de acciones de ese tenor. Es algo así como «no pagar la apuesta». Pero no pasa de ser un gesto, todas esas medidas pueden ser desmontadas rápidamente por las nuevas mayorías de ese organismo.
Ese tipo de actitudes aíslan aún más al derrotado. Es la causa de nuevas derrotas en serie y de un proceso de «radicalización insulsa». Se ponen -una vez más-, en contra de quienes votaron por el contrario o se abstuvieron. Además, mucha gente que votó por ellos va a sentir que el gobierno no asume con seriedad los resultados electorales.
El juego democrático y la revolución bolivariana
La actitud madura en una democracia parte del criterio de que vamos a atraernos y a transformar a los votantes del contrario. No los podemos desaparecer. La única manera de consolidar mayorías es ganándolos para nuestra causa. Es algo básico en la política.
Uno de los problemas que observamos consiste en que desde los primeros triunfos del presidente Chávez ese aspecto no se tenía presente o no se pudo implementar. La actitud golpista de las derechas complicaron las relaciones entre los partidos políticos.
Un ejemplo es la calificación de «escuálidos» a la oposición por parte del presidente Chávez. Aunque él identificaba con ese término sólo a los dirigentes de la oposición, finalmente esa sátira se usó en forma generalizada para calificar a todos los opositores.
La intolerancia y la permanente crispación se volvieron costumbre. Si yo ofendo a mis contradictores cancelo cualquier posibilidad de entendimiento sobre problemas que requieren un tratamiento de Nación, de Estado y no sólo de gobierno. Por ejemplo, en este momento la crisis económica requeriría un tratamiento de «unidad nacional».
El problema está en la raíz de la visión del presidente Chávez. La revolución bolivariana es un proyecto «socialista», que utiliza la «democracia burguesa» para avanzar hacia salidas anti-capitalistas. Implica un desconocimiento de la existencia de contradictores democráticos. En ello se apoyaba la oposición de derecha para justificar su actitud «golpista». Además, mientras el bloque «chavista» consiguió que esa oposición se negara a respetar la normatividad bolivariana, los derrotó en el terreno electoral.
Pero ahora la mayoría de los partidos que hacen parte de la MUD pretenden quitarle al gobierno la bandera de la defensa de la legalidad existente. Enrique Capriles aparece, como lo hacía el presidente Chávez, con el librito de bolsillo de la Constitución Política en su mano, y así, los dirigentes «chavistas» no saben cómo reaccionar.
Y lo más seguro es que la oposición se va a asentar en esa táctica. No sabemos si es su visión estratégica o si también instrumentalizan la institucionalidad bolivariana para acceder al gobierno. Empero, tienen que mostrarse decididos a respetar las leyes actuales y a actuar pacíficamente en el marco de la democracia bolivariana.
La actitud democrática y el Diálogo Nacional
Es posible que el presidente Chávez, con su inteligencia, capacidad crítica, flexibilidad táctica y visión democrática, hubiera reaccionado rápidamente y replanteado su estrategia, frente al mandato de la mayoría de la población y a los propósitos expresados por los representantes de la oposición.
Desde mi propio punto de vista eso es lo que hay que hacer. El presidente Maduro debe anteponer la salud de toda la Nación a los intereses de su partido y de «su» proyecto revolucionario. Es el mensaje que le ha enviado la mayoría de la Nación.
Si avanzara hacia ese horizonte tendría que plantear un Diálogo Nacional. Lo que implica ceder de parte y parte.
El problema que tiene el presidente Maduro es que se ha atado las manos. Al perder su propia identidad, al imitar en todo a Chávez, en su forma de hablar, términos, gestos, todo, no puede actuar con flexibilidad táctica. Quedó amarrado a la idealización de la imagen y del comportamiento del presidente Chávez. La única política que reiteradamente se exige por parte del «chavismo» es el «Golpe de Timón», planteado en el mes de octubre de 2012, lo que significa la «profundización del socialismo».
No obstante, esa política -en lo esencial- ya no corresponde al momento actual. Ahora se requiere un «golpe de Timón» de Maduro pero él no tiene ni el liderazgo suficiente ni la capacidad para diseñar una estrategia propia. Es su drama.
Por ejemplo, si se impulsara y concretara un Diálogo Nacional ello lo obligaría a considerar un acuerdo para resolver el tema de los presos políticos. Se tendría que aceptar el carácter político de esos delitos (rebelión) y al igual que en Colombia, plantearse una justicia transicional para encontrar una solución equilibrada.
Si el gobierno bolivariano apoya un arreglo de ese tipo en Colombia… ¿por qué no puede planteárselo para Venezuela?
Y en esa misma línea tendrían que concertarse salidas para los temas económicos, de inseguridad, desabastecimiento e inflación. Sería una especie de colaboración y entendimiento entre las fuerzas políticas que controlan el poder ejecutivo y legislativo.
El problema es que el «chavismo radical» va a poner el grito en el cielo. El rechazo a la «conciliación de clases» será su discurso. Así, el miedo a la división paraliza al Presidente y congela la posibilidad de un viraje táctico. Mucho más, si fuera estratégico.
Pero tarde que temprano el «movimiento bolivariano» va a tener que plantearse ese tema. Si no reaccionan con prontitud y oportunidad, será la oposición la que va a aparecer con el monopolio simbólico de la «defensa de la Constitución».
Fue lo que ocurrió pero al revés en Colombia. Un guerrerista como Uribe le quitó la bandera de la paz a la izquierda y a la misma guerrilla y logró conseguir el apoyo de la mayoría de la población colombiana en 2002.
La inevitable aparición de una tercería de izquierda
La incapacidad del presidente Maduro para liderar un replanteamiento estratégico obliga a los dirigentes de diversos grupos de izquierda que han ido surgiendo al interior y al exterior del «chavismo» a plantearse la necesidad de unificarse y organizarse para deslindarse del gobierno «chavista».
La primera y más importante justificación para hacerlo consiste en que es totalmente evidente que el PSUV, partido fundado por el presidente Chávez, ha sido cooptado en forma absoluta por una cúpula burocrática que se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo del proceso revolucionario y le está causando grave daño a la nación.
Las urgencias del momento serán un obstáculo para que esa tercería logre construir sobre la marcha una identidad política de tipo estratégico, pero pueden construir un programa mínimo que les garantice un accionar coherente en esta etapa tan delicada de la vida política e institucional del país.
La tarea central es garantizar una salida pacífica al conflicto y «choque de trenes» que ya está a la orden del día. Derrotar las tendencias «bonapartistas» que poco a poco aparecerán en el seno del gobierno, es el objetivo fundamental. Es una meta de alto valor ético y de una trascendencia inusitada para el pueblo venezolano.
Para ello hay que impulsar con decisión el Diálogo Nacional. Y para hacerlo se necesita crear un partido o movimiento con una estructura, un programa político y una dirección pública y visible que asuma esa responsabilidad histórica.
El Diálogo Nacional tiene como principal objetivo concertar soluciones urgentes a los problemas que sufre la población. Las mayorías depositaron un voto por la paz y la reconciliación. La profundización del «socialismo» no es la preocupación del momento.
No quiere decir que esa meta estratégica sea rechazada por la nueva agrupación pero si debe haber una pausa para considerar ese tema a fondo, una vez se supere la emergencia humanitaria que vive una gran parte de la población venezolana.
El objetivo concreto de esa «tercería de izquierda» es disputarle el escenario político a las derechas y liderar un replanteamiento de la lucha democrática del pueblo venezolano. La incapacidad y parálisis de la cúpula gobernante obliga a hacerlo.
Dos aspectos principales se deben considerar: uno, la revisión completa y total de la manera como se administra y se gestiona el «Estado Heredado», y el otro, la necesidad de construir con decisión nuevas formas de democracia directa, deliberativa, participativa, protagónica, dándole verdaderos espacios de participación y decisión al pueblo a través del Poder Comunal o de otras instancias que se organicen.
La lucha por la reconstrucción de la Nación debe plantearse en esos dos escenarios que deberán complementarse y retroalimentarse. Por ejemplo, la única forma de derrotar la corrupción es impulsando «desde arriba» y «desde abajo» procesos y formas de auditoría o veeduría que involucren a amplios sectores de la población, que a su vez deben hacer posible el desarrollo de nuevas formas de organización social que se constituyan en las bases de un verdadero «Poder Popular», autónomo, plural, verdaderamente democrático e incluyente.
Si surgiera esa nueva alternativa política podría canalizar inicialmente a una gran cantidad de los llamados «ni-nis» y de los «chavistas frustrados», y disputarle los espacios de «centro» a la oposición derechista que es la que aprovecha ese espacio a su favor. Espacio que será el que se fortalecerá en el inmediato y mediano plazo.
Y claro, para hacerlo tendría que prepararse para tomar posición frente a una posible revocatoria del mandato presidencial, en el caso de que el presidente Maduro se oponga al «Diálogo Nacional», y preparar su propio candidato para las nuevas elecciones.
E-mail: [email protected] / Twitter: @ferdorado
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.