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Manuel Talens: el humor y la revolución

Fuentes: El Cuaderno

Álvaro Acebes Arias traza la semblanza de un escritor de mala leche y carcajada asegurada, partícipe de la mejor tradición carnavalesca, que hizo de todos sus libros y personajes un desafío al autoritarismo.

En su Manual de literatura para caníbales, trabajo que debería sustituir a todos los libros de texto de educación secundaria y proponerse como lectura obligatoria para los profesores de lengua de toda España, sostiene Rafael Reig que un buen novelista debe utilizar al mismo tiempo las dos cualidades decisivas de nuestra inteligencia: el humor y la compasión. Es el misterioso equilibrio entre estos dos elementos lo que convierte en obras maestras al Lazarillo o al Quijote, novelas donde los personajes no dejan de llevarse golpes, literales y metafóricos, y que, sin embargo, siempre se ganan nuestra simpatía porque el autor sabe contar sus desgracias haciéndonos cómplices de ellas y poniéndonos en su lugar. En el fondo, si lo pensamos bien, diríamos que maldita la gracia que tienen estos dos libros. Al final de la novela, Lázaro es un tipo corrompido y su historia pone al descubierto lo que se oculta tras la fachada aparentemente armoniosa de la vida española de mediados del siglo XVI, y lo mismo ocurre con Don Quijote, quien, de forma descarnada y cruel, ve tumbados una y otra vez sus ideales en una sociedad cada vez más deshumanizada. En realidad, el humor es una cosa muy seria porque, como nos enseñan los clásicos, solo desde la risa es posible dar cuenta del mundo tan absurdo y cruel en el que vivimos. El humor como un bisturí que va al fondo de las cosas y en el que, si no un consuelo, encontramos al menos coraje y una esperanza de lucidez con la que mirar a nuestro alrededor.

Decía Baroja, por otra parte, que la imaginación y la melancolía son las raíces profundas del humorismo. Esta frase del escritor vasco, que era un pesimista redomado y, sin embargo, llenó sus páginas de situaciones y personajes cómicos, podría haberla suscrito el granadino Manuel Talens (1948-2015), cuyos libros desprenden una saludable mala leche y, al mismo tiempo, aseguran la carcajada. Estamos hablando de un autor que se encuentra en la mejor tradición carnavalesca, emparentado con el grotesco de la picaresca y las obras de Goya, Valle y Berlanga. Sus novelas y cuentos, por más que se retrotraigan a épocas pasadas y dibujen tramas que rozan el delirio, apuntan siempre al presente, con el evidente afán de subvertir los principios y mecanismos que constituyen el poder. Ese ejercicio de desestabilización, dicho sea de paso, nuestro autor lo comenzó siempre por la misma literatura, como debe ser, practicando una resignificación del canon que derribaba altos baldaquinos y pasaba los clásicos por el filtro de lo popular. Está claro, asimismo, que a Manuel Talens, comprometido siempre con causas perdidas como las del pueblo palestino o la antiglobalización, no le gustaba nada lo que veía a su alrededor, pero visto que la realidad no se deja moldear ni transformar fácilmente, decidió expresar su desasosiego mediante la humorada y la caricatura, tal vez porque sabía muy bien que lo cómico es muchas veces la forma más certera de protestar por algo. Esa inclinación a ponerlo todo patas arriba le salió cara en alguna ocasión, como cuando en el periódico El País, después de once años de colaboración en su sección valenciana, decidieron despedirlo. Sus columnas, en las que zahería por igual a los políticos locales que a los de Madrid, le valieron no pocas advertencias y, al fin, el cese. Por hablar. A muchas personas les parece que sobre ciertas cosas es mejor no hacer bromas, aunque, como bien apuntaba Bioy Casares, en realidad lo que le ocurre a esa gente es que no toleran que la risa les altere el estado de ánimo. En los años siguientes el autor granadino fue articulista para otros medios como Rebelión, en los que pudo mostrar sin cortapisas el espíritu crítico que lo caracterizaba, y se volcó en la traducción, dedicándose a verter a nuestro idioma las obras de, entre otros, Derek Walcott, Simenon, Edith Wharton o Blaise Cendrars. También fue un cinéfilo empedernido y buena prueba de ello es su Cuba en el corazón, la única colección de ensayos que publicó y en la que realiza un estupendo y concienzudo recorrido por las representaciones cinematográficas de la Revolución cubana.

Manuel Talens escribió tres novelas y otros tres libros de cuentos. Una obra escasa para alguien que dominaba como pocos el arte de contar. La parábola de Carmen la Reina (1992) e Hijas de Eva (1997), sus dos primeras novelas, son un festín para el lector avispado por el diálogo que establecen con los clásicos, a los que homenajea constantemente, y por el exquisito dominio del lenguaje, pleno de cultismos, arcaísmos y neologismos, así como por la habilidad con que la narración va fluyendo, a medio camino siempre entre la parodia y el esperpento. En la primera, que el autor definió como «una biblia apócrifa» y que bebe directamente de los procedimientos de las sagas del realismo mágico, tamizados, a su vez, por las tradiciones populares andaluzas que Talens conocía desde niño, se narra la historia de un pueblo de la Alpujarra granadina a lo largo de varias generaciones y la segunda venida al mundo de un Cristo que redimirá al mundo de sus pecados, personificado en la figura de la anarquista Carmen. Todo ello aderezado con tintes grotescos y escatológicos y una impagable revisión del pasado español, con el que Manuel Talens salda cuentas a través de este personaje que se eleva por encima de la opresión y de su condición de mujer gitana, analfabeta y pobre para encabezar una revolución y traer un mensaje de libertad.

Ese discurso feminista y la reivindicación de justicia para los marginados que hay en esta novela encontrarían un eco en la segunda, donde se cuentan, en clave picaresca y a través de la mixtura de todo tipo de géneros, que van del folletín y las crónicas de viaje a los romances de ciego, las desternillantes aventuras de dos muchachas que abandonan el monasterio en que habían sido criadas y buscan su propio destino. Las dos quieren escapar a la suerte que la época reservaba a muchas mujeres: «casarse, ir a servir, ser monjas o putas». Al igual que en la anterior, Manuel Talens enfrenta al lector a las tensiones ideológicas del siglo pasado a través de una densa maraña de personajes y del uso de diferentes tonos y registros, confiando el final del relato y la suerte de sus protagonistas a la fuerza regeneradora del amor, tal vez la única utopía posible que nos queda en medio de tantos desastres. ¿Ven como Baroja tenía razón?

El desquite contra el pasado español también se observa en la colección de cuentos Venganzas (1994), centrada en el franquismo, y cuyo título ya da una pista de lo que nos vamos a encontrar. Son muchos los autores que han imaginado la muerte del dictador, hasta el punto de convertirla en un ejercicio literario en sí mismo, y podrían enumerarse varios ejemplos, desde el relato de Max Aub a la parodia que pergeñó Vázquez Montalbán en su Autobiografía del general Franco. Sin embargo, en uno de los textos incluidos en este volumen, «Ucronía», Manuel Talens logró la muerte más humillante (y deseada) para el dictador que este lector conoce, presentándolo maniatado y ahogándose en sus propios excrementos tras una tormentosa cagalera. Por lo demás, ese tono irreverente y jocoso, que mira de tú a tú a Quevedo y a los grandes clásicos de nuestra novela picaresca, está detrás de casi todos los cuentos de la colección, destinados a trazar un retrato mordaz del régimen y sus adláteres. Así, por las páginas de estos relatos desfilan matones y pistoleros de Falange, pillos de toda condición y la ralea más corrupta que ustedes se puedan imaginar. A poco que uno lo piense, se descubre que las maldades y triquiñuelas de aquella época que Manuel Talens va narrando guardan muchos parecidos con los que se observan en la sociedad de la España actual, como si el semillero de todos los males que uno veía en los noventa y que aún habrían de aflorar en las décadas siguientes (políticos corruptos, estafas bancarias, prevaricación y el afán de medro, la ambición y la codicia por encima de todo), encuentran su origen en el franquismo. No es de extrañar, por tanto, que el último cuento de la colección se cierre con estas palabras: «Este país, probablemente, ya no tiene remedio». Sin duda, es la afirmación de un escéptico que, sin embargo, no renunció nunca a mostrar su cabreo a través de la literatura y a hacer de esta una herramienta de disidencia.

Esa genuina rebeldía se intuye también en la última novela que escribió Manuel Talens, La cinta de Moebius (2007), y en la que el sarcasmo y la parodia, si bien rebajan el barroquismo de sus anteriores libros, adquieren un tono decididamente blasfemo al presentarnos a un Dios aquejado por el mal de alzhéimer y en coma profundo. Tampoco desaparece de los relatos incluidos en Rueda del tiempo (2001), ganador del Premio Andalucía de la Crítica, y La sonrisa de Saskia y otras historias mínimas (2003). En la primera colección se encuentra, por cierto, el cuento que más me gusta de Manuel Talens, tal vez uno de los mejores que escribió. Se titula «María», apenas tiene siete páginas y, sin embargo, alberga todo un mundo. Cuenta la historia de un viejo brigadista que regresa a España para reencontrarse con su pasado. En su memoria siempre ha permanecido fresco el recuerdo de una muchacha llamada María, hija de los campesinos que le dieron refugio y comida a él y a su compañero cuando combatían junto al maquis. Apenas fue un vistazo y, a pesar de ello, ese breve encuentro nunca se ha borrado: «Era así, todavía adolescente, la mujer más hermosa que he visto jamás». Pasados los años, no hay rastro ni de la joven ni de la familia y el anciano relata su historia al escritor que ahora ocupa la casa, desconocedor de la suerte que corrieron los antiguos propietarios. No hay nada más, solo una escena aparentemente anodina y, sin embargo, cuando uno relee el cuento y se prende en los detalles y en el ritmo de la prosa se da cuenta de la inesperada significación que cobran algunos elementos y que, como si fueran una resonancia secreta de nuestra propia sensibilidad, adquieren una dimensión única. Tras esa mirada atenta, la escena cobra otro sentido y por debajo de los silencios y de las pausas que median en la conversación entre esos dos desconocidos advertimos todo un inventario de emociones que nos hablan de la herida de lo perdido y de la pena que queda por los anhelos insatisfechos.

Manuel Talens falleció en Valencia a los 67 años. En el momento de su muerte estaba trabajando en la segunda parte de Hijas de Eva. Solo un puñado de amigos se encargaron de recordar la obra de un autor que, como dijo en una entrevista, hizo de todos sus libros y sus personajes un desafío al autoritarismo. Hoy, cuando la idea de revolución no es más que un recuerdo preñado de melancolía, urge volver a los libros de Manuel Talens, aunque solo sea para descubrir el poder corrosivo del humor y hallar el modo de hacer aquello que proponía Péguy: «volver a poner en su sitio cosas muy antiguas pero olvidadas».


Álvaro Acebes Arias (León, 1990) es licenciado en filología hispánica y profesor de Educación Secundaria. Doctorando en la Universidad de León con una tesis sobre la obra del escritor Rafael Chirbes, ha realizado además estudios sobre los distintos cauces de la narrativa española, con especial interés en figuras como Belén Gopegui, Marta Sanz, Isaac Rosa o Ricardo Menéndez Salmón. También ha participado en revistas, medios literarios y en organizaciones culturales como el Club Cultural Leteo de León o el Seminario Permanente Claudio Rodríguez de Zamora.

Fuente: https://elcuadernodigital.com/2024/01/26/manuel-talens-el-humor-y-la-revolucion/