Como para validar con creces la aseveración de que nada nuevo hay bajo el sol -hito de la sabiduría popular- y la realidad corpórea del eterno retorno de todas las cosas -summa filosófica-, hace unos meses George Tenet, ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) defendía con desenfado proverbial, en un popular espacio […]
Como para validar con creces la aseveración de que nada nuevo hay bajo el sol -hito de la sabiduría popular- y la realidad corpórea del eterno retorno de todas las cosas -summa filosófica-, hace unos meses George Tenet, ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) defendía con desenfado proverbial, en un popular espacio de la cadena gringa de televisión CBS, las técnicas utilizadas en los interrogatorios de prisioneros en Iraq, y en la Base Naval de Guantánamo, pedazo de suelo cubano ilegalmente ocupado por los Estados Unidos.
Cual clonado Torquemada -si bien menos vociferante, más untuoso y sugerente que el original-, parecía nimbado por el mismo halo de quienes se empleaban a fondo en la justificación teológica de los métodos violentos para salvaguardar la cruz -algo pasado de moda en un mundo que se precia de agnóstico, cuando no de ateo-, solo que enarbolaba la no menos «teológica», «sacrosanta» razón de Estado, pertinente a tiempos más «civilizados». En esa línea, indicaba la valía de la información obtenida de los presuntos (que no indudables) terroristas con «tácticas de interrogatorio intensificadas».
Claro, el hombre negó la práctica de la tortura, como si nombrar los fenómenos de manera diferente cambiara la esencia de estos, como si el eufemismo fuera otro acto de creación. Sí, en su opinión, prácticas tales como impedir el sueño a los detenidos, someterlos a temperaturas extremas y castigar constantemente con la fuerza del agua sus abotagados, tumefactos rostros no pueden considerarse variantes de la tortura. ¡Dios nos libre! Esto es no más que un tanto expeditas, heterodoxas vías de contrarrestar «el miedo existente en Estados Unidos porque nadie tenía información de si se produciría otro ataque como el del 11 de septiembre de 2001». Una vez más, el fin justifica los medios.
Menudo abogado del diablo resultaría Tenet en una empleomanía de ultratumba, diría en voz alta un guasón, si la vida impeliera en todo momento a la broma, si la risa deviniera bálsamo único para el espíritu sajado por la tragedia. Si no acudieran en tropel imágenes como las que describíamos en otra parte, en otro instante.
En Abu Ghraib, la cárcel iraquí, «los reclusos viajan en andas del escarnio. Arracimados, convertidos en pirámides de miembros entretejidos, yacen amarrados, encapuchados, desnudos… Soportando vejaciones que solo la mente de un aventajado discípulo del marqués de Sade podría concebir. Y subrayemos: Sade, sadismo, porque en la ignominia a que están sometidos los prisioneros aflora clara la aberración sexual. La sargento que parece medir la virilidad de un preso con ademán harto desenfadado; el soldado que hace aguas o vierte otro tipo de eyección sobre el rostro de un hombre o una mujer -no se distingue con precisión- de boca abierta por la fuerza, en espera de la afrenta; la pareja de reclusos trenzados en equívoco encuentro gracias a un amarre propiciatorio… se erigen en signos de conocida decadencia. Recordemos que la Roma imperial padeció esos síntomas».
Pero allá los flojos, con fe en la memoria vindicatoria. Lo que no es tu caso, (Torque)George, Tenet(quemada). Tú no te arredras en la apología del acto de conjurar el terrorismo a cualquier costo; sí, no te arredraste al asegurar que gracias a las controvertidas técnicas tuviste noticias sobre armas nucleares en Nueva York, «apartamentos que iban a saltar por los aires».
No importa que venga un aguafiestas con el sonsonete de que, en julio de 2004, te viste obligado a dimitir de tu cargo por la falsedad de los argumentos de inteligencia esgrimidos por la Casa Blanca para invadir a Iraq. Abroquélate en tu vertical posición, igualmente sostenida por un alto número de militares estadounidenses desplegados en la Mesopotamia, de apoyar la aplicación de torturas -perdón, de técnicas especiales-, «si con ellas se salvan vidas o se obtienen informes importantes…» (¡Ah, Maquiavelo, aparta de nos este cáliz!)
Y que sean perdonados, o aplaudidos, estos militares también. En definitiva, con el pensamiento que enarbolan gana el sistema. Porque «la guerra contra el terror crea (incluso) nuevas oportunidades de empleo (…) Importantes empresas (norteamericanas) se dedican a contratar personal para realizar interrogatorios en las cárceles iraquíes. El negocio llena muchos bolsillos» (agencia IPS).
Estás perdonado de todo pecado, Tenet. Hasta podrías ser premiado por la hombrada, a despecho de una humanidad vacua, pagada de sí misma en la acusación, en la crítica. Total, si nada nuevo hay bajo el sol; y las cosas están como condenadas a la estrella luminiscente y giratoria de un descomunal parque de diversiones: los mismos personajes desfilan por una historia que se muerde la cola, en un círculo que encontró el motor del eterno movimiento… ¿No es cierto, Maquiavelo, Torquemada? ¿Verdad, George Tenet?