«¡Que la chupen, que la chupen y la sigan chupando!», no se cansaba de bramar dando esperpénticos saltos, abrazado a otro freak llamado Carlos Salvador Bilardo entre lágrimas y jugadores. Desafiante como si acabara de descubrir los secretos de la piedra filosofal, desagraviado como si efectivamente hubiera ganado el próximo Mundial de Sudáfrica. La obsesión […]
«¡Que la chupen, que la chupen y la sigan chupando!», no se cansaba de bramar dando esperpénticos saltos, abrazado a otro freak llamado Carlos Salvador Bilardo entre lágrimas y jugadores. Desafiante como si acabara de descubrir los secretos de la piedra filosofal, desagraviado como si efectivamente hubiera ganado el próximo Mundial de Sudáfrica. La obsesión por la oralidad genital volvió a surgir en la misma conferencia de prensa luego del partido. Absortos, los cronistas, aún no habían visto lo peor. Un periodista argentino hizo una pregunta y Maradona le aclaró como un verdadero Kinsey: «vos también la tenés adentro.» La Argentina populista-deportiva pasó en un instante mágicamente del «Creer y Saber» de Hegel, al pedestre y cabaretero «Chupar o Creer» del Dios-Diego. Un espectáculo posthegeliano indigno del Olimpo, ni siquiera los caprichosos dioses griegos se permitirían rebajarse a un nivel tan soez y desconcertante. Si eran dioses, había que comportarse como dioses. Los antiguos griegos ya habían reconocido el impulso inaudito y bizarro por decir malas palabras e insultos, le llamaron con sabiduría κόπροςλαλία , literalmente «balbucear heces». Cuando con la Modernidad llegó el control social de mano de la psiquiatría y el psicoanálisis se etiquetó al trastorno como «Síndrome de Tourette».
El hybris de Maradona, ese impulso incontrolable, lejos de ser una rémora de una infancia pobre y desclasada es un atributo bien porteño. Ya reconocía Borges la obsesión de los habitantes de Buenos Aires por la Coprolalia: «El hombre de Corrientes y Esmeralda adivina la misma profesión en las madres de todos, o quieren que se muden en seguida a una localidad muy general que tiene varios nombres…» Muchos editorialistas vieron en este mandato humillante a la felación una metáfora que representa la lógica política autoritaria del matrimonio presidencial de los Kirchner. El populismo autoritario lo invadiría todo, penetrando y degenerando todo aquello que toca. Maradona, elegido por el sabio dedo electoralista del Poder Ejecutivo, sería una pieza más en el mecanismo de la hegemonía clientelística del Peronismo y pertenecería a los arcana imperii del estado.
La patética Intelligentzsia que sigue al gobierno de los Kirchner, en cambio, visualizó un enfrentamiento centenario, soterrado y semiológico entre el candoroso suelo popular peronista del Volk y la «indignación burguesa» (Dolina dixit) que se esconde en cada pequeño burgués que critica a íconos populares (galería sacra que incluye al maridaje real). En el gran bazar kirchnerista de hoy Maradona es tan intocable como San Martín, Rosas, Güemes, Evita, Gatica o el gordo Jauretche. Así comos seguimos pagando en la ideología política el 17 de octubre de 1945, también continuamos hipotecados a los goles contra Inglaterra de 1986. En la aburrida Europa simplemente dedujeron que la convocatoria de Maradona a un Gang-Bang de mamadas épicas era síntoma de una personalidad borderline, de un cerebro demasiado enquistado en excesos, a un desequilibrio entre apetito y deseo. De la misma manera, los europeos no comprenden cómo la AFA designó director técnico de la selección mayor a semejante Hooligan Señor. Y sabemos por qué: en Europa no entienden al correoso populismo latinoamericano, es un obstáculo epistemológico que los supera.
Platón reconocía en La República que a cada régimen social y político le correspondía en el mundo de la Vida un determinado hombre típico. Así, al estado democrático por semejanza le correspondía un hombre democrático, que era su sustento y razón, al tiránico lo mismo y así sucesivamente en la escala de formas estatales. Como decía Virgilio ab uno disce omnes, por uno se conoce a todos los demás. ¿Será Diego el hombre del populismo, la figura promedio que refleja el tortuoso recorrido del peronismo en Argentina? ¿Diego es el ad nauseam peronista, el homo kirchnerensis? ¿Se puede leer en el juego táctico y estratégico de Maradona una translación al fútbol de la lógica peronista? Los paralelismos son inquietantes y notorios entre el peronismo (régimen) y Maradona (paradigma): ambos son pragmáticos, cesaristas, manipuladores, paternalistas, patoteros, cianta-puffis … hasta se podría dibujar un biorritmo entre la filogénesis del Peronismo y la ontogénesis individual de Diego Maradona. Las semejanzas son impresionantes. Pero vayamos más allá del análisis del juego mediocre e irregular de la Selección mayor de fútbol. Intentemos trascender la mera condena moral, estética, de costumbres o de protocolo y ceremonial estilo conde Chikoff. Si Maradona es el fenotipo del populismo argentino, con sus vicisitudes y ciclos esperpénticos, existe además otra dimensión más ontológica para comprenderlo y comprendernos.
Una vez Emir Kusturica, el director de cine y de orquesta serbio nacido en Sarajevo, dijo sabiamente que compartía con Maradona «la visión dionisíaca del Mundo». En la mitología clásica, Dioniso es nada más ni nada menos que el Dios del vino, inspirador de la locura ritual y del éxtasis. Conocido también como Baco, al frenesí inevitable que inducía se lo llamaba bakcheia. Se dice que en los misterios tracios, Dioniso lleva el bassaris o piel de zorro, simbolizando la nueva vida. A Dioniso se le opone, como antítesis, Apolo, lo apolíneo, como bien lo explicó el filósofo Nietzsche en su libro El Nacimiento de la Tragedia: lo dionisíaco es una pulsión de la Naturaleza, cuyo modelo psicológico es la desmesura sexual, lo orgiástico. Para Nietzsche Dioniso representaba el estallido de la individualidad, la ruptura de toda frontera o límite, la misma abolición de la personalidad en cuanto sede de responsabilidad y dignidad. La pulsión dionisíaca pretende reconstituir una perdida unidad originaria anterior a la diferenciación de los sujetos, casi como el mismo populismo autóctono. Además es el intento de superación de todo dualismo y de todas las separaciones, al entender el devenir como metamorfosis y cambios irracionales. A través de esta pulsión el mismo hombre deviene obra de arte, ritmo desenfrenado, expresión de la esencia de la Naturaleza cruda y nuda. Es propio de lo dionisiaco el creer en lenguajes simbólicos más que en imágenes idealizadas o racionales. ¿Maradona no danza con frenesí ritual à la manière de un Baco? ¿No es un animus iniuriandi en su manejo experto del arte de injuriar? ¿No es de un Esprit dionisíaco radical su filosofía de juego?… Hoy por hoy como deidad es el más perfecto paradigma del hombre populista, un auténtico Dioniso peronista. No sabemos cómo terminará esta aventura deportiva-existencial de Maradona, pero parafraseando al escritor italiano Alessandro Manzoni podríamos decir Fu vera gloria? Ai posteri l’ardua sentenza, ¿Fue verdadera la Gloria? A los que vengan detrás corresponde la ardua sentencia…
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