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Reseña bibliográfica

Marcos Aguinis y el elogio del consumo capitalista

Fuentes: Rebelión

Un libro de colección. Hay que buscar mucho, había que esperar tanto para encontrarse con una confesión tan desnuda de alguien que se reconociera sin pudores como admirador de dos de los rostros más inaceptables del capitalismo neoliberal: el consumo irracional y el individualismo exacerbado. La última producción editorial de Marcos Aguinis, Elogio del placer1, […]

Un libro de colección. Hay que buscar mucho, había que esperar tanto para encontrarse con una confesión tan desnuda de alguien que se reconociera sin pudores como admirador de dos de los rostros más inaceptables del capitalismo neoliberal: el consumo irracional y el individualismo exacerbado.

La última producción editorial de Marcos Aguinis, Elogio del placer1, es un ensayo tan claro como desvergonzado en defensa de los últimos valores que aún resisten -por profundamente instalados- ante el descrédito general respecto del neoliberalismo radical.

La primera frase del libro ya devela el interés altruista -desinteresado, «apolítico», casi místico- que mueve a su autor: «Marcos, ¡hacés bien en alejarte de las malas ondas!» (p. 11), expresa en una suerte de ejercicio de introspección.

En los capítulos iniciales, el escritor se dedica principalmente a buscar en las formas más «intimistas» del placer, como el humor o el sexo. Tal como se lo propone, elogia aquí al hedonismo narcisista.

A partir de abordar el tema de la publicidad (según el autor, ese instrumento producto de la sociedad industrial que fomenta la elección y la creatividad de los sujetos, a diferencia de la propaganda que se enfoca en el adoctrinamiento de las pluralidades), se profundiza en la asociación analítica entre goce y consumo mercantil.

De esta segunda parte se destacan como pasajes muchas expresiones que no necesitan de interpretaciones o de comentarios extensos, y que aquí se rescatan. El anunciado elogio transita caminos ambiguos, y por momentos puede ser confundido con llana apología.

«Me doy cuenta de que no aguantás que siga con mis elogios al consumo sin señalar el agravio que inflige a millones de excluidos. Está bien. Pero te recuerdo que vos mismo has denunciado que esos excluidos son una muchedumbre vergonzosa por culpa de ideólogos y dirigentes que impiden su ascenso debido a una fanática (o interesada) fijación a ideas y métodos arcaicos, cuyo fracaso es más que evidente. No vamos a tratarlo aquí, sólo te pido que aceptes la existencia legítima del consumo, que avanza y que avanzará, porque brinda placer» (p. 176).

Tal como aquí, se reiteran los momentos en los cuales Aguinis dice dar la razón a la existencia de algunos de los males contemporáneos: «guerras, atentados, crímenes, corrupción, mezquindad, prejuicios, terrorismos, perversidades, genocidios, gobiernos incapaces, consumo de drogas, contaminación ecológica y estupidez a la centésima potencia» (p. 11). Ahora, ante cada aceptación de la tragedia se antepone inmediatamente un pero o un sin embargo que termina por relativizar la afirmación anterior.

Así, además de poner en dudas semejantes sucesos de injusticia claramente explicables, el rodeo también desprende a estas «fatalidades» de la principal de sus causas reales: la producción capital mundial.

No interesa. El superar esto está en el cultivo del propio placer (p. 25). Las personas consumen y se emancipan simultáneamente, aunque sin reconocerse entre sí (p. 175). Autoconciliación egoísta. Antídoto personal pero no social.

Otro párrafo apologético, que desconoce condiciones históricas o que ajusta la comprensión de condiciones «materiales» a los propios argumentos, es el que sostiene que «Las olas migratorias van de los países pobres a los países ricos, donde predomina el consumo. Del África sufriente a la Europa desarrollada y no de Europa al África; de América latina a los odiados Estados Unidos y no de los Estados Unidos hacia la rencorosa América latina. Todo ser humano pretende vivir mejor y gozar de sus contados días. Está en su naturaleza. Cualquiera tiende a arriesgarse para alcanzar buena comida, techo seguro y más confort» (pp. 176-177).

Como si aquellos subsaharianos que ponen en juego su vida en el desierto y luego en una barcaza de destino incierto comenzaran su travesía en busca de placeres burgueses…

Es verdad que Elogio del placer se arroga cierta erudición, en todo capítulo. Pero su valor confesional es innegable.

En el apartado «¿Cuestionar el progreso?» Aguinis continúa con su encomiada defensa del consumo individual. Denuncia aquí las contradicciones del progresismo, nombre con el cual se camuflaría la izquierda. Ésta se revela conservadora sólo por no alentar la celeridad del proceso de producción capitalista de mercancías que se sustenta en el usar y tirar (además de explotar mano de obra barata para la generación de las mercancías necesarias).

A propósito de usar y tirar, el uruguayo Galeano es llevado al cadalso en estas páginas (no se aclara si por «ecologista» o por «progresista»): «Me parece que Eduardo Galeano es un escritor lleno de miedo y lo abruma la nostalgia por el tiempo pasado que fue mejor porque es conocido. Se me ocurre que quienes así piensan deberían instalarse en una aislada comunidad ecológica. Allí recuperarían la atmósfera de un pueblo bucólico y atrasado, como los amish. […] La sociedad moderna es tan plural que acepta esos monasterios reciclados y hasta los publicita» (p. 229).

El crecimiento capitalista de hoy es resistido únicamente por «los progresistas que odian el progreso y el cambio» (p. 229). «No sólo los ricos anhelan participar de sus regalos [de la sociedad de consumo], sino también los pobres. Este deseo, que significa rendición ante el criticado hedonismo, impulsa el progreso» (p. 173).

Así, se le asigna a la categoría de progreso moderno el más decimonónico de los sentidos, idea vetusta a la vez que ya insostenible a la luz de sus consecuencias naturales y sociales en el momento histórico presente. ¿A qué es asociada, pues, esta noción? Suelas Nike, cuchillos eléctricos, hornos microondas, sandalias, pañales descartables, etc. son las imágenes a las que recurre el autor para este propósito.

Porque aunque a veces sus resultados no sean positivos, «El progreso reparte bendiciones […]» (p. 230).

Él salvará a la humanidad. Frente al aumento poblacional mundial, Aguinis augura una demanda de productos en general, la que será satisfecha por la tecnología que día a día revoluciona las esferas de la producción artificial de recursos.

Es que «El consumismo se ha impuesto de tal forma que, si ahora disminuyera, produciría catástrofes. […] El despilfarro escandaliza. Es cierto. Podría ser frenado si hubiere menos publicidad. Pero, ¿quién aspira a semejante cosa? Sería peor el remedio que la enfermedad. La sociedad de consumo basa su equilibrio en la perpetua excitación.» (pp. 205, 207).

Frente a las innegables crisis ecológica y socio-política que viven buena parte de las sociedades, el escritor llama a acentuar los preceptos del capitalismo, principales orígenes de dichos malestares.

«Se ha dicho que la sociedad del hiperconsumo debilita las ligaduras y favorece un pernicioso aislamiento» (p. 217), comenta. Pero agrega luego que «importantes conquistas sociales fueron impulsadas por el individualismo» (p. 218). La observación redunda en ejemplos, de los que se destacan los sucesos de la «Revolución gloriosa de Inglaterra» y «la Revolución americana» (se refiere a Estados Unidos), entre otros.

«El avance del individualismo sano y socialmente viable sólo ocurre en la medida en que cada persona adquiere dignidad, relevancia, derechos y protagonismo […] El individualismo bien entendido y sin exageraciones instala en cada persona el deber de cuidarse y cuidar todo lo que ama, aumenta la consciencia de su valor como ciudadano y la trascendencia de sus responsabilidades» (pp. 219-221).

El individualismo, ya lo ha dicho el autor, fomenta el consumo y así permite la libertad. El acto de la compra no es nunca una práctica «de masas», homogénea y homogeneizante, ya que el mercado ofrece una diversidad casi ilimitada de alternativas que hacen a la singularidad de quien las adquiere.

Estas verdades que pocos se animan a exteriorizar abiertamente son las que amasan el sentido común de ese sector social que sigue creyendo en la panacea de la propiedad futura como el sentido de la propia rutina. El deseo permanente es quien la sostiene y motiva.

Elogio del consumo y del individualismo. Apología del capitalismo más cruel para quienes buscan autoconciliarse, aferrados a la satisfacción de los más inmediatos y mezquinos placeres.

A su vez, constituye todo un improperio a las razones despiertas. Pues negar las fatídicas consecuencias sociales y naturales de esta organización histórica particular, gobernada salvajemente por el mercado, resulta en este momento poco menos que insostenible.

Ya no sorprende Aguinis con su sentido liberal (¿o, al fin de cuentas, conservador?) de la vida y del mundo mismo.

En términos de «teoría» política Elogio del placer desconoce toda relación de poder -las injusticias en pugna con las reivindicaciones colectivas-, reduciendo la existencia a la singular satisfacción de los placeres individuales. ¿Obscenidad, o valentía?

Definitivamente, un libro ineludible y de referencia para quienes aceptan la realidad como si nada debiera cambiar. Como si el pequeño universo beatificado con el principio del confort del cual gozan sólo unos privilegiados pudiese seguir con su carrera loca, irrefrenable.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.