He de reconocer que siento una apasionada admiración por Mario Draghi. Puede parecer chocante para quién haya leído otros artículos míos, pero es así. Y es que tengo un hijo estudiando Ciencias Económicas, y yo para mi hijo quiero lo mejor, por eso siempre que hablamos del porvenir y de la cosa económica -cosas evidentemente […]
He de reconocer que siento una apasionada admiración por Mario Draghi. Puede parecer chocante para quién haya leído otros artículos míos, pero es así. Y es que tengo un hijo estudiando Ciencias Económicas, y yo para mi hijo quiero lo mejor, por eso siempre que hablamos del porvenir y de la cosa económica -cosas evidentemente contrapuestas en la actualidad-, le leo la biografía de Draghi y le digo que tiene que ser como él, que tal como está el mundo es menester saber elegir: Tú -le advierto- tienes dos caminos, uno estudiar bien tu carrera, seguir siendo un rojo apestoso como tu padre y no comerte un torrao, o -ahí le has dao- ser como Mario Draghi o San Escrivá de Balaguer -capacidad te sobra, no hace falta mucha, aunque hay que quitarse los escrúpulos, ¡menudo estorbo!- personas que tuvieron una infancia muy dura y difícil -no cómo tú hijo mío, que te has criado entre sábanas de seda y almíbares exóticos- pero que supieron sobreponerse a la adversidad, a las piedras que les iba poniendo en el camino Nuestro Dios Todopoderoso hasta llegar en la Tierra a disfrutar de los bienes y prebendas que generalmente el divino reserva a los mortales para ese sitio al que -dicen- se llega justo después de haberla palmado y que, por ese mismo hecho, el óbito, ninguna comisión internacional de las muchas enviadas ha podido verificar no ya su ubicación, ni siquiera su existencia.
No te preocupes por la ética ni por tu coherencia ideológica, ningún católico poderoso, ningún banquero, pepero o Papa del mundo cree en Dios, es más saben a ciencia cierta que no existe, y esa es la ventaja con que cuentan respecto a los pobres que si creen. Puedes seguir siendo rojo, incluso comunista de esos, que yo no lo discuto, ya sabes que soy persona liberal, pero eso te lo guardas para tu fuero interno, para hablar con los camaradas -eso sí, nunca dónde haya gente bien, que todo se sabe y las cosas malas corren más que las liebres-, para ligar, si es que aún sirve ese método o para tener tu ideología interna, clandestina, pero en lo tocante a tu mañana, has de ser práctico y comportarte como un buen jesuita, tal como muestra la trayectoria vital de Mario Draghi. No te preocupen jamás los daños directos y colaterales que la búsqueda de tu interés personal puedan causar a segundas o terceras personas, a la mayoría no las conoces, y si conoces a algunas porque sean tus subordinadas o su trabajo dependa de ti, manten las distancias, no permitas que te contaminen con sus problemas menores, que si no llegamos a fin de mes, que si no tengo para dar de comer a mis hijos, que si no hay escuela ni hospital. Eso son minucias. Si sigues por el camino que trazó San Igancio de Loyola y continuó San Escrivá -aportaciones inmensas de España a la civilización-, tal como hizo Draghi, será señal de que Dios se ha fijado en ti, lo demás, ni los demás importan nada. Tu obligación es seguir el Camino para que mañana, cuando la miseria esté repartida entre todos los miserables, tú puedas vivir como Dios manda. Ya sé que lo que te pido es difícil, muy difícil, pero ya te he dicho que Dios pone pruebas a los elegidos, y tú estás entre ellos. Apartar tus ideas -que me parecen justas y comparto- de tu itinerario estudiantil y laboral, será garantía absoluta de tu triunfo y, por ende, de mi satisfacción y orgullo porque sabré que estarás entre los que mandan y disfrutan, entre los que pisan y ríen y no entre los mandados, pisados y sufridores. No se crían hijos para eso.
Mi hijo empieza a cansarse de la monserga, pero sobre todo alucina en colores con el discurso que le estoy colocando. Me pregunta, si tú me diste a leer el primer libro de Gramsci, me hablabas de Rosa Luxemburgo, eres anticlerical, te emocionabas evocando la revolución rusa y la francesa, maldices una y otra vez al capitalismo, ¿cómo eres capaz de decirme esas cosas?, y, sobre todo, ¿cómo esperas que siga tus consejos? Hijo mío, parece que no lo has entendido, yo sigo siendo el de siempre y pensando exactamente igual, pero sucede que vivimos en un mundo convulso dónde todo está cambiando a la velocidad de la luz y no para bien, de momento, yo lo que pongo ante tus ojos y tu inteligencia es que elijas entre estar con los de arriba y gozar de las mieles del éxito, o vivir arrodillado entre el fango y la indolencia de los que son agredidos y ni siquiera son capaces de defenderse, mucho menos de pasar al ataque.
Mira, hijo mío, Mario Daghi se quedó sin padres a temprana edad. Creía que su vida no valía nada, pero cuando todo estaba perdido, los hijos de San Ignacio de Loyola, por orden de Dios, le dieron una oportunidad y lo acogieron en su seno. Allí, silencioso, obediente, disciplinado, aprendió las máximas ignacianas como pocos lo habían hecho antes. Dada su cuna, debió haber sido un proletario revolucionario, pero eso era muy triste, y él supo elegir, pasando por encima de quien fuese menester y obedeciendo a quién había que obedecer: Antes la hipocresía que la pobreza, que mi mano derecha no sepa nunca lo que hace la izquierda y, sobre todo, que nadie hay en el mundo ni en los cielos tan importante como yo y mis señores. Nunca pensó en los demás ni le preocupó lo más mínimo el sufrimiento de millones y millones de personas, por eso, siguiendo el Camino que Dios le había trazado y los jesuitas explicado, marchó al Massachusetts Institute of Technology donde aprendió quién mueve la mano invisible de «los mercados», incluso comió frecuentemente con algunos de los dueños de esas manos, trabando gran amistad con Goldman y amigos. Regresó a su Italia natal -ya ves un don nadie- y durante años impartió clases en las mejores universidades. Sin embargo, eso no era suficiente para él y pronto, como un Titán, saltó al Banco Mundial, del que fue Director Ejecutivo, se convirtió en persona de la máxima confianza del Goldman Sachs y se encargó de privatizar todo lo que el pueblo italiano había construido con su trabajo para el bien común. No le tembló el pulso, no dudó ni un segundo, como hacen los hijos de San Ignacio, San Escrivá y Miltón Friedman siguió obstinado en su misión, los cadáveres se contaban por millones a su alrededor y a cada peldaño nuevo que subía, sucumbían Estados enteros a mayor gloria del capitalismo (AMCG). Por fin, cuando, gracias a su tesón, pericia y habilidad, creía que ya no le quedaba nada por conquistar -incluso había sido hermano de Silvio Berlusconi-, Goldman y Ángela Merkel le ofrecieron la presidencia del Banco Central Europeo, ya no se podía llegar más lejos. Las instrucciones eran claras y severas: Tienes que encargarte de dos cosas, caiga quien caiga, que la inflación no suba para no afectar a la economía alemana aunque las otras revienten y con ellas miles y miles de ciudadanos, y de ahogar a los países de la periferia, que todo el flujo económico de Europa vaya hacia el Centro. Es seguro que extenderemos la miseria hasta extremos desconocidos por la mayoría de los habitantes del viejo continente, pero esa es tu misión. Draghi, sonrió, mientras le caía un hilillo de baba por la comisura derecha del labio. No dijo nada, asintió y se puso a ello. Pues eso mismo, hijo mío, ¿hijo, dónde estás? ¿Julio, Julio…?
Hace tres meses que no veo a mi hijo. Dicen que se fue con un rabo de nube, a matar canallas con su fusil de venganza. Les aseguro que todo lo dije por su bien. Si alguien sabe de su paradero, es alto, guapo y muy simpático, por favor, les ruego me lo hagan saber.
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