La filosofía de Marx es, una “ontología del ser social” antes que una supuesta ciencia llamada Materialismo Histórico. Eugenio del Río, en La Sombra de Marx [La Sombra de Marx. Estudios sobre la fundamentación del marxismo (1877-1900), Editorial Talasa, Madrid, 1993] ha criticado la “debilidad” del método materialista histórico de Marx. Tal método más bien habría de llamarse “racionalismo analógico” (p. 200).
Este método consiste en que, a partir de procesos locales y concretos, se enuncian proposiciones globales por extrapolación. Este es el caso del concepto de “crisis” y la entidad que se disuelve o se genera a raíz de dicha crisis, a saber, el “modo de producción”. La crisis del feudalismo, proceso que involucra muchos procesos sociales, históricos y culturales, es el modelo para hablar de la muy ulterior crisis del capitalismo: análogamente a como la burguesía fue –se supone- revolucionaria frente las fuerzas feudales reaccionarias, el proletariado debería ser considerado igualmente revolucionario frente a esta burguesía ya en el poder, a su vez parasitaria e igualmente reaccionaria, etc. Es evidente que la revolución burguesa y la revolución proletaria no tienen absolutamente nada que ver entre sí, que el empleo del término común “revolución”, como tantos otros, “crisis”, “modo de producción”, etc., es puramente analógico, cuando no equívoco. Los procesos que dieron lugar a la disolución de la sociedad feudal, incluyendo la aparición de un modo de producción dominante de tipo capitalista son procesos completamente diferentes a los que darían lugar a una disolución del modo de producción capitalista y una eventual aparición de un modo de producción socialista.
El llamado “materialismo histórico” tiene de ciencia lo que tiene de saber descriptivo (de cada uno de los modos de producción, sus características distintivas) y analógico (las cualidades o términos comunes a distintas formaciones sociales y distintos modos de producción). Esto es tanto como decir que comparte con “la ciencia” los aspectos más rudimentarios y elementales de los saberes humanos, y en modo alguno la posibilidad de emprender predicciones. El materialismo histórico es, ante todo, saber histórico, y este saber es incompatible con el proceso mismo de la predicción. Como decía G. Sorel (citado por Eugenio del Río, p. 200): “La historia está entera en el pasado, no hay ningún medio para transformarla en una combinación lógica que nos permita prever el porvenir”. Lo que más se puede asemejar a una inferencia predictiva como las que acaecen en física, química y en las tecnologías basadas en las ciencias naturales, es una correlación entre las “esferas” de una totalidad social.
La más burda y simplista correlación es la que, metafóricamente, Marx y Engels plantearon entre la “base” y la “infraestructura” de la sociedad. El “peso” de cada una de esas esferas es muy variable según la coyuntura, la cultura, la fase histórica, la composición y la actividad de las clases sociales. Esto es, la Historia misma. La Historia misma es el estudio descriptivo y analógico de las formaciones sociales y demás morfologías culturales devenidas a lo largo del tiempo que, sin renunciar a formulaciones causales, evalúa el cambiante peso de los factores “básicos” y los factores “superestructurales”. Lejos de hallar un determinismo en las obras de Marx y Engels (si bien hay allí abundantes pasajes impregnados del positivismo y el determinismo habituales en el siglo XIX) el énfasis investigador ha de cifrarse en la unidad o totalidad social. El par base/superestructura es un esquema de conexión de aquello que precisamente el idealismo alemán pre-marxiano había disociado metafísicamente: el par materia/espíritu. Quizá no deberíamos reprochar a Marx y Engels la pérdida de la unidad o totalidad de “esferas” que todo el mundo reconoce como interdependientes (la economía, las relaciones sociales, las ideas y creencias (como parece hacer Del Río, p. 225), sino agradecerle su intento de superación (y por ende, continuación aunque “de otro modo”) del idealismo metafísico alemán.
El materialismo histórico, si habla de causas lo hace en el sentido de causas estructurales. Dentro de la totalidad social, los distintos elementos constitutivos guardan relaciones y correlaciones precisas, cambiantes según la situación histórica. Es ese mismo cambio de vigor o predominancia de uno de los elementos constitutivos, la materia sobre la que versa la ciencia de la Historia. Un ejemplo para ilustrar esto nos lo suministra Pierre Vilar (Economía, Derecho, Historia, Ariel, Barcelona, 1987) a propósito del Derecho. Éste elemento de la totalidad social no es meramente una superestructura, un efecto de causas económicas o, más en general, infraestructurales. Antes al contrario, en la obra de Marx, el Derecho aparece como elemento causal (estructural) de primer orden en ciertos contextos concretos. Diacrónicamente, el Derecho ocupa una posición estructural movilizadora y moldeadora:
“¿Es necesario añadir que el Derecho, producto de la Historia, es también uno de sus factores? Como cualquier elemento de la totalidad histórica, el producto se transforma en cusa. Es causa por su simple posición en la estructura del todo. No existen elementos pasivos en el complejo histórico” (p. 134).
El derecho moldea las mentalidades y las maneras de actuar, con lo cual es causa y condicionante de otras causas. No es lo mismo realizar acciones abiertamente o hacerlo a escondidas. Un ejemplo clásico lo tenemos en las líneas que Marx dedica al “robo” de leña en Renania:
“…La importancia del derecho, en la interpretación histórica de una sociedad, es que denomina, califica y jerarquiza cualquier divorcio entre la acción del individuo y los principios fundamentales de esa sociedad…Antes de la decisión de la Dieta Renana, se recogía leña, y después, se roba. Un artículo legal transforma a un “ciudadano” en “ladrón” (p. 111).
En nombre de una razón más “ilustrada” se suprimieron en tiempos en que Marx escribió sobre el tema, los derechos feudales y consuetudinarios que garantizaban a los pobres el suministro de leña. Como tantas medidas legales “avanzadas”, aquellos cambios legales significaron un duro mazazo a los más desfavorecidos. Remover viejos derechos “feudales” y “anacrónicos” en nombre del Progreso es causa de la crisis de un viejo orden y advenimiento de nuevas relaciones de producción. La acumulación primitiva, la abolición de las “leyes de pobres”, las desamortizaciones, etc. siempre han sido instrumentos y causas del avance hegemónico de la burguesía. En el marco actual, todas las innovaciones jurídicas (altamente imaginativas y contrarias al Derecho Natural) en materia reproductiva (vientres de alquiler, p.e.) y política familiar (ampliación hasta el absurdo del concepto de matrimonio y familia), son perfectos ejemplos de ingeniería jurídica, mediante la cual se modifican mentalidades y costumbres en provecho del gran Capital. Si el gran Capital comprueba que las instituciones, costumbres y estructuras son obstáculos a su producción y acumulación, las remueve; y en la remoción es fundamental el cambio jurídico.
Que la izquierda apueste por legislaciones que, unilateralmente, parezcan “un paso adelante” significa, las más de las veces, un paso atrás en los derechos de los (más) trabajadores. Hay pasos adelante que lo son, pero hacia el abismo. Las instituciones de eficacia probada durante siglos no tienen por qué ser “retrógradas”. Este es el más pésimo legado de la izquierda postmoderna, confundir lo estable y valedero con lo reaccionario. La familia, el matrimonio monógamo, las legislaciones y organizaciones religiosas caritativas o educativas, etc. han sido muleta y escudo para las clases subalternas de la sociedad europea desde los albores de la Edad Media. Denigrar estas realidades podrá servir como propaganda para nuevas innovaciones en la ingeniería social, pero no constituye, en modo alguno, un homenaje a la verdad y a la ciencia.