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Entrevista al profesor marxista Carlos Nelson Coutinho

Marxismo sin ataduras

Fuentes: Punto Final, edición Nº 746

Investigador del Centro de Filosofía y Ciencias Humanas y de la Escuela de Servicio Social de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, Carlos Nelson Coutinho es un destacado marxista, considerado uno de los principales conocedores de la obra de Antonio Gramsci y también un especialista en el filósofo húngaro Gyorgy Lukács, con quien mantuvo […]

Investigador del Centro de Filosofía y Ciencias Humanas y de la Escuela de Servicio Social de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, Carlos Nelson Coutinho es un destacado marxista, considerado uno de los principales conocedores de la obra de Antonio Gramsci y también un especialista en el filósofo húngaro Gyorgy Lukács, con quien mantuvo contacto hasta poco antes de su muerte. Ha tenido, al mismo tiempo, activa vida militante en partidos de Izquierda. Visitó Chile con motivo del seminario «Marx en el siglo XXI. ¿Vigencia del(os) marxismo(s)?». Es autor de numerosos libros que van desde la ciencia política a la crítica literaria, entre los que se han traducido al castellano destacan «El estructuralismo y la miseria de la razón», «Introducción a Gramsci» y ahora, «Marxismo y política», publicado por LOM, que fue presentado durante su participación en el encuentro.

PF entrevistó al profesor Carlos Nelson Coutinho.

¿Qué destaca usted del marxismo hoy?

«Destaco su amplitud y flexibilidad. Su teoría económica es de evidente actualidad, desde antes del Manifiesto Comunista que anticipó la mundialización del capitalismo y por ende la globalización actual, hasta llegar a sus planteamientos sobre las crisis. Sin embargo, el marxismo no es algo que se pueda dividir, dado su carácter unitario. Si bien la división entre materialismo histórico y materialismo dialéctico parece superada, sus contenidos se integran en el marxismo verdaderamente creador. A mi juicio, todo el marxismo es actual en cuanto a la interpretación de la realidad desde el punto de vista de la totalidad, especialmente cuando el llamado postmodernismo postula abandonar las grandes narrativas para concentrarse solamente en casos puntuales. Para el marxismo la idea de totalidad es el centro metodológico fundamental. Igualmente me parece relevante el método creado por Marx».

Y a este respecto, usted plantea que el ateísmo, en la visión materialista, podía considerarse una parte prescindible del marxismo, como lo demuestra la Teología de la Liberación que concilia partes del cristianismo con elementos del marxismo en una síntesis muy valiosa.

«Sí y no. La Teología de la Liberación fue muy fuerte en Brasil y ha decaído actualmente. Ha sido y es muy importante, porque abre vías de entendimiento entre sectores progresistas de la sociedad. Con todo, pienso que si uno es consecuentemente marxista, también es ateo. Sin embargo, hago una salvedad: la palabra ‘ateísmo’ tiene para mí un sentido negativo que confunde, porque el marxismo es una posición afirmativa de la inmanencia del hombre, de su autonomía, de su capacidad de transformar la realidad sin la intervención de fuerzas no terrenales. Gramsci decía que el marxismo era un humanismo absoluto y también un historicismo absoluto».

Dentro de esa concepción amplia, ¿qué carácter tienen las llamadas leyes históricas?

«Todas las supuestas leyes absolutas en el campo social tienen carácter tendencial, pueden o no pueden cumplirse. Algunos han visto en el discurso de Engels con ocasión de la muerte de Marx una asimilación entre las leyes naturales y las leyes de la sociedad. Es una analogía complicada. Llevó a Karl Kautsky a una confusión entre Darwin y Marx. El método científico en las ciencias naturales es distinto del método en las ciencias sociales. Para mí, la esencia del método de Marx reside en su capacidad de revisión. No se trata del revisionismo liquidacionista de Bernstein, pero si pensamos, por ejemplo, en Lenin, Lenin revisó el marxismo. Marx sostenía que la revolución proletaria comenzaría en los países capitalistas desarrollados, especialmente en Alemania. Lenin postuló en cambio que la revolución se produciría en el eslabón más débil del sistema. Gramsci ha desarrollado una teoría del Estado y la revolución de acuerdo a las nuevas exigencias de la realidad. Lo único ortodoxo en el marxismo puede decirse que es el método. Y de acuerdo a eso, podemos y debemos abandonar muchas afirmaciones concretas hechas a lo largo de más de 150 años, cuando ni siquiera existían muchas de las cosas que hoy constituyen nuestra realidad, lo que exige un esfuerzo a fondo por entender y actuar. Mariátegui ya lo dijo: el socialismo en Indoamérica no puede ser ni calco ni copia, sino creación original».

¿No hay en el marxismo un cierto eurocentrismo, que lleva a prestar poca atención a revolucionarios de otras procedencias?

«Eso es verdad. Aunque recurro de nuevo a Mariátegui, que decía que el mayor y más fructífero aprendizaje lo había hecho en Europa y que sin las ideas occidentales y europeas no habría podido pensar en Indoamérica.

Reitero que usted tiene razón y creo que es más importante ahora, en que se plantea con tanta fuerza el tema de la multiculturalidad. En América Latina es algo determinante. En Brasil, el 50% de la población es blanca y el otro 50% no es blanco. El continente tiene tres raíces centrales. Blanca, negra e indígena. Además en ciertas zonas hay presencia fuerte de indios (de la India) y también de chinos. En muy pocos países no hay negros, pero sí hay indígenas. En todo caso, ese es un tema crucial que va adquiriendo creciente fuerza. El multiculturalismo tiene el riesgo de la disolución de las luchas en áreas parciales, que hacen perder de vista la dimensión general de la lucha. Y esto que vale para el multiculturalismo, vale también y más, para la existencia y acción de los movimientos sociales. Allí también se evidencia la necesidad de una ideología integradora, que destaca la importancia de la política y los partidos. Todavía hoy el partido político toma las demandas de los distintos sectores, les da dimensión general y eventualmente propone soluciones articuladas dentro del contexto general de la sociedad. Por lo tanto, la forma partido todavía resulta esencial para evitar la fragmentación que puede producirse, y asegurar la permanencia o continuidad en el desarrollo y crecimiento de las demandas y necesidades sectoriales».

Gramsci en Brasil

¿Cómo se introdujo Gramsci en el marxismo de Brasil?

«Gramsci llega al Partido Comunista de Brasil, que era permeable a las ideas del teórico italiano, lo que explica que haya sido un proceso rápido. Sin embargo, el PC brasileño dejó de ser hegemónico en la Izquierda en los años sesenta. Diversos intelectuales, entre ellos yo, hicimos el esfuerzo interno, pero chocamos con la dirección partidaria. A comienzos de los 80 fuimos acusados de eurocomunistas y dejamos el PC. Yo ingresé al PT, que tenía una fuerte corriente de Izquierda. Cuando el PT puso en práctica una política neoliberal, especialmente en los dos gobiernos de Lula, que siguió el curso de Fernando Henrique Cardoso salvo una política social asistencialista que le dio gran apoyo popular, nos retiramos y fundamos un pequeño partido: Socialismo y Libertad, que tiene, con todo, tres diputados. La vida para los partidos de Izquierda no es fácil hoy día en Brasil, por la gran influencia que tiene el PT en los movimientos sociales. Nosotros ligamos el socialismo y la libertad, que nos parecen indisolubles.

Pero volvamos a Gramsci. No hay duda que fue un gran pensador y un notable ser humano. Su pensamiento hoy parece más vigente que antes. Especialmente en los países centrales y en los más integrados a la globalización. En esos países es mucho más difícil -o derechamente imposible- una revolución armada. El Partido Comunista italiano comprendió rápidamente la necesidad de cambiar la estrategia revolucionaria en los países desarrollados democráticos, esos países que Gramsci llama ‘occidentales’ (no propiamente en sentido geográfico), antes que en los países ‘orientales’, donde es muy difícil imaginar formas de lucha que no sean armadas, como ocurre, por ejemplo, en los países árabes, donde no hay una sociedad civil fuerte. En el conocimiento y difusión de la obra de Gramsci tuvo un gran papel Palmiro Togliatti, que formuló la idea de la democracia progresista, es decir una base para el socialismo que se da al interior de las democracias constitucionales, a través de reformas estructurales profundas. Togliatti convirtió las ideas generales de Gramsci en estrategia política concreta. También han tenido mucha importancia Pietro Ingrao y Nikos Poulantzas.

Todo esto hace más difícil explicar lo que ha sucedido en Italia. Cuando estuve viviendo en Italia, el PC tenía el 34% de la votación, que junto a los socialistas y algunos partidos pequeños superaban el 50%. Actualmente no hay un solo diputado comunista en el Parlamento. Todos los partidos de Izquierda sumados no obtienen el mínimo para acceder al Parlamento. Creo que hace tiempo comenzó en Italia un proceso de regresión política que ha llegado a extremos trágicos. En ese proceso regresivo ha sido muy importante la influencia de los medios. Y en cierto momento, las presiones de Estados Unidos, que temía la ruptura de la Otan, y del Vaticano, que se jugó a fondo contra la Izquierda. Gramsci dice que existe en el mundo la ‘pequeña política’, que se conforma con la administración de lo existente y la alternancia entre centro izquierda y centro derecha, y que también existe la ‘gran política’, que busca el cambio de estructuras, los cambios de fondo, la constitución de sujetos sociales cuya acción sea decisiva. Las cosas, sin embargo, parecen estar cambiando, pero también hay que tener presente ‘el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad’ de que hablaba Grasmci, aludiendo al realismo que debe inspirar la política».

América Latina hoy

¿Qué piensa de la actual situación de América Latina?

«Se trata de una coyuntura apasionante. Aunque a mediados y finales de los 70 hubo procesos muy esperanzadores en Brasil, Bolivia, Chile, Perú y Argentina, ahora es distinto. No conozco bien lo que sucede en Venezuela, Bolivia, Ecuador y en otros países, pero se trata, sin duda, de procesos más profundos y sólidos. No solamente porque son verdaderas reconstrucciones después de grandes derrotas, sino porque hay incorporación muy activa de movimientos sociales indígenas, de trabajadores y jóvenes sino, además, porque hay perspectivas socialistas. Los gobiernos de esos países están planteando el socialismo como cuestión de gran política. No es seguro que tengan éxito total, pero el solo hecho de postular el tema, de discutirlo, de organizar al pueblo y abrir paso a partidos nuevos es tremendamente importante, como lo hace el presidente Chávez con su proyecto de socialismo del siglo XXI. También la coyuntura económica favorece las transformaciones. En Perú, con el triunfo de Ollanta Humala, se abre un compás de espera, e incluso hay indicios de que pudiera tratar de seguir los pasos de Lula y el PT brasileño. Y es una situación que preocupa. Lula prometió mucho y no hizo, no digamos transformaciones socialistas, sino ni siquiera cambios modernizadores significativos, como al problema de la tierra. El neoliberalismo es fuerte pero no invencible. Una novedad adicional en el caso de Venezuela es que las transformaciones se dan en un país muy rico, lo que significa recursos enormes para transformaciones sociales y, sobre todo, para las bases de una economía socialista con características nuevas».

¿Es Brasil actualmente un imperialismo?

«A mi juicio, Brasil es un subimperialismo, en el sentido de que forma parte del sistema hegemónico del imperialismo norteamericano. Es la séptima economía del mundo y podría pasar a ser la quinta o sexta en los próximos dos o tres años. Empresas brasileñas son grandes multinacionales que actúan en América Latina y Africa. Tiene prácticamente doscientos millones de habitantes, es fuerte económicamente y tiene grandes riquezas naturales. Pero al mismo tiempo, tiene enormes debilidades derivadas del latifundio, la concentración de la riqueza y la pobreza de gran parte de la población. Mantiene, por otra parte, una política exterior bastante decente que viene del pasado y que se ha intensificado con Lula, porque tiene una especie de vocación de gran potencia. Que ya se notaba en la dictadura militar: Brasil fue el primer país del mundo que reconoció al gobierno marxista de Angola. Se practicaba entonces un ‘pragmatismo responsable’, porque interesaba abrir paso a inversiones en ese país. Dentro de América Latina el papel de Brasil es cada vez más importante».

¿Y qué piensa de China?

«Tengo una visión muy escéptica, a pesar de la presencia del Partido Comunista en el gobierno. Las políticas económicas son claramente neoliberales y hay una superexplotación de la fuerza de trabajo y una falta de democracia real. China tiene además una política exterior de gran potencia, en el sentido negativo de la palabra. La caída de la Unión Soviética creó una situación muy peligrosa en el mundo, en que se instaló Estados Unidos como gran potencia hegemónica, sin contradictor. Y creo que pasará un buen tiempo antes que surja una poder alternativo. Si existiera la Unión Soviética, es muy probable que no hubiera ocurrido lo que está sucediendo en Libia. Se dice que con su poderío económico, China hará posible el socialismo. No me parece un argumento convincente»

Apuntes marxistas

«(…) es importante recordar que jamás el socialismo ha sido tan necesario, en función de la destructividad creciente del sistema capitalista, pero al mismo tiempo tan difícil.

Las condiciones objetivas son favorables. Las crisis del capitalismo se agudizan y cada vez más nos conducen a la barbarie. Además, gracias al extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas, se hizo posible que, en lugar del aumento del desempleo estructural, como sucede en el capitalismo, se haga realista una propuesta de una drástica reducción de la jornada de trabajo. Y esta reducción, como nos dice Marx en El Capital, es la base del pasaje del reino de la necesidad al reino de la libertad, esto es, al comunismo (…)».

«Pero son desfavorables las condiciones subjetivas. Por muchas razones, la conciencia de la necesidad del socialismo se ha debilitado fuertemente en las últimas décadas. Por un lado, el colapso del ‘socialismo real’ (…) difundió la creencia que el socialismo era una cosa del pasado. Pero más importante me parece el hecho de que las grandes modificaciones en el mundo del trabajo han dificultado la formación de una conciencia de clase. El sujeto revolucionario no es más sólo la clase obrera fabril, sino todos los que viven de su trabajo, creando plusvalía para el capital. Ciertamente es todavía un problema abierto -y un gran desafío para los marxistas- definir quién forma parte hoy del posible sujeto revolucionario».

CARLOS NELSON COUTINHO (De su presentación del libro «Marxismo y política»)

Publicado en «Punto Final», edición Nº 746, 11 de noviembre, 2011

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