¿Hay forma aún de salvar a Quito?
Hábitat III nos presentó una oportunidad, pero parece que no la aprovecharemos. A pesar de ser la sede de la conferencia de las Naciones Unidas sobre el futuro de las áreas metropolitanas del mundo, el evento no provocó mayor debate sobre el diseño de las ciudades ecuatorianas en los medios locales. Más bien, fue la prensa internacional, como el periódico británico The Guardian quien llamó la atención de la hipocresía de un evento que habla de ciudades inclusivas presentado por una administración municipal que eliminará todo un barrio (el Bolaños) para levantar una megaobra que promueve la exclusión. Como dice el artículo, «para una ciudad aparentemente entusiasta de la sostenibilidad, este proyecto (la Solución Guayasamín) se ve sorprendentemente como una estrategia urbanística de los años 60 que prioriza el auto privado.»
No nos debería sorprender que una administración que gasta dos millones del presupuesto de la Secretaría de Cultura en un concierto de Sting se enfoque en la espectacularidad más que en la sustancia. Es una decisión consecuente con el oportunismo con el que intenta mantener el poder el alcalde de Rodas: su partido, SUMA, se ha subido a la campaña presidencial de Guillermo Lasso, dejando a la supuesta Unidad que ayudó a formar. El juego político (o politiquero) es más importante para Rodas que la real sostenibilidad de la ciudad.
El momento del anuncio del llamado Canguilasso sólo reafirma lo que muchos hemos sospechado: a pesar de haber adoptado un discurso urbanista, el alcalde Rodas ve a su tiempo en el Municipio como una escalera hacia la Presidencia. Para él, la sostenibilidad de Quito es secundaria. Como él no quiere hacerlo, quienes creemos en la sostenibilidad y resiliencia de Quito debemos generar ideas para que los candidatos a la Alcaldía de 2018 empiecen a pensar en las agendas de políticas públicas que permiten que la ciudad sea un facilitador y no un obstáculo a la buena calidad de vida.
El momento de llevar a cabo esta conversación es ahora. Como lo recordaron varias los panelistas de Hábitat III, el mundo se está urbanizado. Para el año 2035, dos mil millones de personas vivirán en ciudades. Según las Naciones Unidas, para el año 2050, 70% de la población humana vivirá en ciudades. Cómo manejamos aquella migración y crecimiento determinará si todos vivimos mejor o peor. La ciudad es la interfaz con que interactuamos con ese concepto intangible pero poderoso que llamamos país. Si nuestras ciudades profundizan las desigualdades entre ciudadanos, podemos esperar que los políticos populistas al estilo de Trump y Chávez concreten su presencia en el escenario político: el populismo, al final, es la promesa de respuestas simples a problemas complejos ofrecido a personas que sienten victimizadas por el orden actual. En el futuro, más que hacer crecer el producto interno bruto, lo que nos salvará de los populistas será un buen diseño urbano.
Si diseñamos bien nuestra ciudad, podemos mejorar la calidad de vida de los más pobres. Como escribí en un texto anterior, el metro representa la oportunidad de crear más igualdad en Quito por distribuir mejor las zonas prósperas de la ciudad y ofrecer una alternativa para recorrer distancias largas en el corto tiempo. Un subsidio a los usuarios más pobres, la base del transporte público, les permitirá recuperar tiempo que pueden dedicado a sus familias, lo cual mejora su calidad de vida.
Si diseñamos mal a Quito, sólo crearemos más malestar social. Como dice el arquitecto chileno Alejandro Aravena, la consecuencia de la falta de planificación urbana es la informalidad. La informalidad perjudica al pobre porque la construcción de su hogar, por ejemplo, representa un gasto que nunca se vuelve inversión. Si el rico construye su casa bajo condiciones formales, puede esperar que su inversión inmobiliaria genere más valor y más riqueza para él en el futuro. La inversión en un propiedad informal, en cambio, es de alto riesgo, ya que un desalojo forzado, una invasión o un desastre natural restringe su potencial de crecimiento. La ciudad mal diseñada profundiza las desigualdades que generan tensiones y estancan la movilidad social al ahondar las divisiones entre los que vivimos en la formalidad y los que viven en la informalidad.
Tenemos, también, la oportunidad de dejar de lado argumentos ideológicos y priorizar políticas públicas basadas en evidencia. Desarrollar un debate sobre estrategias concretas para la ciudad es importante porque la gestión de un país y una ciudad representa la gestión de dos entidades muy distintas: uno es la gestión de abundancia y el otro es la gestión de escasez. Por ejemplo, podemos hacer crecer una economía, creando mayor riqueza al mejorar la productividad o impulsando las exportaciones nacionales, pero una ciudad tiene límites geográficos reales. Aquella escasez de recursos nos obliga a responder a preguntas difíciles: Si tenemos un número determinado de hectáreas, ¿qué porcentaje queremos dedicar a áreas verdes, y qué porcentaje queremos dedicar al transporte? Si dedicamos otros tantos kilómetros al transporte, ¿cómo los optimizamos para movilizar la mayor cantidad de gente en el menor tiempo posible? En aquellas conversaciones no hay soluciones del libre mercado ni soluciones estatales: hasta el auto privado requiere de un subsidio para pagar la construcción de vías. Si queremos que el gasto público obligatorio sea eficiente, ¿vamos a construir puentes y pasos desniveles o vamos a construir sistemas de buses rápidos (BRT, por sus siglas en inglés)? Si hablamos de seguridad, ¿preferimos gastar más en policías, o preferimos crear zonas con mayor densidad y tráfico peatonal que dificulta el trabajo del ladrón que depende de una baja densidad para poder operar en paz y silencio? En la gestión de una ciudad, no hay verdades de la izquierda ni verdades de la derecha: sólo hay políticas públicas que funcionan y políticas públicas que no funcionan.
La falta del liderazgo de la administración municipal de Mauricio Rodas y la falta de debate en los medios tradicionales sobre el diseño de la ciudad crea un problema: en lugar de nosotros formar la ciudad, la ciudad nos forma. En lugar de ser participantes activos en la construcción de una mayor calidad de vida, nos volvemos víctimas de la ciudad, su tráfico, su inseguridad, su aislamiento. Para evitarlo, deberíamos recordar a Carl Jung: «hasta que el inconsciente no se haga consciente, el subconsciente dirigirá tu vida y tú le llamarás destino.» La oportunidad que perdimos en Hábitat III fue la de hacer que el diseño inconsciente de la ciudad se vuelva consciente. Si queremos un destino distinto al modelo propuesto por la gestión actual de Quito, debemos empezar la conversación ya sobre el diseño de nuestra ciudad. Las rejas y kioskos de Hábitat III desaparecerán la próxima semana: es nuestra decisión si la conferencia que pasa una vez cada veinte años representa un cambio de dirección para el Ecuador o si, simplemente, será un espectáculo más costoso que Sting -pero sin el SOS en una botella.