La ciudadanía egipcia está llamada a las urnas del 26 al 28 de marzo para designar al presidente de la República. Si hubiera que emplear una palabra, una sola palabra, para caracterizar este proceso que difícilmente se puede calificar de electoral, la que viene inmediatamente al espíritu es mascarada, una representación teatral que mezcla ridículo […]
La ciudadanía egipcia está llamada a las urnas del 26 al 28 de marzo para designar al presidente de la República. Si hubiera que emplear una palabra, una sola palabra, para caracterizar este proceso que difícilmente se puede calificar de electoral, la que viene inmediatamente al espíritu es mascarada, una representación teatral que mezcla ridículo e hipocresía. Pues el escenario ha sido cuidadosamente limpiado para eliminar a todo actor o actriz que pudiera hacer sombra a la vedette, el presidente Abdel Fattah Al-Sissi, candidato a su propia sucesión.
Así, son incontables las personas con responsabilidades políticas que han sido descalificadas con los pretextos más descabellados. Y en primer lugar, el antiguo primer ministro Ahmed Chafik, que había obtenido más del 48% de los votos en la segunda vuelta de las presidenciales de 2012 -la única democrática de la historia del país- frente a Mohamed Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes. Habiendo anunciado su candidatura en Abu Dhabi, donde estaba refugiado, ha sido puesto por la fuerza en un avión para El Cairo. Han sido precisas algunas semanas de «presiones amistosas» para obligarle a renunciar.
El antiguo Jefe de Estado Mayor (2005-2012) Sami Annan afirmaba a su vez, a principios de enero, querer concurrir. Con malas consecuencias: ha sido detenido y metido en la cárcel, rompiendo así el poder con una regla no escrita que quería que los antiguos generales no serían nunca encarcelados. El coronel Ahmed Konsouwa ha sido también condenado a seis años de prisión por un tribunal militar por haberse atrevido a presentarse como candidato. En estas condiciones, los últimos candidatos en liza, Mohamed Anuar El-Sadat, el sobrino del antiguo presidente -a quien se le ha negado incluso la autorización a celebrar una rueda de prensa- y Khaled Ali, un abogado de izquierdas, han anunciado su retirada de una competición trucada.
Acto segundo de la mascarada: a algunos días del cierre de la presentación de las candidaturas, Sissi se encontraba en la delicada situación de tener que concurrir sin ningún adversario, lo que podía conducir a la desmovilización de un electorado ya poco inclinado a acudir a las urnas. En su visita a El Cairo el mes de enero, el vicepresidente americano Mike Pence había confirmado el apoyo de Estados Unidos a un segundo mandato de Sissi, pero con la condición de que no fuera el único en liza. Así pues, se ha asistido, a finales de enero, a una serie de maniobras de pasillos que han sido un regocijo para las redes sociales, pero han sido mantenidas en silencio por los medios oficiales (los únicos ya autorizados), al lado de los cuales el Pravda de la época de Leonidas Brejnev parece una isla de pluralismo.
La opción de las autoridades, o más bien de los mujabarat, los servicios de policía que se ocupan de este tipo de actividades, se ha dirigido primero hacia Al-Sayid Al-Badaui, un dirigente del neo-Wafd, heredero de una formación nacionalista. El hombre ha aceptado, pero un viento de revuelta ha soplado sobre el viejo aparato y su dirección ha rechazado este diktat, tanto más en la medida en que ya había ratificado al presidente Sissi. Apretada por los plazos, la policía política se ha dirigido a Mussa Mostafa Mussa, un oscuro político, asegurándole, algunos minutos antes del plazo reglamentario, las firmas de 27 diputados indispensables para presentarse. Y el nuevo candidato ha debido borrar a prisa de su página Facebook su llamamiento a votar por… el presidente Sissi.
Estas maniobras han llevado a una reacción de una parte de una oposición egipcia más bien moribunda, que ha decidido unirse por primera vez desde 2013. El 30 de enero, una media docena de partidos y ciento cincuenta responsables y militantes políticos, entre ellos Khaled Alin Abdel Moneim Abul Futuh, dirigente del partido Por un Egipto Fuerte, Hamdin Sabahi, dirigente de un partido nasseriano, y Mohamed Anouar El-Sadat llamaban al boicot de la farsa electoral, otro término utilizado para designar la mascarada. El resultado no se ha hecho esperar: Abul Futuh 1/ ha entrado en la cárcel el 14 de febrero, acusado de terrorismo, y su partido va a ser disuelto próximamente.
Por si alguien no lo hubiera entendido, Sissi en persona declaró el 1 de febrero: «Prestad atención. Lo que ha ocurrido hace siete u ocho años [la revolución de 2011] no se repetirá. Lo que no funcionó entonces no funcionará. (…) Quienes quieren arruinar Egipto tendrán primero que enfrentarse conmigo. Al precio de mi vida, y de la del ejército» 2/. Ya en septiembre de 2016, el presidente amenazó: «Tenemos un plan para desplegar el ejército en todo el país en seis horas para proteger la seguridad del Estado».
Elegido -aunque este término sea bastante inapropiado-, el presidente debería cambiar la Constitución que guarda aún algunas huellas del espíritu del 25 de enero de 2011. Se anuncia que suprimirá la prohibición de dos mandatos para el presidente, lo que abre la vía a la presidencia de por vida. Anulará también sin duda la cláusula que preveía que el ministro de defensa debía permanecer en su puesto diez años. Esta disposición, adoptada entonces para preservar al ejército del poder civil es ya inútil, incluso peligrosa: el actual ministro de defensa Sedki Sobhi sería uno de los últimos altos cargos que obstaculizarían el poder personal de Sissi, cuando ha emprendido una purga que va del cambio del jefe del Estado Mayor en octubre de 2017 a la destitución del jefe de los servicios generales de información en enero de 2018, reemplazándolo por su propio jefe de gabinete. El círculo de confianza del presidente va menguando peligrosamente.
En un editorial, el Washington Post del 24 de enero titulaba: «El dictador egipcio no es un amigo de los Estados Unidos». Es, en cambio, un amigo de Francia, su primer suministrador de armas. al recibir a Sissi el 24 de octubre de 2017 en el Elíseo, Emmanuel Macron declaraba que no quería «dar lecciones» a su homólogo en materia de derechos humanos. En 2005, a la salida de unas elecciones presidenciales ganadas con el 99% de los votos por Hosni Mubarak, Jacques Chirac enviaba un telegrama de felicitación al feliz recién elegido. A quienes se lo reprochaban, les hacía tener en cuenta que Mubarak era «el gran hombre de Estado del Próximo Oriente» y que «el despotismo es la forma de organización política mejor adaptada a la cultura árabe» 3/. Decididamente, el nuevo mundo de Emmanuel Macron se parece como dos gotas de agua al antiguo.
Notas:
1/ Tras haber roto con los Hermanos Musulmanes, fue candidato en las presidenciales de 2012. Consiguió el cuarto puesto en la primera vuelta con el 17,47% de los votos.
2/ Ver el video difundido por Misr TV (en árabe) https://www.youtube.com/watch?v=sShpS81h3BY
3/ Citado por Guy Sorman, J‘aurais voulu être français, Grasset, 2016.
Artículo original: https://orientxxi.info/magazine/pantalonnade-electorale-en-egypte,2345
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur