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Matonismo de cine

Fuentes: Rebelión

La propaganda nos vende Hollywood como la mayor fábrica de sueños que jamás ha existido en la historia humana, pero en realidad el emporio cinematográfico global solo sirve a los intereses del orden establecido a escala mundial bajo el liderazgo USA. Desde Hollywood se ahorman la moda, los gustos más dispares y el pensamiento único […]

La propaganda nos vende Hollywood como la mayor fábrica de sueños que jamás ha existido en la historia humana, pero en realidad el emporio cinematográfico global solo sirve a los intereses del orden establecido a escala mundial bajo el liderazgo USA.

Desde Hollywood se ahorman la moda, los gustos más dispares y el pensamiento único que divide la sociedad en dos polos maniqueístas, los buenos y los malos. Sin contextos ni complejidades, a lo bruto, a veces mediante sofisticadas tramas o argumentos de suspense enrevesados y en la mayoría de ocasiones a través de guiones zafios y toscos. Las excepciones, confirman la regla. El famoso y mítico barrio de Los Ángeles es un aparato ideológico de primerísima magnitud, un pilar incuestionable del militarismo e imperialismo estadounidense.

El héroe justiciero, blanco y hombre, es el rol por antonomasia, es decir, el matón con licencia para matar fuera de formalismos o procedimientos judiciales. El matonismo sobresale como el ingrediente favorito de la fábrica de los sueños angelina, uno bueno contra todos los malos, donde el héroe representa a la mayoría silenciosa contra los ardides de la maldad absoluta.

Superman, Spiderman, Batman o 007 son paradigmas dulces e infantiles de esta visión reduccionista y unilateral de los conflictos políticos, económicos y sociales de todo el mundo. Figuras (iconos idolatrados al modo de machos alfa) como Sylveste Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, Chuck Norris, Clint Eastwood, Jean Claude Van Damme, Steven Seagal, Tommy Lee Jones y Nicolas Cage, por solo citar a los más señeros, son actores que han llevado a la pantalla con éxito ese papel de matón sufrido y redentor casi divino de las injusticias universales.

En roles de ficción sucios o atormentados por su pasado aman la acción y el gatillo fácil. Al estar del lado moral bueno, da la sensación de que todos disparamos con ellos. Lo hacen en nuestro nombre y, además, de manera altruista. Luego se retiran a su vida cotidiana (con esposa doliente o no) de espías, policías o detectives privados sin esperar recompensa alguna por los servicios prestados. Son gente corriente con elevados principios éticos: salvar a la Humanidad de las escorias sociales: asesinos, gentes con acentos extranjeros, adictos a las drogas o perversiones sexuales, rojos, anarquistas, terroristas, rusos, rebeldes… El elenco de malos nunca está determinado de modo invariable, estando siempre sujeto a los vaivenes y secretos de la geopolítica internacional.

Para el héroe de ficción no existen las leyes. Sus respuestas son morales: hay que eliminar a toda costa a la excrecencia demoniaca. Y los malos en este trasunto lo son por generación espontánea. La condición humana es así, unos nacen tocados por la bondad natural y otros con el virus de la maldad recalcitrante, que si no ese extirpa día a día puede resultar altamente contagiosa. De ahí, que el héroe no tenga horarios laborales. Vive para su moral: su moral genuina es su propia vida.

Hay miles de películas así de acción a tope espectacular, fáciles de deglutir, que no permiten o ciegan la capacidad de pensar por uno mismo. Y todos estamos expuestos a esta basura artística que se repite en los inocuos juegos audiovisuales donde cada cual en el anonimato de su tablet, móvil u ordenador personal puede hacer ejercitar su sueño de violencia ética y matar personajes maléficos y feos, provocar guerras a discreción y realizar intervenciones quirúrgicas militares para sublimar su agresividad social y su precariedad vital por un módico precio y con un solo clic virtual.

Asusta pensar que películas tan banales sean consumidas por tanta gente en tantos lugares y culturas distintos. Ciertamente el reduccionismo de los argumentos juega a favor de su comprensión casi instantánea. En la compleja realidad las relaciones de poder y las causas de la conflictividad social y la lucha política hay que buscarlas con reflexión y pausa. Hay que hacer esfuerzos para penetrar la verdad que subyace en la vida cotidiana. En cambio, en las películas de matones heroicos el espectador ve con sus propios ojos toda la realidad que muestra el argumento. Ve la sangre de las víctimas y los rostros angulosos de los asesinos. Su mirada es privilegiada, pudiendo interpretar la realidad sin mediaciones intelectuales. Lo que ve es la verdad, aunque se ensombrezcan los contextos y los motivos profundos de lo que está mirando.

Esa realidad parcial se asume como un todo. De ahí que sea extremadamente fácil empatizar con el matón transformado en héroe por arte de la magia grande del celuloide. Lo que viene después es puro silencio y resignación. Todo vale contra el crimen. Los asesinatos selectivos de Israel, las ejecuciones extrajudiciales en Filipinas, las hazañas encubiertas de la CIA, las torturas en Guantánamo y Abu Ghraib, las cuchillas y las alambradas de púas en las fronteras, los golpes a discreción de las fuerzas antidisturbios contra manifestantes… Los malos usan de todas las artimañas y medios a su alcance para crear el caos entre la gente buena, por tanto las respuestas deben ser de igual calado.

El matonismo entiende la realidad en blanco y negro. Ni siquiera es capaz de atisbar la escala de grises. Todo o nada es su divisa de actuación inmediata. Y hoy ha emergido una nueva maldad que habrá que combatir hasta la extenuación. La nueva categoría a erradicar se llama populismo, un cajón de sastre que pretende meter en el mismo saco emocional a fascismo clásicos con ideas de izquierda en general o meramente progresistas que ponen en cuestión los sacrosantos preceptos del neoliberalismo capitalista.

No tardarán mucho en estrenarse en las pantallas del mundo entero tramas en las que los malvados tengan tintes o características que nos recuerden ideas vagamente populistas, ideas o pensamientos encarnados en personajes de psicópatas envenados por una sed dionisiaca de venganza por hacerse con las riendas del universo en todos sus rincones y territorios y en cada mente de la gente buena que solo quiere vivir su vida sin meterse en zarandajas políticas ni reivindicaciones sociales.

No solo con bombardeos, drones y misiles se someten a las sociedades díscolas. Antes, como antídoto preventivo, hay que inocularles, subliminalmente o a lo bestia, la medicina tranquilizadora del matón que todo lo puede. Mejor no levantarse del sofá: el héroe con licencia para matar resolverá nuestros problemas ahora mismo. A pesar de lo poco sutil y trabajado del argumento, estos guiones de buenos y malos vienen funcionando a las mil maravillas desde hace décadas. Que otros asesinen por nosotros tranquiliza una barbaridad. Y que se jodan los malvados.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.