Leyendo el «Elogio de las manzanas» de Santiago Alba Rico, la mujer y el mal, me acordé de aquella curiosa idea que, una vez, le invadió al gran actor Henry Hübcheni. Cuenta que:Cuando hace ya unos años, en El maestro y Margaritaii, interpreté el papel de demonio, tuve un sueño o una idea peregrina: pensé […]
Leyendo el «Elogio de las manzanas» de Santiago Alba Rico, la mujer y el mal, me acordé de aquella curiosa idea que, una vez, le invadió al gran actor Henry Hübcheni. Cuenta que:
Cuando hace ya unos años, en El maestro y Margaritaii, interpreté el papel de demonio, tuve un sueño o una idea peregrina: pensé que era posible que yo no fuera quien hacía de demonio, sino que yo era el demonio que me representaba a mi mismo. Hay otros que se creen Napoleón, se tienen por Jesús o, cuando menos, por uno de los 36 justos, que sostienen el mundo, ¿por qué yo no me iba a creer el demonio?
Pero temo las consecuencias. Serían imprevisibles. Como demonio por lo menos tendría 10.000 años, habría presenciado la crucifixión de Jesús, el lavatorio de manos de Pilatos y también, en mi presencia, habría sido asesinado el zar en San Petesburgo y escuchado al asesino, como se dice en la canción de los Rolling Stones Sympathy for the devil, decir: «asesino al zar y a estos ministros, Anastasia es en vano vuestro grito«. También Mick Jagger probablemente se ha considerado el demonio alguna vez a modo de ensayo.
Pero si fuera el demonio, o aunque fuera dios, tendría un gran problema, y es que no podría morir. Pero siendo yo también tengo un problema, que es que tengo que morir. Y no sé cual de los dos es más problema. Sospecho que el ser demonio o incluso dios es mayor.
¿Por qué si no ha permitido dios matar a su propio hijo? Porque él, no pudiendo soportar su inmortalidad, se hizo hombre y como hombre murió. El que luego tuviera que resucitar es, bien mirado, una retractación, una vuelta atrás. Una recaída, probablemente dios se arrepintió.
Está claro, prefiero seguir siendo yo mismo, mortal, descontento y angustiado. En realidad así me siento bien. Mi oficio consiste en enseñar mi piel al público. Mi piel y lo que ésta encierra. Muchos piensan que el hacer un papel sirve para expresar la propia personalidad. La realidad es otra.
Primero piensas que te puedes esconder tras un personaje. Esto rebaja la angustia, todo lo que la gente ve de ti es cuento, puro invento. Luego piensas que no puede ser que despilfarres tu vida en escena autonegándote. equivaldría a una pura enajenación. Así que acabas con el juego del escondite y tras la máscara muestras la verdad, o aquello que tú consideras verdad. Esperas la liberación, la emancipación. Pero eso es justamente lo insoportable. Todos conocen la pesadilla de mostrarte al público desnudo de medio cuerpo hacia abajo.
Quizá lo mejor de lo peor es que no pienses; no representas papel alguno, ni siquiera te representas a ti mismo, sencillamente juegas. Hay momentos en que surge y crece en ti la desesperación. Quizá la puedes convertir en parte de tu trabajo artístico. Mis grandes momentos son precisamente cuando estoy en escena tranquilo, relajado y completamente solo, con convulsiones estomacales. Es cuando el público vibra y se parte de risa.
Notas
i Henry Hübchen, actor de 64 años, conocido por la interpretación de papeles en el teatro «Volksbühne» de Berlín, entre ellos en «El maestro y Margarita» y, entre otros, por su papel estelar en la película «Alles auf Zucker»
ii El maestro y Margarita es una novela importante del soviético Mijail Bulgákov: durante los años treinta el diablo, bajo la apariencia del profesor alemán Voland cae sobre Moscú acompañado de una cohorte de demonios, entre los que destaca el gran gato negro Popota. Esa legión provoca toda clase de malentendidos, incendios y desastres…
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