Las mujeres se defienden solas y son ya muchas las que han alzado su voz en contra del informe del académico de la Lengua Ignacio Bosque [1]. Escribo entonces en solidaridad, para acompañar su lucha, sabiendo que su liberación les pertenece a ellas, pero desligándome en la medida de lo posible de todos los privilegios […]
Las mujeres se defienden solas y son ya muchas las que han alzado su voz en contra del informe del académico de la Lengua Ignacio Bosque [1]. Escribo entonces en solidaridad, para acompañar su lucha, sabiendo que su liberación les pertenece a ellas, pero desligándome en la medida de lo posible de todos los privilegios que han contribuido a consolidar siglos de dominación patriarcal, consciente de que la lucha contra la discriminación de cualquier tipo no sólo debe recaer sobre los hombros de las y los oprimidos, porque cambiar la sociedad es tarea de todas.
En primer lugar, no creo haber escuchado a nadie decir mecánicamente que cambiar el lenguaje sea automáticamente cambiar las condiciones de desigualdad entre hombres y mujeres. Por supuesto, si no se cambian las bases materiales de esta desigualdad– el hecho, por ejemplo, de que el cuidado y el trabajo doméstico sean actividades no remuneradas y que se suponen consustanciales o naturales a la mujer y a la maternidad — los cambios serán siempre limitados. Pero de ahí a inferir que el lenguaje sea neutral o que no tenga impacto alguno en la liberación de la mujer o de otros colectivos oprimidos va un largo trecho. En este sentido la cita de Mercedes Bengoechea Bartolomé con que termina el artículo de Ángeles Briñón lo dice muy bien: El lenguaje sirve de apoyo al sistema, no podría haberse desarrollado el patriarcado a lo largo de todos estos siglos sin contar con la herramienta del lenguaje que está ahí sustentándola».
Asimismo, rajarse las vestiduras porque las guías de uso no sexista no hayan contado con el asesoramiento de lingüistas profesionales es un argumento disciplinario y autoritario. Es el mismo argumento que utilizan historiadores como Santos Juliá que piensan que la memoria es un asalto a su disciplina; ni la historia le pertenece exclusivamente a los historiadores ni el lenguaje es patrimonio de los lingüistas, no son sus minifundios ideológicos. Por otro lado, no es sorprendente que no les hayan pedido ayuda pues la RAE es históricamente una de las instituciones más sexistas y misóginas del mundo. Todavía recuerdo al anterior director de la RAE, don Victor Gracía de la Concha, que por desgracia fue mi profesor, diciendo que «la literatura no tiene la regla» provocando carcajadas generales y reproduciendo esa nefasta complicidad entre hombrecitos. Se puede discutir si existe una literatura femenina, pero no con argumentos sexistas. Le recomiendo efusivamente a estos señores académicos que se lean la última parte de «Ese sexo que no es uno» de Luce Irigaray, el capítulo titulado, «cuando nos hablemos desde nuestros labios», tal vez no sea tarde para dejar de decir banalidades y de hablar por sus privilegios.
Por otro lado, idea de que se está imponiendo algo anti-natural que va contra las esencias de la lengua, con policías feministas en las esquinas obligándote a decir médica o las y los es absolutamente falsa; se está tratando o se debería de tratar de desnaturalizar en el lenguaje relaciones de dominación que han sido naturalizadas. Bosque parece pensar que la historia de la lengua está al margen de la lucha de clases y de la dominación patriarcal. Si el lenguaje es etimológicamente sexista y patriarcal no es arbitrario es el producto de una historia heredada, cuestionar esa herencia me parece fundamental y no debería de ofender o molestar a nadie (o tal vez sí, a los señores de la RAE). Su argumento «lógico» según el cuál de dos premisas verdaderas se infiere una conclusión falsa es simplista y generalmente falso. La conclusión falsa, según Bosque, es que de la invisibilidad de la mujer y de su marginalización se sigue; «que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían «la visibilidad de la mujer»». Para empezar el señor Bosque confunde genero con sexualidad que no son la misma cosa (debe ser que en la RAE no leen a Judith Butler, ni deben de saber quién es), no hay continuidad entre biología e identidad de género, de eso nuestras compañeras trans y quienes se sienten encerrados en un cuerpo equivocado saben un poco, y para seguir si no decimos alguna vez la presidenta, la jueza es verdad que la costumbre nos obligará a imaginarnos siempre a venerables señores en esta posición, ¿alguien duda de que el lenguaje no tenga algún efecto en la realidad? Las palabras nos comprometen, todas lo sabemos, no es lo mismo hablar de «la conquista», del «descubrimiento» o del «encuentro entre dos mundos», no es lo mismo referirse a los caídos en una guerra como «muertos» que como «daños colaterales». El ejercito norteamericano que nunca llama a las cosas por su nombre o las llama por el nombre que más les interesa sabe mejor que Bosque que la sintaxis y la morfología no son ciencias exactas o al menos saben que su funcionamiento debe implicar el estudio de los efectos ideológicos que tienen las palabras al margen de su descripción formal, de las permutaciones de morfemas y tiempos verbales.
En los argumentos de Bosque hay un intento además de acusar a las guías y a quienes defienden el lenguaje inclusivo no sólo de autoritarios, sino de inductores de patologías psicológicas. Bosque escribe «Pareciera que se quiere dar a entender que la mujer que no perciba irregularidad alguna en el rótulo Colegio Oficial de Psicólogos de Castellón, y que […]no considere conveniente cambiarlo por Colegio Oficial de Psicólogos y Psicólogas de Castellón, debería pedir cita para ser atendida por los miembros de dicha institución». Me parece barato y oportunista utilizar, como hace Bosque, que haya mujeres que estén en contra del lenguaje inclusivo, que no lo utilicen o que no estén a favor de la discriminación positiva como argumento para atacar las guías y patologizar a las mujeres que sí están a favor de estas medidas. Por supuesto, también hay negros racistas y lesbianas homofóbicas, precisamente porque se trata de dinámicas de dominación socioculturales, nadie es indemne; el racismo y el sexismo son estructurales, no se trata de decisiones personales y a veces afectan más a quienes lo sufren directamente, aunque esto implique justificar su propia dominación y odiar una parte de sí mismas.
La idea de que aplicar estas normas nos dejaría mudas es simplemente ciencia ficción. En cualquier caso, si estamos tan cansadas de repetir las y los o si la arroba nos parece fea, utilicemos sólo el femenino. Uno de los legados más impresionantes del 15 M es el cambio de lenguaje que se ha operado en las plazas y en las asambleas (seguro que Bosque no se ha dado un paseo por ellas para escuchar cómo se habla). En las plazas y en los parques la gente se refiere a menudo a los bancos, el Estado, los políticos y los medios como ELLOS y a la ciudadanía como NOSOTRAS. No sólo nadie se ha quedado mudo, sino que se introdujo un cambio fundamental para reflejar una realidad, la de las asambleas, y un deseo, el de un mundo donde nosotros, los hombres, somos capaces de reconocer que 500 años (o más) de dominación patriarcal justifican que empecemos a cambiar nuestros hábitos lingüísticos. No se trata de invertir el androcentrismo, sino de introducir una distorsión en lo «natural» en busca de la IGUALDAD y la JUSTICIA. Personalmente, a veces me cuesta escribir compañeras y escribir en el género abyecto (sí, por expulsado e invisible) de lo femenino, pero creo que esa incomodidad es necesaria para, como dirían en «La Bola de Cristal», aprender a desaprender aprendiendo.
Por último, esa idea muy extendida de que esta moda de lo «políticamente correcto» es una forma de penetración colonial norteamericana es inexacta y malintencionada. Sí, hay una historia que proviene de Estados Unidos, pero no es la del multiculturalismo liberal que trata de cubrir con palabras bellas la perpetuación de la opresión racial o de género. Es la historia de los sesenta, del movimiento de los derechos civiles que fue el primero que insistió en desracializar y descolonizar el lenguaje, no utilizar la palabra «N» para deshumanizar a los afroamericanos, entender que el uso de esas palabras no es inocuo, sino que hiere a quiénes señala.
En España, por ejemplo, deberíamos dejar de decir «no seas gitano», pensarnos mejor que estamos diciendo cuando decimos «trabajo como un negro» o que le transmitimos a los varones más jóvenes cuando decimos «los hombres no lloran» — otra vez la madre de Boabdil el chico resucita en nuestra memoria, «llora como mujer lo que no supiste defender como hombre». Que me lleven al psicólogo hoy mismo por ver problemas en estas frases. Para evitar que los psicólogos, los lingüistas y los historiadores me digan que estoy loca e histérica perdida, que mi nivel de testosterona debe haber bajado dramáticamente, desde aquí les digo que toda la munda puede encontrar ejemplas absurdas, empezando por que alguien, tal vez Bosque, nos explique por qué, en la península ibérica, le decimos a EL pene, LA polla. Con este jocoso ejemplo tan el estilo de nuestros viriles y circunspectos académicos espero no generar inseguridades innecesarias, pero
¡Prueben, prueben a escribir en femenino, vuelvánse locas sus señorías a ver si cambia algo!
[1] El artículo original de Bosque se puede leer aquí: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/02/actualidad/1330717685_771121.html
Algunas respuestas a Bosque:
http://blogs.elpais.com/mujeres/2012/03/el-informe-de-la-rae-el-error-humano-y-la-evoluci%C3%B3n-de-las-lenguas.html
http://brizas.wordpress.com/2012/03/04/por-un-lenguaje-inclusivo-y-no-sexista/
Luis Martín-Cabrera es profesora de literatura en la Universidad de California, San Diego
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.