Me llaman calleme llaman callecalle sufridacalle tristeza de tanto amarMe llaman callecalle más calle. Ahora que el ayuntamiento de Bilbao se apresta a perseguir a las prostitutas callejeras, bien se merecen estas mujeres, en su mayoría emigrantes africanas que malviven en nuestro querido Botxo, la bella canción, que Manu Chao les dedica y canta. Él […]
Me llaman calle
me llaman calle
calle sufrida
calle tristeza de tanto amar
Me llaman calle
calle más calle.
Ahora que el ayuntamiento de Bilbao se apresta a perseguir a las prostitutas callejeras, bien se merecen estas mujeres, en su mayoría emigrantes africanas que malviven en nuestro querido Botxo, la bella canción, que Manu Chao les dedica y canta. Él la canción, nosotros el apoyo y el cariño solidario. Con frecuencia, y sobre todo en este caso, la prostitución callejera tiene nombre de pobreza, de miseria e indignidad. Y contra ella el Ayuntamiento de Bilbao no saca ordenanzas ni el alcalde pecho. La calle es la habitación de la mujer pobre. Me llaman calle… Para el humano solidario la calle es compañera.
Y las mujeres ediles de Bilbao en este caso juzgan como los hombres. Son el amén de los hombres cuando hablan de la prostitución de mujeres callejeras. ¿Ni siquiera se preguntan por qué no hay hombres callejeros en la prostitución de nuestra villa? ¿Si no tendrá algo que ver la violencia de género, también en sus decisiones municipales?
¿Y qué ocurre cuando son los funcionarios los prostitutos? Que entonces no hay ordenanzas, ni alcaldes que se pronuncian, ni castigos.
He observado un silencio oficial clamoroso ante las confesiones, vertidas en una mesa redonda en Oiartzun (Gipuzkoa). Entre otras, Ixiar Galardi. Rememoraba el momento de su arresto por funcionarios estatales: «No pude evitar pensar que estaba en sus manos… No les entra en la cabeza el compromiso político que puede tener una mujer… Más allá del lenguaje sexista y las presiones en la incomunicación de las comisarías estatales… la policía le agarró de sus pechos, se me hizo insoportable, me apretaban cada vez con más fuerza con sus asquerosas manos». Otra mujer, que estuvo presa, Kristina Gete, recordaba que fue obligada a parir rodeada de policías». Los relatos son numerosos, abundantes: «Comienzan a meterse con mi cuerpo, que si no estaba mal, que era una chica bonita… Uno de ellos comienza a decirme que estaba deseando quedarse a solas conmigo mientras me golpeaba con la mano el pecho. Me pone el brazo en el cuello levantándome la camiseta y tocándome el pecho de nuevo». «Las amenazas eran constantes, que me iban a meter un palo, que me iban a violar, que me iban a torturar más… Comenzaron a quitarme la ropa». «Ya sabes cuales son las torturas: bolsa, electrodos y la pistola por la vagina».
Los informes sobre «La tortura en Euskal Herria» contienen abundantes relatos de este tono. El silencio de instituciones oficiales y jueces, el silencio oficial es clamoroso, delator, de mafia institucional.
Rodríguez Zapatero, que este fin de semana ha denunciado la violencia de género, sin embargo calla y consiente cuando son sus propios funcionarios quienes ejercen la prostitución y el abuso en interrogatorios y comisarías o cuando mujeres denuncian su trato ante jueces de la Audiencia Nacional.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.