Considerar el fascismo una mera locura transitoria y ajena el sistema, materializada en un grupo reducido que aparece de modo temporal en instituciones y desparece por el debate de ideas, constituye uno de los errores, quizá interesado, más habituales que podemos encontrar en la historia de nuestra especie.
Porque Calígula, tal y como lo describió Camus, nos es un loco con poder, sino que cuenta con “el más absoluto equilibro mental de una persona lúcida, inteligente y capaz”, tema incluido en una de las cuestiones que se plantean a Rafael Argullol en el libro sobre las pasiones. Esta cita, aunque discrepe de algunas conclusiones del volumen, me parece adecuada como punto partida de este texto.
Mi objetivo es poner el foco en una esencia maligna mucho más próxima que la de todas esas supuestas dictaduras que ocupan tantas horas de televisión y portadas en diarios. El problema al que se enfrenta la ciudadanía al recibir esta avalancha de noticias sobre peligros exteriores es que apenas se le ofrece conocimiento sobre dichos países, solo acaba reteniendo titulares simples y amarillistas.
Es cierto que nos dicen que la verdad está a nuestro alcance, que podemos consultar todos los datos que queramos de forma rápida con cualquier buscador. Sin embargo, esto no es del todo correcto, porque, en primer lugar, los medios saben que van dirigidos a una mayoría sin tiempo material ni ganas para analizar la historia, los discursos y la realidad de los países de los que hablan; y, en segundo lugar, porque, aunque lo hiciera, los buscadores y redes sociales se encargarían de conducirle una y otra vez hacia el mismo mensaje, hacia lo que ya conoce. Su objetivo es confirmar lo conocido, no ofrecer un nuevo conocimiento, porque el beneficio económico siempre se encuentra en decir lo que nos han enseñado que queremos oír. Por eso, el cine, la música o la literatura comerciales se basan en repetir patrones hasta la saciedad.
Existen posiciones alternativas, honestas y libres de intereses económicos espurios, pero acceder a ellas y crear un contexto adecuado para comprender de forma correcta la realidad de otros estados exige mucho más tiempo que la aceptación de los tópicos. La difusión de cualquier análisis riguroso es neutralizada rápidamente con una o varias respuestas simples de un medio aparentemente serio que, a su vez, pertenece al mismo grupo de comunicación que el programa que por la noche va a entretener a la mayoría de la audiencia.
Mientras la ciudadanía se preocupa por estos terroríficos dictadores convertidos casi en villanos de Hollywood, a unos metros de su casa renacen mensajes con conexiones muy claras con los peores episodios del pasado. Y, a diferencia de la unanimidad mediática que existe con respecto a estos malos de pelis de James Bond, en estas ideas reaccionarias hay debate, bajo la excusa de salvaguardar la presunción de democracia de todas las formaciones políticas, aunque veamos claramente que sus ideas distan mucho de un proyecto de respeto, igualdad y libertad para todos.
Esto sucede también porque el fascismo actual, el de casa, el que va a las tertulias televisivas, es digno de confianza para el poder económico, no molesta a los mercados y ha aceptado su juego y su definición de libertad. Pero no se dejen llevar, no busquen en mis palabras una descripción de un partido o un líder concreto, porque este fascismo no se materializa solo en personas o partidos, se halla en acciones habituales, rutinas creadas y mensajes simplistas.
A todo ello se une un miedo constante al futuro, porque el presente capitalista no es capaz de ofrecer seguridad de ningún tipo. Así se crean neurosis, acompañadas en muchas ocasiones de una paranoia creciente y diversa, y despierta un sinfín de pulsiones que desean ser satisfechas. Dichas pulsiones nacen de los instintos naturales de la esencia humana, pero han sido transformadas. De esta forma, se ofrece un modo socialmente aceptado de satisfacción, llamado consumismo, que no choca ni con los tópicos liberales ni con las ideas reaccionarias; solo parece enfrentarse con los malvados dictadores extranjeros que he citado antes, y, como ya hemos aceptado que son malos, muy malos, la lógica nos dice que este consumismo, al que se oponen los que amenazan nuestro mundo tal y como lo conocemos, tiene que ser bueno.
Recordemos al Calígula de Camus, que no está loco, que conoce a sus súbditos y que sabe que el miedo, la ignorancia y la deshumanización le harán cada vez más poderoso. En términos freudianos, podríamos decir que el Calígula contemporáneo conforma un superyó despótico que, además, crea nuestro “ello” y, gracias a esto, gobierna nuestro “yo” a su antojo.