Cuando a una de mis preguntas Melquesidez Rodríguez Chao me responde que tras 24 años de cárcel sabía muy poco de lo que pasaba en España (salió en 1964), el frío me recorrió todo el cuerpo. Melque había dejado 24 años de su vida en las cárceles franquistas por defender la libertad de la inmensa […]
Cuando a una de mis preguntas Melquesidez Rodríguez Chao me responde que tras 24 años de cárcel sabía muy poco de lo que pasaba en España (salió en 1964), el frío me recorrió todo el cuerpo. Melque había dejado 24 años de su vida en las cárceles franquistas por defender la libertad de la inmensa mayoría, su humildad, su entrega, le predisponen siempre a aprender y le hacen decir que sabe poco de lo que ocurre, aunque quien dialoga con él verá con facilidad su conocimiento profundo del mundo en el que vivimos.
Tras su excarcelación en España, el PCE, del que formaba y forma parte, sabiendo el peligro que corría aquí le sacó a Francia, y poco tiempo después le mandó a Alemania para dirigir la campaña en defensa de la vida de Justo López, militante del PCE condenado a muerte por los fascistas en uno de sus aquellarres que titularon juicios, ilegales, sin jueces, sin defensor y con una legislación antidemocrática: ¿anulará el gobierno esos montajes fascistas o seguirá, después de más de 30 años sin Franco y con su continuador, dándoles cobertura legal, que no en justicia?.
Melque viaja a Alemania Federal a cumplir la tarea política encargada y, tras algún tiempo, será detenido y encarcelado 8 meses. País en plena guerra fría, de pretendidas leyes democrática, dominado en muchos ámbitos por individuos provenientes del nazismo, país en el que el PC, alemán, estaba ilegalizado. Pero eso es otra historia que dentro de poco saldrá en un libro autobiográfico editado por la Fundación Domingo Malagón donde Melque cuenta lo acontecido. Otros libros suyos son: 24 años de cárcel. Editorial Ebro; La generación del 36. Editorial Endymión; Así es. Editorial Endymión; y, Problemas organizativos en el PCE.
En los años 40 las cárceles franquistas estaban abarrotadas de campesinos, obreros e intelectuales republicanos. Melque fue uno de entre todos ellos y en Madrid y en Palencia convivió preso con Miguel Hernández. Conoció a Miguel en la cárcel de Toreno cuando un compañero le advirtió que el poeta quería hablar con él. Miguel, cuenta Melque, entonces estaba buscando gente que tuviese algo que contar con respecto a lo sucedido y lo que estaba sucediendo, quería recoger datos sobre la represión franquista para escribir un libro, y cuenta que después de saludarse y exponerle lo dicho anteriormente le dijo: «y no quiero exagerar ni un ápice, pero ni un ápice, porque ya hay bastante barbaridad en la represión; si son cosas que tu has visto me las cuentas y si tu no lo has visto y te lo han contado me dices si te merece confianza el que te lo ha contado». «Y estuvimos hablando -sigue Melque- toda la mañana. Después nos trasladaron a Palencia. Nosotros íbamos de Toreno, pero además iban con nosotros de otras cárceles, de San Antón, del reformatorio de Carabanchel, de Duque de Sexto …el viaje fue muy largo, muy duro, nos metieron en un tren de mercancías que paraba en todas partes, sellaron las puertas, y nos llevaron encerrados como animales y esposados».
Del poeta revolucionario subraya la entrega a sus compañeros: impartía a los campesinos clases de topografía, y cuando éstos recibían alguna hogaza de pan le daban un trozo, y Miguel lo llevaba a los compañeros con los que hacía comuna «sin coger una miga», también la solidaridad desde fuera de la cárcel en la que, dice Melque, participaba Neruda, le hacía llegar a través de su familia 50 pesetas al mes -entonces un trabajador cobraba entre 7 y 9 pesetas al día- y esas 50 pesetas, convertidas en cartones para comprar en el economato de la cárcel las entregaba íntegras al colectivo, «Miguel nunca tuvo nada suyo» era en extremo austero y honesto», e indica un pequeño incidente: «un muchacho, aún muy joven, 17, 18 años, recibió un paquete que entregó para todos, tal y como se hacía, pero se quedó con unos cigarros, y Miguel se lo recriminó». Melque se interpuso diciéndole «es un niño, no se lo debes tener en cuenta». Miguel consideraba una cuestión de principio, de ejemplaridad, de comunismo, ese comportamiento desprendido.
Recuerda Melque a Miguel algo parco en palabras, y un recitador magnífico al que los compañeros reclamaban su voz, el silencio se expandía y sus palabras emocionaban a todos. Señala cómo el poeta al recitar algunos poemas le llenaban los ojos de lágrimas, y sobre todo con uno que hablaba de Madrid, «ese le hacía llorar».
«Miguel formaba parte de lo que se consideraba la dirección del Partido Comunista de España en la cárcel; yo como militante de la JSU y él como miembro del Partido. Era una persona que escuchaba mucho, y en las conversaciones sobre cualquier asunto de interés mantenía su punto de vista razonando, aunque si en la conversación se le demostraba algo, en cuanto lo entendía se lo reconocía al otro. Era una persona muy inteligente y muy discreta. Cuando Miguel fue llevado de la cárcel de Palencia a la de Ocaña, estaba bien de salud».
La conversación continua y los recuerdos de Miguel Hernández llegan hasta hoy, centenario de Miguel, en Melquesidez Rodríguez Chao, que sobrepasa los 90 años y espera aún y desea que llegue el día en que haya un Estado en España que diga la verdad, un Estado que haga justicia y un Estado que lleve a cabo la reparación histórica empezando por cumplir con lo estipulado en la Carta de Derechos Humanos de la ONU, y lo exigido por los Tribunales de Derecho Internacional y otros organismos.
Ramón Pedregal Casanova es autor de Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios. Editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria. (asociació[email protected]) (foroporlamemoria.org)
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