Dentro de no mucho tiempo, si no debemos admitir que ya está sucediendo, la mayor parte de la sociedad será completamente ajena a contenidos elementales de las disciplinas de Humanidades. De la misma forma que en las enseñanzas medias su pérdida de protagonismo ya es patente, estas materias no tardarán en desaparecer de las Universidades […]
Dentro de no mucho tiempo, si no debemos admitir que ya está sucediendo, la mayor parte de la sociedad será completamente ajena a contenidos elementales de las disciplinas de Humanidades. De la misma forma que en las enseñanzas medias su pérdida de protagonismo ya es patente, estas materias no tardarán en desaparecer de las Universidades por cuestiones de una rentabilidad mal entendida. A partir de aquí, la exigua oferta no logrará la suficiente espectacularidad como para salir de los museos y las bibliotecas. Nos estamos adentrando en un nuevo Medioevo cultural, acaso preludio de otro de mayor alcance, y no nos estamos dando cuenta, deslumbrados por las chucherías de una tecnología bien ideologizada.
La escasez del hábito de la lectura y la escritura, la ausencia de espacios de crítica y reflexión, el gusto por la velocidad de las píldoras de información digitales, la estudiada permeabilidad a los mantras virales, el tecno-optimismo desbordante, el post-todo, la pre-nada y la inexistencia de una prensa rigurosa y crítica, en lugar de esta consagrada a la propaganda, serán los catalizadores de una reacción que consumirá la creatividad disruptiva, la visión de conjunto y el ya escaso entendimiento de lo colectivo y lo común. ¿Para qué iba a querer esas cosas?, se preguntará alguien entre orejeras. ¿Para qué iba a querer esas cosas?, se preguntará alguien que nunca se pregunta nada.
En el ámbito de la Historia, que ya está sometida a un exhaustivo programa de olvido (o des-memoria), se terminará por no saber qué pasó, ni cómo, ni porqué, más allá de resúmenes en los libros de texto tan sesgados como «apretados» y de interesadas recreaciones comerciales. La Geografía, por su parte, no irá más allá de situar las fronteras que definirán las zonas de confort de incuestionados patrones de consumo y de terror. Así, la secuencia histórica del colonialismo , la dependencia económica, el imperialismo y la globalización llegará a resultar conspiranoica, la política local e internacional se reducirá a una clave maniquea de fácil consumo: buenos y malos, nosotros y ellos. Este simplismo trasladado a lo cotidiano generará amplio disconfort en las estructuras de cercanías: laborales, familiares, vecinales…
Tampoco se encontrará interés en la Antropología, porque en nuestro egoísmo y en nuestro engreimiento, todo será y todo se explicará, circularmente, como viene siendo habitual, por el Hombre Moderno, que es el Hombre del Norte, infantilizado y cobarde genocida de lo otro. El interés en lo no estandarizado, en lo que no esté sujeto a la norma, a la convención de la epistemología dominante será objeto de rechazo y de distanciamiento por la incomprensión que acompaña a la ignorancia. La imposibilidad de compartir un pensamiento o una alternativa no-convencional puede resultar sencillamente aterrador, pero no son pocos quienes ya se llenan la boca con «los límites de lo posible», enésima reformulación matemática con pretensiones que no esconde más que una profunda mediocridad.
La Literatura más exitosa, como buena gestora de residuos peligrosos, versará, seguramente, sobre la auto-ayuda individual, jamás colectiva, y sobre la neo-nueva empresa. Predominarán las listas de libros que se venden en los aeropuertos, los nuevos libros de poemas serán las in-experiencias de niños pijos que no quieren rimar y el teatro formará parte de los programas del Instituto de Mayores y Servicios Sociales. No habrá nada más clásico que un partido de fútbol entre Fly Emirates y Qatar Airways. La Literatura consolidará el estropicio al que con tanta devoción se han aplicado los medios con el lenguaje. La ciencias de la comunicación se reducirán a los protocolos y procedimientos de los gabinetes de prensa. Al miedo de decir algo se sumará la realidad de no saber qué decir.
La Sociología resultará más incómoda todavía porque ya hace siglos que advertía todo lo que se iba a perder con una Economía que no era tal cosa: Igualdad, Libertad, Justicia, Equidad, Comunidad, Colectivo,… y se reducirá a una rama de investigación subsidiaria de la Mercadotecnia, hasta que se popularice la quema de libros; algo parecido sucederá con la Nueva y Única Psicología Positiva de la Necesidad y el Deseo, esa máquina de hacerse con tu dinero que insiste en lo guay y especial que eres y en ese potencial desbordante de tu actitud y en lo provisional de ese Rivotril. Estas Neo-Humanidades se atreverán incluso con la cosa médica y amenazarán, sin rubor, con curar el cáncer.
Las Bellas Artes tendrán apellidos conocidos, el Derecho se debatirá entre lo legal y lo legítimo, la Economía se prostituirá, la Filosofía se reducirá, tristemente, al modo en el que uno elija tomarse las cosas… Todo el mundo hablará idiomas con trescientas palabras, qué soberbia, y diría que el CitySpeak de BladeRunner no está tan lejos, especialmente después de oír una mezcla de nigeriano, inglés y canario en un andamio en el que yo también estaba trabajando. Mal asunto para las Filologías. La Política seguirá siendo esa herramienta que permitirá que todo parezca seguir igual, contribuyendo a asimilar con sus deformidades, las más grotescas distopías.
Los hombres se menguan los unos a los otros, decía Unamuno en «Del sentimiento trágico de la vida». Qué razón tenía.
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