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Cronopiando

Menores

Fuentes: Rebelión

Nos preocupan los menores, los niños y niñas que son, cada día que pasa, menos ingenuos y soñadores y más parecidos a nosotros mismos. Pero algo hay de hipócrita virtud en nuestra pretendida inquietud porque, esos menores sólo son el reflejo de lo que nosotros somos, de la sociedad que hemos construído o a la […]

Nos preocupan los menores, los niños y niñas que son, cada día que pasa, menos ingenuos y soñadores y más parecidos a nosotros mismos.
Pero algo hay de hipócrita virtud en nuestra pretendida inquietud porque, esos menores sólo son el reflejo de lo que nosotros somos, de la sociedad que hemos construído o a la que nos hemos adaptado.
Una sociedad que nos enseña a simular, no a ser; que nos instruye para que acumulemos, no para que compartamos; que nos entrena para que compitamos, no para que participemos; que nos adiestra para el triunfo, no para la vida.
Una sociedad que, mientras reserva la gloria al triunfador, sepulta en el anonimato y la frustración a todos los derrotados, a los que no alcanzamos a comprar lo suficiente, a los que no podemos aparentar lo debido, a quienes tampoco llegamos a especular lo necesario, que no supimos mentir lo inevitable ni medrar lo imprescindible… Y todavía creemos ignorar a qué se deba esa infancia agresiva, esos desorientados menores que hoy son causa de nuestra patética preocupación.
Ellos, que comenzaron por ponerse nuestros zapatos para jugar y terminaron poniéndose nuestras ideas para vivir, son la referencia, la continuidad de nuestros miedos, de las miserias y carencias de una familia, de una escuela, de una sociedad que, en lugar de educar, adoctrina; que en vez de sugerir, ordena; y que, incapaz de corregir, castiga.
Por ello nuestro asombro cuando advertimos que los resultados de tanta incapacidad se vuelven contra nosotros y nos cuestionan su fracaso que es, sobre todo, el nuestro.
Por ello nuestro pesar cuando advertimos que las consecuencias de tanta severidad acaban por enrostrarnos su soledad, que es también la propia.
Necesitaban cómplices para naufragar y nosotros, expertos en congojas y derivas, nos prestamos a la labor de ahogarlos.
Es por ello que los educamos en el miedo y nos sobresalta su timidez; que los educamos en el desorden y nos alarma su dispersión; que los educamos a gritos y nos preocupa su sordera; que los educamos en la desconfianza y nos sorprenden sus dudas; que los educamos en el engaño y nos asombran sus mentiras; que los educamos en el abuso y en la intolerancia y nos desconcierta su violencia.