Vivimos en la estética imitativa de la clonación individual. Sé tú es el mensaje ideológico central de la apuesta posmoderna. Sé tú, por supuesto, sin pasarse de rosca, dentro de un orden, el orden capitalista. La normalidad es el ansiado puerto de llegada de la inmensa mayoría silenciosa tras una radical exacerbación del yo individualista […]
Vivimos en la estética imitativa de la clonación individual. Sé tú es el mensaje ideológico central de la apuesta posmoderna. Sé tú, por supuesto, sin pasarse de rosca, dentro de un orden, el orden capitalista.
La normalidad es el ansiado puerto de llegada de la inmensa mayoría silenciosa tras una radical exacerbación del yo individualista que necesita ser reconocido por la masa como uno más de la familia. Gran paradoja de los tiempos modernos: individualismo y masa indiferenciada refuerzan sus sentidos contrapuestos.
Cuanto más músculo alienado muestra el yo propio, más precisa del espejo redentor de estar incluido en lo que se lleva, la moda, el grito colectivo de formar parte de la grey normalizada. La exaltación extrema, controlada y alentada por el sistema de los nacionalismos minoritarios ensalza las diferencias superfluas como una demostración palpable de la libertad de expresión y pensamiento.
Esta falacia de la diversidad fomentada por las elites (sexual, de clase, de maneras de vestir, de género…) permite que los desvíos o irregularidades sociales no alcancen el grado de disidencia crítica. Esos pequeños choques hacen que la guerra ficticia de todos contra todos sean escaramuzas que jamás pongan en jaque los presupuestos políticos, éticos y económicos del régimen impuesto por la globalidad mundial.
Entre tanta algarabía de manifiestos y reivindicaciones personales, las auténticas contradicciones ideológicas y políticas quedan solapadas en batallas menores perfectamente asimilables por el orden establecido.
El fracaso sobreviene cuando la razón crítica intenta elevarse a principios generales que den cuenta de los conflictos latentes y de las relaciones de poder que mueven los hilos y están detrás del devenir histórico y cotidiano de nuestra existencia social.
Todo está programado para que la rebeldía acabe en resignación y el individualismo en la sopa tibia de la masa. El rebelde, si persiste en su actitud recalcitrante, será tachado de terrorista o inadaptado y puede ser perseguido como delincuente social. Por su parte, el asimilado por el sistema será homologado como ciudadano predilecto y se convertirá en héroe anónimo de sí mismo.
El espejo de la mentalidad actual siempre nos devuelve lo que queremos ver y escuchar: una mujer o un hombre inserto en un colectivo amorfo de emociones compartidas. Fuera del sistema hace un frío gélido que exige graves renuncias y capacidad de resistencia numantina. En las afueras del régimen solo hay celdas de aislamiento.
Todas las imágenes posibles que nos devuelve el espejo plano de la realidad posmoderna, no existen a efectos sociales. Son quimeras, monstruos, entelequias, adversarios o enemigos molestos si salen al paso de las conductas normalizadas o estereotipadas.
Ese espejo mágico crea moldes y pautas a venerar y perseguir con disciplina casi militar. La aparente soledad del individualismo se conforta en la igualdad rasera de la masa. De este modo, por compensación imitativa, la neurosis que produce el aislamiento radical del yo vulnerable no suele contraer más que una fiebre pasajera, una especie de indisposición menor y soportable.
Ese estado de cosas descrito a vuelapluma permite una gran estabilidad del sistema social mediante espejos públicos donde redimir el yo acosado por problemas de todo tipo: particulares, familiares, sociales, existenciales…
Podrían ser considerados espejos para adecuar las mentalidades a las metas productivas de nuestras sociedades occidentales la publicidad, el consumismo, la cultura de masas, el sistema educativo, las redes sociales. Todos son herramientas e instrumentos para igualar las diferencias exaltándolas en apariencia: todos podemos decir lo que pensamos siempre y cuando lo que digamos exprese un pensamiento normalizado por el espejo que registra y vomita nuestros mensajes supuestamente libres.
Ese ruido ensordecedor, un trasiego ininterrumpido de voces que no cesan de airear sus cuitas privadas, no deja espacio para la reflexión ponderada y el juicio razonable. Lo importante es el acto de decir, sea lo que fuere, y de que el eco del espejo registre nuestra nadería como una más entre muchas. Pertenecer a esa multitud es tanto como estar en la onda. Nuestra conciencia se calma con poco.
¿Cómo romper el espejo que nos hace prisioneros de nuestra mentalidad posmoderna (creencias y costumbres que conforman la ideología de la época contemporánea)?
Tal vez la pregunta de fondo sería mejor, ¿por qué hacer añicos los espejos mentales con los que, en apariencia, somos tan felices?
Huelga señalar que ese espejo plural jamás devuelve los arroyos malolientes del sistema, ni la pobreza, ni la marginación, ni la mujer maltratada, ni la precariedad laboral, ni… Estas entidades no se incluyen en el pack esencial de la posverdad. Son errores del sistema, meros eventos puntuales y negativos, de los que hay que escapar a cualquier precio. El espejo posmoderno, en suma, no es más que un camino pintado de mil colores. Mil colores, pero un solo camino.
Tal vez sería bueno, como le sucedía a Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll pensar «hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno.» Quizá así seamos capaces de romper el espejo mental de la actualidad o, al menos, de quitarle su capacidad taumatúrgica que tanto nos embelesa y ciega.
¿Seis cosas o deseos imposibles a contracorriente? Allá van.
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Todos los seres humanos somos vulnerables y necesitamos del otro.
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La libertad no existe ni la igualdad tampoco: se construyen colectivamente a diario.
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La mayoría de las cosas que compramos son prescindibles.
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La Tierra no tiene dueño ni es propiedad de nadie. Es nuestra casa. Las fronteras son artificiales: hay que derribarlas hasta que no quede rastro alguno de ellas.
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Producir sin freno no es un objetivo noble. Podemos vivir con mucho menos y ser más felices compartiendo experiencias y bienes que compitiendo desaforadamente por estatus y un mísero empleo.
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La única moral o ética verdadera es aquella que se inscribe en proyectos comunes: no podemos dejar en la cuneta de la marginación a nadie. Cada persona es un absoluto irrenunciable: no hay yo sin tú. Hay que transformar la mentalidad egotista del Sé tú por un doble mensaje incluyente: Sé tú, conmigo, Soy yo, contigo.
Carroll también puso en boca de Alicia que «todo tiene una moraleja, solo falta saber encontrarla.» La moraleja de hoy mismo reside en la búsqueda individual de un secreto inalcanzable: ser yo sin tú que nos haga sombra hasta ser iguales en la mediocridad de la masa. O la buscamos todos al unísono o la mentalidad de espejo seguirá apropiándose de nuestra quebradiza libertad, en riguroso presente y en el futuro inmediato.
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