El otro día hablaba con un amigo de los tiempos de la lucha social de los años setenta del siglo pasado en España. Estaba decepcionado y pensaba como una persona que había sido derrotada. Y cuando hablaba de la juventud de hoy lo hacía con decepción. Un gran error de todas las generaciones mayores de sesenta años, que siempre creen que su época fue la mejor. Concluía con ciertas muestras de dolor ideológico que ya había abandonado la idea de cambiar el mundo. En su comportamiento había varios errores. Primer error: Creer que la política lo es todo o que la lucha de clases lo es todo. No tener en cuenta que la lucha por la producción, la lucha por la ciencia y la lucha por el arte y la cultura en general son luchas transformadoras. Ignorar que de todas las luchas desde una perspectiva marxista o materialista la lucha por la producción es la principal. Y al comportarse así, al comportarse de un modo que hace de la lucha política la lucha principal y concebirla como el todo, ideológicamente se muestra como un pensador extremadamente unilateral y metafísico, aunque él se considera “un pensador dialéctico”. Históricamente ignora que desde 1980, desde que Deng Xiaoping denegó del socialismo pobre, esa concepción pasó al basurero de la historia.
Segundo error. Le pasa lo que le pasa a muchos economistas marxistas que hablan solo del valor y no del valor de uso. Olvida que es el desarrollo de las fuerzas productivas quien modifica las relaciones de producción y, por consiguiente, el mundo. De manera que no ha comprendido que la NEP (Nueva Economía Política) de Lenin y el cambio de modelo económico de China iniciado en 1978 mostraba que no se podían crear unas relaciones de producción socialistas avanzadas con un escaso desarrollo de las fuerzas productivas. No percibe que el intelectualismo y el teoricismo no son fuerzas que sirvan para cambiar el mundo sino fuerzas para crear ilusiones falsas sobre lo que hay que hacer. No ve, no está al tanto, que solo gracias al exitoso y acelerado desarrollo de las fuerzas productivas llevadas a cabo por China, por ejemplo, se ha logrado en menos de ocho años que 100 millones de personas hayan salido de la pobreza. No entiendo por qué este colega o amigo de antaño se disgusta porque él no pueda cambiar el mundo y no se alegra de que 100 millones de seres humanos hayan superado la pobreza extrema, que es un cambio radical de una parte del mundo. Digo que no lo sé, pero en verdad sí lo sé: no está al corriente de lo que pasa en el mundo y se lo sigue representando con las ideas falsas de la extrema izquierda de los años setenta y ochenta del siglo pasado. Social e ideológicamente se quedó atrás, muy atrás.
Tercer error. Una cosa es imaginarse cómo deber ser el socialismo y otra muy distinta es demostrar la necesidad del socialismo. Los socialistas utópicos y reaccionarios siguieron el primer camino: imaginarse cómo debe ser el socialismo. La base social de esta corriente se encuentra en la pequeña burguesía. Los intelectuales, y entre ellos los profesores de universidad, enseñanza media y enseñanza primaria, pertenecen a esa clase social. Mientras que el camino seguido por Marx, que representa el socialismo científico, fue analizar el capitalismo para descubrir los gérmenes del socialismo y así demostrar su necesidad. Las sociedades anónimas fueron uno de esos gérmenes. Y los marxistas de hoy día deberían hacer lo mismo. La crisis financiera de 2008 y la crisis actual causada por el coronavirus ponen de manifiesto que el capitalismo para sobrevivir necesita del socialismo. Y este trascendental hecho, la necesidad del socialismo para superar las crisis capitalistas, a los marxistas nos debe animar y alegrar; y no que a nivel individual no podamos hacer nada para cambiar el mundo. Lo peor de la espiritualidad de todas estas personas que declaran que ya no van a cambiar el mundo es que no perciben en la falta de desarrollo de sus propias capacidades la causa principal que les impide obtener tal logro. Y como siempre piensan en los grandes cambios, nada hacen por los pequeños cambios que se deben producir en su propia persona y en quienes le rodean de forma inmediata.
En la Introducción a la obra de Marx titulada Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, después de que Engels se preguntara ¿No se daban pues todas las perspectivas para que la revolución de la minoría se trocase en revolución de la mayoría?, formula la siguiente idea: “La historia nos ha dado un mentís, a nosotros y a cuantos pensaba de un modo parecido. Ha puesto de manifiesto que, por aquel entonces, el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para poder eliminar la producción capitalista…” Pero este mentís histórico se volvió a producir en 1920 en la Unión Soviética y en China en 1978. La propia globalización ha puesto de manifiesto que, expresándome como Engels, la base capitalista sigue teniendo gran capacidad de extensión. Esta transparencia y sinceridad en la autocrítica de la que aquí hace gala Engels ya la quisiera yo para las vanguardias marxistas, que siguen atascadas en el rechazo abstracto del capitalismo y en pintarnos un panorama sombrío y desesperanzado.
Escuchemos ahora a Marx en la sección de El Capital titulado El carácter fetichista de la mercancía y su secreto: “La figura del proceso social de la vida, o sea, del proceso material de la producción, se arranca su velo místico de niebla tan solo cuando, en calidad de producto de personas libremente socializadas, se halla bajo su control consciente y sistemático. Sin embargo, para eso se requiere una base material de la sociedad, o una serie de condiciones materiales de existencia que son, a su vez, el producto natural de un largo y doloroso desarrollo”. De acuerdo con estas palabras la esencia del socialismo superior se dará cuando el proceso material de producción se halle bajo el control consciente y sistemático de personas libremente asociadas. La planificación de la economía expresa una parte de ese control consciente y sistemático que deben realizar las personas libremente asociadas sobre la producción material. Pero ha sucedido, de acuerdo con lo dicho por Marx y anteriormente por Engels, que no se ha dado la base material, las condiciones económicas, para que la planificación fuera un éxito. Pero la planificación económica diseñada según el modelo soviético generó otro perjuicio económico social: frenó el desarrollo de las fuerzas productivas. En principio parecía que el capitalismo había dado un golpe de muerte al socialismo y la victoria del primero sobre el segundo había sido total. Pero no ha sido así: la crisis financiera de 2008 y la actual crisis generada por la Covid 19 ha puesto de manifiesto que el capitalismo necesita del socialismo para superar sus crisis. Así que no es cierto que tras el derrumbe del socialismo real el capitalismo ha dado un golpe de muerte al socialismo.
Pero hay otro dato más importante: gracias a la tecnología 5G, la inteligencia artificial y los datos masivos el factor consciente cobrará un papel decisivo en el mercado. No solo el uso de los datos masivos y las tecnologías antes mencionadas permitirán a los Estados responder con más eficacia a las catástrofes humanitarias, sino que además las necesidades de los consumidores se conocerán cada vez con más precisión. Y no hablo solo del consumo personal sino también del consumo productivo. Y conociendo cada vez con más precisión la necesidad del consumo se podrá establecer un control más consciente y sistemático sobre la producción material. Cada vez el mercado capitalista no solo será más socialista en términos de política económica de los Estados, que ya lo es, sino que estará más planificado. Dicho de otra forma: el futuro de un mercado planificado cada vez está más cerca y el socialismo no solo será más poderoso en términos de política económica sino también como mecanismo para desarrollar las fuerzas productivas de un modo racional. En suma: tanto las crisis del capitalismo como los cambios tecnológicos que afectarán al desarrollo de las fuerzas productivas hacen del socialismo una necesidad más imperiosa. Y todo esto debe alegrar a los socialistas en general y a los marxistas en particular.