Si la medida de la salud (suponía Freud) es «la capacidad de amar y la capacidad de trabajar» [1], todo se desfigura cuando la capacidad se reduce a sólo amarse a sí mismo y la capacidad de trabajar radica en esforzase sólo para sí sometiendo, además, el trabajo de otros al beneficio de uno solo. […]
Si la medida de la salud (suponía Freud) es «la capacidad de amar y la capacidad de trabajar» [1], todo se desfigura cuando la capacidad se reduce a sólo amarse a sí mismo y la capacidad de trabajar radica en esforzase sólo para sí sometiendo, además, el trabajo de otros al beneficio de uno solo. Reina el amor por el individualismo para romper con la comunidad. El ego es inseparable de la lucha de clases, y los opresores han encontrado -siempre- argumentos de sobra para justificar su preminencia sobre los oprimidos. O se creen dioses o se creen semidioses; o se creen emisarios de la (o las) divinidades o de plano se creen mejor dotados por la «raza», la «genética», las «bellezas», la «inteligencia» o la «suerte»… con todas sus combinaciones. Y no hay quién les aguante el ego [2].
La egolatría es una enfermedad inclemente. Un mundo enfermo de belicismo rentable, enfermo de usura bancaria, enfermo de guerras mediáticas… sufriendo hambre, analfabetismo, corrupción, represión y humillaciones infinitas contra los más desposeídos. Un mundo destazado por terratenientes, exhausto de contaminantes, atrofiado de mercantilismo y bañado en sangre de todas las violencias del poder dominante… es un mundo enfermo al que le ha costado demasiado encontrar el remedio para todos sus males: la superación del capitalismo que se adueñó del poder del dinero, del poder de las armas, del poder de los medios y del poder del insulto contra los dominados. El principio de comunidad demolido por la individualidad de los ególatras.
El ego inflamado, de sí y por sí, es uno de los sub-productos más odiosos, que rompe el cúmulo de las relaciones sociales y se produce en ese punto donde se patologíza lo individual cuando domina la negación del conjunto. Son muchas las fuentes y las causas por las cuales una persona sube a las cumbres de sí mismo para quedarse a vivir ahí donde el paisaje es perfecto porque todo lo que ve es el reflejo de su persona en todas «sus obras». Incluso en las que no existen. Son muchas las argucias del sistema económico e ideológico dominante que, incapaz de inspirar respeto por sus valores morales, se empeña en imponer amor por lo puramente individual incluso cuando su mérito único, a falta de contribución al bien común, radique a en amarse a sí mismo. Y son interminables las invenciones de la clase dominante para ahogar en ego todo sueño de vida buena en comunidad. Con la moraleja del «rico que se hace solo», del talento que «nada le debe a otros», del «golpe de suerte» como destino inmutable para los que nacen «en buena cuna»… tenemos un fanatismo histórico empeñado en postrar a la comunidad humana ante los atrios del «ego» que se adueñó de todo.
Para el ego se filman películas, se imprimen revistas con sus portadas, se editan libros, se escriben canciones y se despliega una parafernalia descomunal planetaria que hoy ya es, además de un daño severo por contaminación visual y sonora, un asco mundial por el regodeo de la nadería a cambio de la fachada del individualismo. Desde las empresas y los gobiernos hasta las familias, las escuelas, las oficinas y las iglesias. Egos para toda ocasión, para todo lugar y para cada momento. Egos desorbitados en las campañas políticas y en las campañas publicitarias… egos en los libros de historia y en las histeria de los libreros. Egos para la dama y egos para el caballero. Niños y niñas, ancianos y ancianas. El ego es el opio de los pueblos. También.
Nadie se salva, unos más y otros menos, la inflamación de los egos es una pandemia que debemos atender, mientras podamos, y antes de que lleguemos al delirio cotidiano de pensar que todo lo que ocurre, lo que se habla o lo que se calla, sucede por nuestra persona y en función de nuestras muchas (autoproclamadas) «virtudes». Urge intervenir antes de que toda conversación, propia o ajena, creamos que se refiere a nosotros y que tenemos siempre el derecho de intervenir en cualquier charla, contando los anecdotarios más individuales, aunque no venga al caso o aunque a nadie le importe pero creamos, absolutamente convencidos, que vienen al caso y que a todos les importa. Y no hay vacunas en el mercado porque el mercado, precisamente, está intoxicado de ego virulento. Es su garante.
No es lo mismo el aprecio profundo por los valores y por las luchas que, encarnadas en personas, representa a comunidades o pueblos. No es lo mismo el orgullo o el honor que experimenta aquel que todo lo da para el beneficio de la comunidad sin esperar encumbrar su ego con lisonjas de ocasión. No es lo mismo el respeto de los compañeros por aquel que se desprende de sí para fundirse en lo común haciendo de lo individual pieza indisociable de la colectividad. En la teoría y en la práctica de todos los días. No es lo mismo, en suma, la lucha del que se entrega a la lucha de todos por una comunidad organizada para sí y en ella hace su identidad para que lo identifique el colectivo como un ser de lo colectivo. Eso es nuestro conjuro contra el ego convertido en ideología por la clase dominante.
Si como Marx pensaba la «personalidad» es el producto del conjunto de las relaciones sociales, estamos obligados a desplegar herramientas para la crítica de tales relaciones sociales envueltas por las relaciones de producción dominantes. Estamos obligados a propiciar los escenarios y las experiencias donde, cada día y a cada hora, recordemos que somos lo que somos gracias a la historia que han forjado los pueblos sobre los hombros de sus luchas, mientras han padecido todos los desplantes del ego y el individualismo generados desde la clase dominante como la moral en la que debemos forjarnos. Como si eso fuese un triunfo moral. Estamos obligados a desplegar todas las herramientas del pensar crítico que es una de las más grandes conquistas sociales de la humanidad porque el grado de desarrollo social depende del grado del desarrollo y diversidad del pensamiento en la práctica. Pero es necesaria la igualdad y la justicia para que pensamiento y desarrollo no sean privilegio de unos cuantos. Piénsalo sin el ego de la clase dominante.
[1] Aproximación al Concepto de Salud Mental Vigente desde una Perspectiva Psicoanalítica https://revistas.unc.edu.ar/index.php/aifp/article/viewFile/13197/13397
[2] http://dle.rae.es/?id=EQoDoir
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