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Metamorfosis y paréntesis

Fuentes: Rebelión

«Paréntesis», esa es la palabra que se pronunciaba en la última reunión de la confederación española de empresarios. Como no, a puerta cerrada. En nuestra democracia realmente existente hay todavía muchos espacios vedados y mucha institución-trinchera, y la CEOE tampoco iba a ser una excepción. Después de haber entonado hasta la exasperación el mantra de […]

«Paréntesis», esa es la palabra que se pronunciaba en la última reunión de la confederación española de empresarios. Como no, a puerta cerrada. En nuestra democracia realmente existente hay todavía muchos espacios vedados y mucha institución-trinchera, y la CEOE tampoco iba a ser una excepción. Después de haber entonado hasta la exasperación el mantra de la necesidad de dejar operar a las fuerzas ciegas del mercado sin intervención estatal de ningún tipo. Después de haber absorbido desde el otro lado del Atlántico las «nuevas ideas» en materia de pensamiento económico, publicitadas por Cowboy Reagan y la dama de hierro, con la inestimable ayuda de los «think thank» y los medios de comunicación que sirvieron de canalizadores y voceros de la nueva ortodoxia ultra-liberal que acabó imponiéndose a escala planetaria, ahora los vientos soplan hacia otros horizontes teóricos. Horizontes que, por cierto, nada tienen de nuevos : el centro de gravedad se desplaza hacia el Estado y sus administraciones, y al nuevo infarto global de la economía-mundo hay que reanimarlo con una nueva dosis de intervencionismo. Eso sí, este giro intervencionista no deja de ser un «paréntesis», como bien recalcó Díaz Ferrán, presidente de la confederación española de empresarios.

Hay creencias y dogmas del más diverso tipo: políticos, científicos, religiosos… etc, y lo malo de ellos es que siempre nos pillan desprevenidos y nos impiden reaccionar a tiempo. No sólo eso, además, nos ciegan, y para entender procesos sociales, siempre con el punto de multi-causalidad e incertidumbre que los caracteriza, no conviene en absoluto agarrarse a un clavo ardiendo para justificar nuestras decisiones, remedios o recetas en dogmas de supuesto calado «científico» que no dejan de ser interesada cháchara ideológica que conviene a los de siempre. Don Gerardo Díaz Ferrán es, él lo dice, un férreo creyente en la libertad de mercado, y como toda creencia que llega del cielo de alguna sacrosanta institución, pocas veces suele contrastarse con los hechos, pocas veces se pone en duda, y sobre todo, pocas veces suele cambiarse. Cuando Díaz Ferrán dice que «cree» en la libre economía de mercado pocas veces se pregunta, como sus colegas, para quien es libre ese mercado y para cuantos, pocas veces se pregunta cuantos la disfrutan… y pocas veces reflexionan sobre los efectos secundarios, ecológicos y humanos, de su muy libre economía de mercado. Cuando Díaz Ferrán dice que cree en el libre mercado pero que «hay circunstancias» en la vida que obligan a cambiar el timón ideológico… hace algo así como una muy agnóstica y prudente declaración de fe; esto es, se modera en su creencia cuando las grandes economías privadas se estancan y el crecimiento deja de dispararse, es entonces cuando flexibiliza su creencia y se junta con los neo-conversos del intervencionismo estatal. Sin embargo, cuando las grandes economías privadas laten fuertes y sanas, cuando crecen como un árbol bien anclado en sus raíces, Díaz Ferrán deja su agnóstica y enternecedora prudencia y contraataca de nuevo con su férrea creencia en la libre economía de mercado.

Hay muchos hombres como Díaz Ferrán, yo los llamo empresarios-veleta, y su muy liberal costumbre y actitud que consiste en cambiar de creencias en pos de las «nuevas» tendencias ideológicas, suele extenderse también al mundo de la política. Amar e incluso exigir voluntad política para engordar a las vacas flacas que en su tiempo eran gordas, orondas, con jugosas carnes y curvas, amar la política para reanimar el mal estado de los negocios y despreciarla luego, eso sí, con cínica e histriónica visceralidad, cuando los negocios marchan bien, es la muy «liberal» actitud de Díaz Ferrán y de tantos, tantos políticos, empresarios y periodistas que sufren una imprevisible metamorfosis ideológica cuando las nuevas tendencias ideológicas de turno imponen un nuevo «realismo», un nuevo sentido común que aspira a perpetuar la voluntad para no hacer nada por el injusto reparto de los panes y los peces. Todo ello bajo una nueva cháchara ideológica repetida hasta la saciedad por tertulianos, columnistas y conferenciantes que, con vehemente, cómica y hasta histriónica pasión, se ponen de acuerdo en expresar y hasta aparentar un sincero deseo de cambio de modelo.

En la universidad, en las columnas de los periódicos y sus nuevos columnistas, en los foros de discusión «científica», en los pasillos del parlamento, en los despachos de los bancos y en las conversaciones de cafetería algo se mueve. Y sí, algo se mueve, el «cambio» de marras consiste en una operación de by-pass al mercado exigida a las administraciones públicas para resucitar al moribundo, y después de décadas de crecimiento continuado sobre el monocultivo del ladrillo se hace caso omiso a las voces preguntonas que se interrogan sobre el destino de la riqueza nacional durante tantos años de supuesta prosperidad.

Todos se ponen de acuerdo en la necesidad de cambiar de modelo, y entre la ansiedad y la incertidumbre, entre el caótico vaivén y la guerra de trincheras y posiciones, entre la improvisación acelerada que siempre caracteriza a los tiempos de crisis y cambios, la necesidad de sentarse y pararse a reflexionar sobre las causas, consecuencias y responsabilidades del modelo de crecimiento ya obsoleto, no sólo se olvida, sino que además se corre como galgos en pos del «futuro» y de la necesidad de cambiar para dejar las cosas como estaban.

Cambiará el lenguaje, sí, cambiarán las ideas y el contenido del discurso, sí, pero las tradicionales estructuras sociales, las tradicionales relaciones sociales, simplemente, permanecen, y la camaradería y hasta la empatía entre capital y trabajo se convierte en una pose que demanda el «sentido común» para apelar colectivamente a la necesidad de salir de la crisis.

El cambio, finalmente, consistió, consistirá, en una liberadora pataleta moral de circunstancias para aliviar la tensión y la ansiedad acumulada. Y mientras todos alzaban los brazos y clamaban hacia el cielo por la «crisis»… en la tierra, Don Estado se ponía a trabajar y resucitaba a Don capitalismo.

¿Y la izquierda?, la izquierda dormía, dormía y dormía