A los gobiernos en occidente no les importa que haya miles de personas protestando en la calle. Sus agendas no tienen que cambiar porque los estudiantes se manifiesten delante del parlamento en Londres, los trabajadores bloqueen las carreteras en Francia, se proclame huelga general en España o se lancen cócteles molotov en Atenas. Quienes controlan […]
A los gobiernos en occidente no les importa que haya miles de personas protestando en la calle. Sus agendas no tienen que cambiar porque los estudiantes se manifiesten delante del parlamento en Londres, los trabajadores bloqueen las carreteras en Francia, se proclame huelga general en España o se lancen cócteles molotov en Atenas. Quienes controlan el poder han perdido el miedo a la gente y está claro que con manifestaciones multitudinarias, pintadas, quemando uno o dos contenedores y rompiendo los cristales de un McDonalds, no vamos a ninguna parte. Ha llegado el momento de que todos nos planteemos qué hay que hacer, hasta dónde hay que llegar, para que los que mandan vuelvan a respetar a la gente.
Las multinacionales, los bancos, los partidos políticos mayoritarios ya no perciben ninguna amenaza o alternativa. En estos momentos hay vía libre para un neoliberalismo prepotente, sin barreras, sin necesidad de pretender que hay que seguir cuidando a la sociedad del bienestar. La caída del bloque comunista y la desaparición de la antigua Unión Soviética, a largo plazo, han sido factores que han arruinado a los llamados países democráticos. Mientras existía, la amenaza roja de forma indirecta, provocaba que el privilegiado occidente tuviera la necesidad de progresar e intentar establecer políticas sociales. De esta forma la ciudadanía podía seguir relativamente contenta y no pensaría en girar la mirada hacia otros sistemas políticos y económicos. Pero ahora, sin amenazas o alternativas, los gobiernos de la zona burbuja del planeta, ya no necesitan invertir ni malgastar dinero en la sociedad del bienestar. Las políticas sociales ya no aportan ningún tipo de beneficio para mantener el sistema capitalista. Así de simple y capitalista.
Se puede percibir que estamos inmersos en este nuevo estilo político de vida, observando qué está pasando con la crisis económica y cómo los gobiernos están reaccionando para solventarla. Parece ser que la única forma de salir del gran bache económico que estamos atravesando es recortar las políticas sociales. Mientras, las principales ayudas económicas se dirigen a los que menos les afecta la crisis y a los que más ganan con ella: los bancos y las grandes multinacionales. La crisis, fruto en parte del crecimiento de la economía asiática, pero principalmente propiciada por el mismo sistema capitalista abusivo e inflacionista, amparado por administraciones y partidos políticos corruptos, estalló en el 2008. No hay que ser un experto en economía para darse cuenta de que en estos casi dos años, los gobiernos y el sector privado han utilizado la crisis y los miedos que ésta genera, para recortar costes e incrementar beneficios pagando el pato la sociedad del bienestar.
Ya que en estos días prácticamente no hay diferencia entre los partidos mayoritarios, los sindicatos deberían dejar de vivir del cuento y volver a ponerse al lado del trabajador. Nuevas fuerzas políticas con verdaderos ideales democráticos tendrían que emerger y volver a ilusionar a una población que ya no confía en derechas, centros o izquierdas. La sociedad civil tiene que despertar de la vida subvencionada, dejar a un lado la apatía conformista y comenzar a buscar alternativas, soluciones y argumentos que puedan ponerse encima de la mesa para plantar cara al sistema.
Todos sabemos lo mal que están las cosas, lo sinvergüenzas y corruptos que son los políticos y los gobiernos, lo ladrones que pueden llegar a ser los bancos. Pero sólo quejándonos y encogiendo los hombros no cambiaremos nada. Hay que ser mas participativos e implicarse. Las manifestaciones deben ser más contundentes y más efectivas. Si queremos parar este retroceso de la sociedad del bienestar que estamos sufriendo, necesitamos que los gobiernos vuelvan a sentir miedo a la gente. Y de momento en vez de respetarnos se ríen de nosotros.
Fuente: http://blogs.lavanguardia.es/desorientado-en-oriente/miedo-a-la-gente/