El pasado 12 de octubre el diario digital El Salto publicó una entrevista de Luis Miguel Barcenilla y Jon Bernat Zubiri Rey al escritor Carlos Sá Mayoral, titulada «Franco es el urdidor de la persecución y, posiblemente, de la muerte de Unamuno». Su contenido tiene una relación directa con el libro recién publicado, cuyo título completo es Miguel de Unamuno: ¿muerte natural o crimen de Estado?. Henry Miller y Francisco Franco en la desaparición del escritor (Madrid, Cuadernos del Laberinto, 2023). Mi interés por el tema me ha llevado a adquirirlo y leerlo detenidamente con el fin de seguir conociendo más acerca del catedrático y pensador bilbaíno/salmantino Miguel de Unamuno y Jugo.
Estamos ante un trabajo más sobre los últimos meses de vida de Unamuno y su muerte sobrevenida el último día del año 1936. En este caso se inscribe dentro de la línea ya marcada por José Luis García-Jambrina y Manuel Menchón en su libro La doble muerte de Unamuno, de 2021, donde profundizaron en el contenido de la película documental dirigida por el segundo y aparecida en los cines en el año anterior, con el título de Palabras para un fin del mundo. En mayo de 2021 le dediqué al libro una entrada en este cuaderno («Unamuno y su muerte, en el centro del debate», publicada una semana después en Rebelión) y en junio hice lo propio sobre la película («Algunos comentarios sobre Palabras para un fin del mundo, de Manuel Menchón»).
La línea de investigación antes referida se muestra rotunda a la hora de calificar la muerte de Unamuno como de asesinato. Para ello García-Jambrina y Menchón han partido de los más que claros indicios que se desprenden de las investigaciones llevadas a cabo en torno al momento en que se produjo el suceso, acaecido la tarde del 31 de diciembre de 1936 en el domicilio del escritor en Salamanca. Ponen el foco en un hecho primordial: por las características que tuvo el óbito, debió procederse a una autopsia, cosa que no se hizo. Y responsabilizan de lo ocurrido a Bartolomé Aragón Gómez, por ser la única persona que estaba acompañando a Unamuno en ese momento. Añaden, además, que fue de esa misma persona de donde surgió el primer relato de lo ocurrido, que fue publicado unas semanas después en el Prólogo que hiciera para un libro suyo de economía corporativa José María Ramos Loscertales.
Nuevos documentos, algunos importantes
Sá Mayoral da un paso más, pues apunta más alto, esto es, a la cúpula del Nuevo Estado que estaba en proceso de construcción tras el golpe militar de julio de 1936. Y para ello aporta varios documentos, algunos importantes, que demuestran no la orden concreta del asesinato, sino las acciones llevadas a cabo para vigilar a Unamuno y boicotear en lo posible sus comunicaciones con otras personas y, de una forma especial, con las del exterior. Lo anterior y las circunstancias apuntadas en su día por García-Jambrina y Menchón llevan a Sá Mayoral a abundar en la evidencia de un asesinato, si bien con algunas variaciones sobre quién pudo haber sido su ejecutor.
En los documentos aportados aparecen dos personajes de máxima importancia: el propio Francisco Franco, la autoridad suprema del Estado desde el 1 de octubre de 1936 (jefe del Gobierno del Estado, Generalísimo y jefe del Ejército de Operaciones), y Salvador Múgica, que era por entonces el jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Destaco entre esos documentos dos, en ambos casos ubicados actualmente en el Archivo Militar de Ávila: el telegrama cifrado, con fecha 12-10-1936, enviado a la presidencia de la Junta Técnica de Burgos, ordenando que Salvador Múgica que se presente en el Cuartel General en Salamanca; y el informe secreto enviado por Salvador Múgica a Francisco Franco, fechado el 20-12-1936, sobre el contenido de dicha carta, advirtiendo sobre el contenido de una carta escrita por Unamuno a Henry Miller.
A ellos añado un documento más, que se encuentra depositado en la Casa Museo de Unamuno: la anteriormente citada carta de Unamuno, con fecha 7-12-1936, que dirigió al escritor estadounidense, residente en París. Como problema está que el documento ha llegado a sus manos gracias a una persona, aunque no desvela su nombre, y que la adquirió en una compraventa por internet. Más adelante intentaré aclarar algo más el asunto.
No voy extenderme en las conjeturas, opiniones y reflexiones que hace el autor del libro a medida que va desentrañando el contenido del libro en cada uno de los capítulos. Prefiero centrarme en sí en los documentos antes referidos. Resulta evidente que, como se ha ido resaltando en otras investigaciones, el punto de inflexión del deterioro de la situación de Unamuno en relación a los militares golpistas va a ser el 12 de octubre y el incidente en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuando, entre otras palabras, pronunció su famoso «venceréis, pero no convenceréis». Fue el momento en el que Unamuno puso públicamente fin a su idilio con los golpistas, a los que había apoyado desde un primer momento. Un no retorno, además, después de ser conocedor de nuevas arbitrariedades cometidas, en forma de detenciones, multas y asesinatos, contra personas conocidas. Ocurrió, por ejemplo, con los asesinatos de amigos como el catedrático Salvador Vila, a finales de octubre en Granada, o del pastor Atilano Coco, a principios de diciembre en Salamanca.
La trascendencia del episodio del 12 de octubre es lo que, según Sá Mayoral, llevaría a Franco a tomar un tipo de medidas concretas sobre Unamuno con un tinte más grave que el haber sido destituido como Rector Vitalicio y como Alcalde Honorario de la ciudad. El arresto domiciliario de facto y la vigilancia permanente que sufrió estarían bajo el marco de unas decisiones tomadas en las máximas alturas del poder. El telegrama enviado a Burgos por «mi», esto es, el propio Franco, probaría la existencia de un problema más que grave, lo que dio paso a la actuación directa de los servicios secretos.
¿Y cómo se concretó ese paso? En el control de las personas que acudían a visitar a Unamuno y en la revisión, cuando no interceptación, de su correo. Y con el fin de evitar que se propagase una imagen negativa de persecución hacia Unamuno, de manera que no se repitiera el escándalo internacional provocado con el asesinato de Federico García Lorca en agosto, se intentó mantener una situación de normalidad. Claro está, controlada. De esa manera, en el régimen de visitas de periodistas extranjeros se procuró que fueran del ámbito de la derecha, como se dio con el polaco Roman Fajans o el francés Jêrome Tharaud. Pese a que en sus escritos dejaron traslucir algunas diferencias de Unamuno con las autoridades, no resaltaron los aspectos más graves de la ruptura. En el caso de Tharaud, lo que reflejó en su escrito para la revista Candide fue la posición equidistante de Unamuno con los dos bandos y su condescendencia con Franco.
Sobre las cartas escritas por Unamuno se permitió su difusión dentro del territorio español, pero no así con las enviadas al exterior, que se impidió que llegaran a su destino. Fue lo que ocurrió con la fechada el 7-12-1936 y que iba dirigida a Henry Miller, en la que hizo un relato de su situación personal, de su posicionamiento el 18 de julio, de lo ocurrido el 12 de octubre o de su distanciamiento de los sublevados, dejando patente su crítica hacia los dos bandos en liza con su conocida alusión a «los hunos» y «los hotros». No está de más resaltar algunas de las frases de la carta:
«Estoy, como le digo, preso en mi casa (…), donde se me tiene en rehén no sé por qué ni de qué ni para qué, y con orden, si intento salir de ella, hasta de asesinarme».
«Al poco de haber iniciado el pobre general Franco su levantamiento contra la barbarie marxista -que era, en realidad, insoportable- me adherí a él y dije que aquí lo que había que salvar en España era la civilización occidental cristiana y la independencia nacional que no podía depender de Rusia».
«Y en una Fiesta de la Raza, el 12 de octubre, que se celebró en la Universidad, siendo yo rector de ella todavía, y a la que llevé la representación expresa de Franco, me quejé de que no se oigan sino voces de odio y ninguna de compasión, prediqué la concordia, y dije que vencer no es convencer ni conquistar no es convertir, y que hay que renunciar a la venganza que no es justicia».
«Y yo cuando pueda evadirme de esta prisión tendré que desterrarme, a mis más de 72 años».
«Quiero que se sepa cual es mi posición frente a esta terrible contienda quiero que se sepa que si me adherí al levantamiento de Franco contra la barbarie del ‘frente popular’ no renuncié a atajar la barbarie de la reacción a éste, el fascismo».
El contenido de la carta de Unamuno a Miller llevó a Múgica a enviar un informe a Franco, que para la ocasión fue mencionado como «Sr. Gral. Jefe de los Ejércitos de Operaciones». El escrito, escueto, se expresa en estos términos:
«Tengo el honor de remitir a V.E. una nueva carta que dirige D. Miguel de Unamuno a Mr. HENRY MILLER, en Paris, en la que además de insistir en los conceptos injuriosos consabidos sobre la situación nacional se apunta el deseo de huir al extranjero».
Para Sá Mayoral la última alusión sobre la huida estaría en el origen de la decisión fatal sobre la vida de Unamuno y su muerte once días después.
En torno a las circunstancias del fallecimiento de Unamuno
Como ya se ha indicado, el autor del libro no tiene dudas sobre el carácter del fallecimiento de Unamuno. Y se atreve a divagar también sobre un testimonio que recogió Margaret Rudd durante su estancia en España a finales de los años cincuenta y que publicó en su libro The Lone Heretic [El Herético Solitario], de 1959, relativo a la información que le había dado un padre dominico a Felisa Unamuno, una de las hijas, sobre la orden de matarlo en caso de que huyera.
Pero lo que aporta como novedoso Sá Mayoral es la presencia de un «tercer hombre» en la escena del crimen. No dice quién fue, porque no lo sabe, pero se apoya en un testimonio que tiene su origen en Aurelia, empleada doméstica y la única persona que estaba en la casa antes de que llegara Bartolomé Aragón. Al parecer, Daniel Domínguez, periodista salmantino y amigo del hijo de Aurelia, recibió recientemente de éste la información de un secreto familiar guardado durante décadas: su madre sostenía que cuando Aragón subió a la estancia donde estaba Unamuno, situada en la primera planta del edificio, lo hizo acompañado de otra persona. De ser así, estaríamos ante un «tercer hombre». Aurelia, después de haber abierto la puerta y acompañado a los visitantes, regresó al piso inferior, donde se encontraba trabajando en la cocina y desde donde poco tiempo después fue testigo de haber escuchado unas voces de Unamuno, antes de su muerte, y de haberse alertado a sí misma tras el silencio que le siguió y que la llevó a subir a donde se encontraba Unamuno. No voy a extenderme sobre los relatos «novelados» que hacen tanto García-Jambrina y Menchón como Sá Mayoral, así como otros autores, en sus respectivos libros. En ellos existe una alusión común, que es lo que oyó decir Aurelia a Aragón: «¡Yo no le he hecho nada! ¡Yo no lo he matado!».
Sá Mayoral evita culpabilizar a Aragón, siguiendo para ello a Antonio Heredia, autor de una biografía de Aragón, con quien se entrevistó dos veces a finales del siglo pasado y de quien recibió el manuscrito de una obra suya titulada Raíces de España. Sá Mayoral considera, así mismo, que Aragón fue el elegido por los servicios de inteligencia franquistas porque, dado que conocía a Unamuno por su condición de profesor universitario, eso facilitaría que pudiera ser recibido, cosa que logró gracias a la cita telefónica que concertó con Rafael, uno de los hijos de Unamuno. El hecho de que fuera militante falangista y estuviera movilizado como soldado, a su vez, le obligaría a cumplir órdenes. Y a ello añade un posible chantaje personal, dado que su hermano Arcadio pertenecía a la masonería y en 1931 había sido elegido concejal en Huelva.
En cuanto a la atención médica recibida por Unamuno por parte de Adolfo Núñez, tras la llamada que Aragón, no hay discrepancias fundamentales a la hora de interpretar el sospechoso certificado que emitió, achacando a una hemorragia bulbar la causa del fallecimiento, y al hecho de que no se procediera a hacer una autopsia, como exigía el protocolo médico-forense. Sí difieren, empero, en el papel de Adolfo Núñez, quien semanas antes había sido condenado al pago de una multa de 75.000 pts., como consecuencia de su condición de republicano destacado en la ciudad. Para García-Jambrina y Menchón eso podría haber sido motivo de que el médico actuara con miedo, evitando que se indagara en la causa de la muerte. Según Sá Mayoral, sin embargo, el hecho de que hubiera sufrido una represalia pudo servir de base para que fuera utilizado, a modo de chantaje, por los servicios secretos, participando de esa manera, forzado, en la operación llevada a cabo para acabar con la vida de Unamuno. Su papel consistió, por tanto, en evitar que se investigara en la causa de la muerte.
En todo caso, siguiendo a Antonio Heredia, Sá Mayoral exculpa a Aragón de la autoría directa del crimen. Sólo lo sitúa como vehículo para poder llegar a Unamuno y, claro está, ser cómplice y encubridor de lo ocurrido. El problema que tiene esta versión es evidente: quién fue el «tercer hombre», según se desprende de lo visto y guardado como secreto de familia por Aurelia.
Unos documentos desaparecidos y unas muertes sospechosas
A lo largo del libro se alude a las cartas escritas por Unamuno a personas residentes en Francia e Italia, que, como hemos dicho, nunca llegaron a sus destinatarios por haber sido interceptadas por el SIM. Cartas que acabaron desapareciendo, si bien, con posterioridad han ido saliendo a la luz. Es algo que el autor no explica bien. Dos de ellas, dirigidas a María Garelli y Lorenzo Giusso (y no María Galleri y Loreno Guiso, como escribe el autor), escritas a finales de noviembre, fueron publicadas por el falangista Luis Moure-Mariño en su libro postrero La generación del 36. Memorias de Salamanca y Burgos (1989), un personaje que había estado presente en el acto del 12 de octubre en el Paraninfo salmantino.
Y es desde aquí como entramos en el Epílogo del libro, al que se añade como subtítulo «Muertes sospechosas en torno a una correspondencia». Se menciona a varias de las personas que trabajaban en el círculo más íntimo de Franco en Salamanca: su hermano Nicolás, Manuel Saco Rivera y Pedro Carrión. Siguiendo a Moure-Mariño, se señala que con Ramón Serrano Suñer, una vez llegado a la ciudad en febrero de 1937, fueron desplazados de ese entorno. Ya en Burgos, tras el traslado de todo el aparato estatal a esa ciudad castellana, Saco Rivera se vio obligado a regresar a finales de 1937 a su pueblo de procedencia, el lucense Sarria, no sin antes haber transmitido al propio Moure-Mariño que temía por su vida. Allí fue asesinado en el verano de 1938 por un policía municipal, que confesó haber recibido la orden del jefe de Falange de Lugo. Los dos acabaron siendo condenados a muerte, pese a que el último no dejó de decir antes de su ajusticiamiento: «¿es que no hablaron todavía con Burgos?». Sá Mayoral pone en boca de Ramiro Feijoo, autor de El quinto Hombre. Una corte de los milagros en la Salamanca de 1936 (2018), lo siguiente:
«Por él [Manuel Saco Rivera] pasaron documentos de máxima importancia, y tal vez a ello cabe achacar su misteriosa muerte un año después».
Algunas conclusiones
No le falta interés al libro de Sá Mayoral. Su contenido está basado en algunos documentos que son importantes, si bien no decisivos, a lo que ha añadido el análisis de una bibliografía variada y extensa sobre Unamuno. Desde todo eso coincide con la tesis de García-Jambrina y Menchón acerca de que la muerte de Unamuno fue un asesinato y aporta, como novedad, que en ella tuvo que ver directamente
«Un individuo vinculado estrechamente a las cartas y documentos de los que hemos hablado y perfectamente asociable a todas las muertes por órdenes «de arriba»» aquí narradas: Francisco Franco Bahamonde».
Estamos, por tanto, ante un paso más en el esclarecimiento de lo ocurrido en los últimos meses de la vida de Unamuno y de su muerte. Faltan más evidencias y también, por supuesto, pruebas. Pero lo hasta ahora aportado por quienes están investigando en esa línea nos permite poder extraer como hipótesis que hay más que sospechas. Otra cosas son las conjeturas que el autor hace y las opiniones que da sobre algunos pormenores, llegando en ocasiones a conclusiones dudosas o poco creíbles. Ocurre en el caso, por ejemplo, de la exculpación de Bartolomé Aragón como el autor material de la muerte de Unamuno, cuando no hay duda que estuvo presente en la escena del crimen, o de la implicación indirecta que hace de Adolfo Núñez como médico que atendió a Unamuno y certificó su muerte como natural.
Que Franco estuviera implicado resulta más que plausible. Su figura, prácticamente omnipresente a lo largo de la guerra y las casi cuatro décadas que duró su mandato, no dio para menos. Por su cabeza, con su aquiescencia y hasta con su firma pasaba la decisión de decidir sobre la vida o muerte de sus enemigos. Una figura sibilina y astuta que hizo que Unamuno lo calificara frecuentemente hasta al final de su vida como «el pobre general Franco». Lo creyó preso de los fascistas españoles, esto es, los falangistas, y de militares como Emilio Mola, al que calicó de «mala bestia ponzoñosa y rencorosa». Y es que en sus agónicas y permanentes dudas Unamuno siguió estando alejado de la realidad. Tan dura y tan cruel, que se lo llevó por delante.
Documentación de referencia
En el artículo que publiqué en mayo de 2021 ya expuse una relación de varias obras bibliográficas, las cuales, por supuesto, siguen teniendo validez. Para el presente artículo añado las siguientes:
Luis Miguel Barcenilla y Jon Bernat Zubiri Rey/Carlos Sá Mayoral (2023). «Franco es el urdidor de la persecución y, posiblemente, de la muerte de Unamuno», entrevista a Carlos Sá Mayoral, en El Salto, 12 de octubre (https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/franco-urdidor-persecucion-muerte-unamuno-12-octubre).
Ramiro Feijoo (2018). «Cazarabet conversa con… Ramiro Feijoo, autor de El quinto hombre. Una corte de los milagros en la Salamanca de 1936. Madrid, Laertes.
José Luis García-Jambrina y Manuel Menchón (2021). La
doble muerte de Unamuno. Madrid, Capitán Swing, 2021.
Antonio Heredia (2000)., «Bartolomé Aragón, último
interlocutor de Unamuno Soriano», en Naturaleza y Gracia,
revista cuatrimestral de ciencias eclesiásticas, nn. 2-3 (http://www.bidicap.org/doai/PS_NyG_2000v047n002p0837_0876/HTML/36/).
Manuel Mª Urrutia (1998). «Un documento excepcional: el manifiesto de Unamuno a finales de octubre-principios de noviembre de 1936″, en Revista de Hispanismo Filosófico, n. 3; (file:///C:/Users/pc/Downloads/un-documento-excepcional-el-manifiesto-de-unamuno-a-finales-de-octubre-principios-de-noviembre-de-1936%20(3).pdf).
(Artículo publicado en Entre el mar y la meseta, el blog personal del autor: https://marymeseta.blogspot.com/2023/10/miguel-de-unamuno-muerte-natural-o.html).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.