Durante las guerras de independencia de Cuba los métodos más eficaces de lucha irregular contra el Ejército Libertador no fueron aplicados por ningún general español, ni fueron el fruto de los estudios en academia militar alguna. Con dolorosa regularidad la historia muestra a cubanos desertores y traidores, a contra guerrilleros, rayadillos, plateados y guías al […]
Durante las guerras de independencia de Cuba los métodos más eficaces de lucha irregular contra el Ejército Libertador no fueron aplicados por ningún general español, ni fueron el fruto de los estudios en academia militar alguna.
Con dolorosa regularidad la historia muestra a cubanos desertores y traidores, a contra guerrilleros, rayadillos, plateados y guías al servicio de los ejércitos colonialistas, merodeando o participando activamente en aquellas acciones donde eran sorprendidas las prefecturas y hospitales de sangre mambises, y también en las emboscadas o combates donde cayeron importantes jefes cubanos, desde el Mayor General Flor Crombet, hasta el Lugarteniente General Antonio Maceo.
Era lógico: la eficacia de los cipayos no radica en las armas ni la causa que sirven, sino en el exacto conocimiento de las tácticas y las estrategias de los defensores de la causa que traicionan, la de sus ex compañeros a quienes suelen perseguir con la furia homicida y la crueldad de los conversos. Y si esto fuese poco, nada más desmoralizante en manos de los adversarios que la imagen de los amigos de ayer combatiendo desde las filas enemigas, un arma psicológica perfecta para soliviantar la confianza y la unidad.
Este método de lucha ancestral, que viene desde la aurora de las edades, fue ampliamente usado por Roma. Tropas bárbaras fueron usadas contra los pueblos que se resistieron a la expansión imperial incluso generales de origen bárbaro llegaron a comandar importantes legiones romanas. El Imperio británico, los conquistadores y colonizadores españoles y la expansión y colonización del Oeste por parte del naciente imperialismo norteamericano, vieron marchas entre los invasores a no pocos tránsfugas y desclasados al servicio del nuevo amo.
¿Alguien duda que los siempre estudiosos y creativos ideólogos del neoconservatismo norteamericano han obviado semejantes lecciones históricas al diseñar sus estrategias de combate para enfrentar a sus enemigos políticos y culturales, sean estos liberales, socialistas, revolucionarios, medioambientalistas, nacionalistas, islámicos, altermundistas, feministas, o simples defensores del cine o la lengua nacional?
Los neoconservadores, desde sus ya remotos inicios, han puesto a punto una bien surtida panoplia de armas y un bien nutrido (y mejor pagado) ejército contra guerrillero de desertores y «ex amigo», como los calificase Lionel Trilling, para combatir eficazmente a la «vieja, socialdemócrata y decadente Europa», a la Venezuela bolivariana de Chávez o a la Cuba socialista, pasando por las amenazas «surgentes» encarnadas en la India y Brasil, las potencias «resurgentes», simbolizadas en Rusia o la pujante República Popular China, incluso al Presidente Obama y su partido, a Al Qaeda, o a los defensores del Darwinismo. Esto explica el fulminante éxito de esta variante, relativamente reciente dentro del campo conservador, su meteórico ascenso político, expresado en su predominio durante las administraciones republicanas de Reagan a George W. Bush, y el hecho de ser hoy por hoy, la expresión político-ideológica y cultural más concentrada del imperialismo en las condiciones del mundo posterior a la Guerra Fría.
¿Cómo se expresan estas viejas tácticas de guerra oportunistas de los imperios crápula en las políticas, los métodos de lucha y las ideas que promueven los neoconservadores norteamericanos?
Surgido inicialmente en los años treinta del siglo XX en New York, alrededor de un núcleo de intelectuales procedentes del socialismo, el trostkysmo y el sindicalismo, mayormente judíos, inconformes y aterrados con el avance de las ideas socialistas en su país y el resto del mundo, y también opuestos a los métodos estalinistas en la URSS, el movimiento neoconservador pronto fue «descubierto», y usado, como arma arrojadiza contra el socialismo y las ideas de izquierda por el establishment, el lobby sionista, el complejo-militar industrial, las grandes corporaciones y las agencias de inteligencia. Aquellos que se pasaron al enemigo con sus antiguas armas, sus tácticas de lucha, sus banderas y bagaje, no tardaron en mostrar su eficacia en los años de la Guerra Fría. Un visionario fanático y lúcido, como el recién fallecido Irving Kristol, «El Padrino» de los neoconservadores, fue entonces asignado al borde delantero del frente cultural junto al poeta Stephen Spender, otro desertor, animando aquella revista «Encounter» radicada en Londres, que como se supo en 1965 a través de una serie de reportajes de la revista «Rampart», era generosamente financiada y orientada editorialmente por la CIA.
Los neoconservadores pronto se convirtieron en la vanguardia de la derecha norteamericana, en la versión moderna, ideológica y cultural, de aquellas tropas bárbaras al servicio de Roma, encargadas hoy de enfrentar a las ideas en cuyo seno surgieron. No es casual que ciertos ecos del aparato categorial y del discurso socialista sean identificables en sus discursos, en primer lugar, en esa pervertida y recurrente autoproclamación del carácter «revolucionario e idealista» del movimiento, en su vocación de «vanguardia» capaz de hacer prender en las masas la chispa de la «revolución», claro está que conservadora. Su retórica liberal, colindante, en la superficie, con las ideas de la socialdemocracia y el socialismo, apela a mantener el orden establecido, pero sin considerarlo cerrado e inmutable. A diferencia de los conservadores clásicos, no luchan por revivir un mundo ya pasado, supuestamente ideal, sino a construir sociedades «abiertas», donde la defensa populista del libre mercado, las minorías y los derechos humanos les facilite el consenso y la gobernabilidad, aún cuando tengan que apropiarse para ello, y utilizar en su provecho, los enfoques y las conquistas sociales por las que han luchado sus enemigos. ¿Asombra, en consecuencia, que en vez de reconocerse como conservadores se autodefinan como «liberales con dientes muy largos», o «liberales que han sido asaltados por la realidad»?
Tras vaciar de contenido liberal, revolucionario o socialista, las categorías que utilizan en su discurso, y con el objetivo obvio de atemperarse a la sensibilidad de una época y comunicarse con una audiencia, consciente o inconscientemente, marcada profundamente por un siglo, como el pasado, repleto de conflictos sociales, revoluciones y el avance de las ideas de libertad, soberanía popular, democracia, igualdad, justicia social y progreso, los neoconservadores han puesto a punto el espejismo de su modernidad y su supuesta defensa de los grandes intereses de la Humanidad y el progreso, encarnados en una promoción aterciopelada del rol «benevolentemente hegemónico» del imperialismo norteamericano de siempre.
Astutos al fin, adictos sin remedio a la alta tecnología, los medios de comunicación y las herramientas culturales de lucha; mucho más experimentados y refinados que aquellos doctrinarios febriles y delirantes de la expansión imperial norteamericana de fines del siglo XIX, al estilo de Henry Cabot Lodge, Theodore Roosevelt, Alfred Tayer Mahan, los hermanos Adams, o Alfred Beveridge, los actuales neoconservadores, a pesar de ser un clan endogámico cerrado, han accedido a establecer alianzas coyunturales con otros conservadores, incluso, con los liberales más «musculosos», o partidarios de una política exterior basada en los viejos principios reaganistas de «fortaleza militar y claridad moral». Y si viene al caso, aún con aquellos que la repudien de palabra y la apliquen de hecho, como es el caso del presidente Obama. Se trata de una finta más de los neocons, perfectamente apreciable en sus relaciones esquizofrénicas con el «Gabinete del Cambio y la Esperanza».
Por los vasos comunicantes secretos por donde suele circular la savia imperial inalterable que no depende de la alternancia en el poder de republicanos o demócratas; quizás a través de los capilares de los tanques pensantes y las fundaciones, y las dendritas por donde se conectan, bajo la superficie, instituciones neoconservadoras, como el American Entreprise Institute, Rand Corporation o Heritage Foundation, con sus pariguales liberales, como el Center for Strategic and International Studies, están transfiriéndose, recombinándose y fecundándose mutuamente los principios y métodos del fenecido Proyecto para un Nuevo Siglo Americano y las novísimas teorías del «soft and smart power», que constituye la plataforma ideológica de la política exterior del gobierno de Obama.
Y si alguien tiene dudas, que analice bajo esta luz el milagro que acaba de tener lugar en Oslo, Noruega, el pasado 10 de diciembre, cuando el mismo presidente de la nación capitalista e imperialista más poderosa de la Historia, acaba de pronunciar un discurso cuasi leninista en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz.
Y después algunos, ingenuamente, siguen afirmando que la época de hechiceros, taumaturgos y nigromantes acabó para siempre.
Fuente:http://www.cubadebate.cu/opinion/2009/12/22/milagro-en-oslo/