El presidente de extrema derecha de Brasil, Jair Bolsonaro, se va a presentar a su reelección a finales de este año, pero hay un enorme deseo (y no solo en Brasil) de que sea derrotado. Millones de personas en todo el mundo quieren ver el fin de su gobierno, que ha provocado un empobrecimiento masivo, la destrucción del medio ambiente y una de las peores cifras de muertos del mundo por el COVID-19.
El Partido Socialismo y Libertad (PSOL) es uno de los que han estado al frente de la resistencia a ese gobierno en Brasil. Roberto Robaina es miembro de la dirección nacional del PSOL y líder de la tendencia del Movimiento de Izquierda Socialista (MES) en su seno. También es concejal de Porto Alegre y director de la Revista Movimento. Federico Fuentes, de la web Green Left, habló con Robaina sobre el proyecto de extrema derecha de Bolsonaro, la próximas elecciones y cómo podría encajar Brasil en la nueva ola de gobiernos de izquierda en la zona.
¿Cómo valoraría el papel del gobierno de Bolsonaro, tanto en el ámbito nacional como en el internacional?
El gobierno de Bolsonaro ha sido una experiencia catastrófica para el pueblo brasileño, que ha soportado un aumento brutal del paro, la reducción de los salarios y la destrucción del medioambiente. Más de 40 millones de personas trabajadoras se han visto empujadas a incorporarse al sector informal, donde no existen derechos como la jubilación o las vacaciones pagadas. El año pasado asistimos a un nuevo récord de la destrucción provocadas por incendios descontrolados en el Amazonas. Pero quizá lo peor de todo fue la traumática experiencia sufrida debido a su negación del COVID y a su oposición a las vacunas y a la ciencia, que hizo que en Brasil murieran más de 630.000 personas debido al COVID-19.
El pueblo brasileño no estaba preparado para esta experiencia traumática, pero aprendió mucho de ella, lo que hizo que gran cantidad de personas se volviera contra su gobierno. Evidentemente, las expectativas se han centrado en encontrar una salida a este trauma, lo que a su vez ha llevado a que se estrechen los horizontes de las expectativas de la gente.
En el plano internacional el bolsonarismo ha supuesto un ejemplo para la extrema derecha. Su derrota tendrá importancia estratégica. Al mundo le ha quedado claro que la extrema derecha no está preparada para gobernar Brasil.
El proceso de politización se ha expresado en acciones. Parte de la sociedad se vio obligada a salir de su zona de confort y se sintió obligada a enfrentarse a Bolsonaro. La consecuencia de ello ha sido que hemos visto enormes movilizaciones en las calles. Aunque estas protestas no derrocaron al gobierno, influyeron en la capacidad de Bolsonaro para llevar a cabo todo su proyecto. En estas elecciones será derrotado.
No obstante, está claro que la extrema derecha no va a desaparecer con el fin del gobierno de Bolsonaro. La extrema derecha ha conseguido el apoyo de una parte del proletariado y de sectores desesperados de la clase media y pobre que, ante la crisis del capitalismo y la falta de alternativas de izquierda, han depositado sus esperanzas en este tipo de proyectos. Y esta tendencia sigue. Se basa en movilizar los instintos más destructivos de la gente. Con todo, la extrema derecha ha sufrido enormes derrotas. Lo vimos primero con [Donald] Trump y los veremos con Bolsonaro. Al mismo tiempo, tenemos que movilizarnos y organizarnos, porque sabemos que, en última instancia, la extrema derecha es un producto de la continua existencia del capitalismo.
Es indudable que en las elecciones que se van a celebrar a finales de este año hay presiones para apoyar a un candidato “menos malo” contra Bolsonaro, en particular al candidato del Partido de los Trabajadores y expresidente Luiz Inacio “Lula” da Silva. ¿Puede decirnos cómo se perfilan las elecciones y cuál es la postura de MES/PSOL respecto a qué candidato apoyar?
Millones de personas en Brasil tienen puestas sus esperanza en la derrota de Bolsonaro. La prioridad es derrotarlo. En ese caso, tiene sentido apoyar a un mal menor, porque un segundo mandato de Bolsonaro supondría que aumenta aún más la violencia política. El gobierno ha utilizado el aparato estatal para promover la violencia, para restringir aún más las libertades de la izquierda, de la clase trabajadora y de los medios de comunicación, y ha fomentado el odio hacia la prensa mientras promueve la desinformación y las noticias. La continuidad de Bolsonaro supone tal amenaza a las libertades democráticas que es vital derrotarlo en las elecciones, teniendo en cuenta que aunque las movilizaciones en la calle le han impedido consolidar su proyecto no han logrado derribar su gobierno.
Aunque una parte de la clase capitalista brasileña sigue impulsando maneras de explotar aún más a la clase trabajadora, se opone a la estrategia de Bolsonaro de un régimen contrarrevolucionario, de eliminar las libertades democráticas. La desastrosa gestión de la pandemia por parte de Bolsonaro ha ahondado esta división.
Por consiguiente, tiene sentido buscar un mal menor y reconocemos que Lula conserva un fuerte apoyo electoral, aunque el PT es mucho más débil de lo que era en la década de 1980 y mientras estuvo en el gobierno. En la época en que Lula estuvo en el gobierno la crisis del capitalismo no era tan profunda como ahora. El PT pudo llevar a cabo una política desarrollista y gestionar los intereses del capital (lo que le permitió acumular capital), y pudo tomar al mismo tiempo medidas sociales, sobre todo en forma de dádivas en metálico, para atender a algunas de las demandas de los sectores más pobres. En aquel momento el crecimiento del país estaba vinculado al auge del precio de las materias primas, al aumento de las exportaciones y al crecimiento de China; eran años de cierta estabilidad económica.
En parte se puede entender que se busque el mal menor por el hecho de que bajo el PT muchas personas tuvieron una experiencia mejor, mientras que bajo Bolsonaro la vida ha sido un trauma. Muchas personas tienen la esperanza de acabar con este trauma, con este desastre. Lula ha surgido como el candidato capaz de derrotar a Bolsonaro. Como es indudable que Lula llegará a la segunda vuelta de las elecciones (en Brasil hay una segunda vuelta de las elecciones si ningún candidato gana por más del 50%), nosotros como MES creemos que el PSOL debería presentar su propio candidato en la primera vuelta con un programa de transición compuesto de medidas capaces de atender los intereses más profundos de la clase trabajadora. Para lograr este objetivo habrá que atacar los intereses de los millonarios, de las grandes corporaciones multinacionales y de los grandes capitalistas brasileños con el fin de redistribuir realmente la riqueza, lo que significa medidas básicas, como aumentar los impuestos sobre los beneficios y los dividendos, y gravar las grandes fortunas.
Sabemos que la clase capitalista se opone firmemente a ello. No aceptará que el Estado invierta en políticas que contribuyan al desarrollo del país mediante la mejora de las condiciones de vida de las personas trabajadoras y la creación de un mercado interno en el que la riqueza se genere por medios que no se basen en la superexplotación de la clase trabajadora ni releguen al país a la dependencia de la exportación de materias primas al mercado mundial.
Hemos propuesto al diputado federal Glauber Braga como candidato del PSOL. Otra ala del PSOL cree que debemos apoyar a Lula en la primera vuelta. Por desgracia, son la mayoría. Tampoco creemos que exista la seguridad de que Bolsonaro pase a la segunda vuelta, precisamente porque su popularidad es muy baja. Si Bolsonaro llega a la segunda vuelta, entonces Lula contaría con todo nuestro apoyo para derrotarlo. Pero creemos que las elecciones son un momento oportuno para presentar el programa de nuestro partido y que un partido que no presenta su programa en una contienda electoral tendrá grandes dificultades para actuar. Creemos que debemos crear una alternativa anticapitalista en Brasil, capaz de movilizar a las personas jóvenes y a las trabajadoras, porque la lucha contra el capitalismo es una necesidad y la lucha contra la extrema derecha no acabará en las elecciones.
La alianza de Lula con Geraldo Alckmin, un político capitalista que gobernó el estado más grande, Sao Paulo, durante casi 20 años [y que ha sido propuesto como su compañero de fórmula vicepresidencial], demuestra que el proyecto del PT sigue siendo social-liberal. Así que, por supuesto, es correcto votar a Lula contra Bolsonaro, pero no presentar un candidato propio en la primera vuelta supondría una capitulación.
¿Qué impacto cree que pueden tener en las elecciones las recientes victorias progresistas en Chile y Perú? ¿Cómo ve la situación general de la izquierda en la zona?
La victoria de Gabriel Boric en Chile fue fundamental porque su oponente era el heredero de [el exdictador Augusto] Pinochet. En última instancia, la victoria de Boric se debió a las protestas y la rebelión de los últimos años en Chile. Al mismo tiempo y como reacción a esta rebelión, en Chile ha surgido una extrema derecha que estuvo apunto de ganar. No lo hizo porque en la segunda vuelta millones de personas vieron la necesidad de garantizar la derrota de la extrema derecha.
La victoria de Pedro Castillo en Perú fue también la expresión de un proceso más largo en el país. Era un profesor que apareció en la escena política en 2017 como líder de una huelga de profesores muy importante y su victoria fue una sorpresa. Su discurso era muy de izquierda, se oponía a las empresas mineras y a las multinacionales, y al programa depredador y extractivista que existe en Perú a beneficio de esas empresas y multinacionales.
Los procesos en Chile y Perú forman parte de una nueva ola de la izquierda en América Latina que busca alternativas al capitalismo, al neoliberalismo. Esta nueva ola tuvo su punto de partida en Bolivia. En aquel momento el golpe de Estado de 2019 contra el expresidente boliviano Evo Morales parecía ser un punto de inflexión clave para la extrema derecha y para la vuelta retorno del neoliberalismo. No obstante, el golpe acabó siendo derrotado y un líder del Movimiento al Socialismo fue elegido presidente tras un periodo de una resistencia muy intensa en las calles. Bolivia fue el principio de esta nueva ola, que ahora se enfrenta al reto de desarrollar un programa para la integración de América Latina en el que estas experiencias puedan alimentarse mutuamente y buscar una posible política económica común.
Si Lula gana en Brasil, el reto al que nos enfrentamos es asegurarnos de que no actúa como antes. Durante la anterior ola de izquierdas en América Latina el gobierno brasileño actuó como un bombero, ya que trataba de apagar los procesos de movilización en vez de llevar a cabo una verdadera integración latinoamericana. Buscó en estos países ventajas para el capital brasileño en vez de una política de integración en la que el Estado utilizara sus recursos para construir un mercado interno común latinoamericano y lograr una verdadera independencia.
Va a ser un reto porque da la impresión de que no se ha aprendido nada de esa experiencia anterior y, en cambio, vemos que se trata constantemente de negociar y colaborar con sectores de la clase capitalista que no tienen interés en la independencia regional.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.