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Cronopiando

Mis neuronas y yo

Fuentes: Rebelión

Un día, sentí tan apacibles mis neuronas, tan a la vista estaban, que me puse a contarlas y, peor que fueran cuatro, fue saber que para el mediodía todas salían de servicio. Tras incontables fracasos tratando inútilmente de que prolongaran sus saberes algunas horas más, opté por conformarme con disfrutar su compañía sin mayores exigencias, […]

Un día, sentí tan apacibles mis neuronas, tan a la vista estaban, que me puse a contarlas y, peor que fueran cuatro, fue saber que para el mediodía todas salían de servicio.

Tras incontables fracasos tratando inútilmente de que prolongaran sus saberes algunas horas más, opté por conformarme con disfrutar su compañía sin mayores exigencias, el tiempo que lo considerasen.

Desde entonces he programado mi rostro para que, después de las doce, no sólo siga pareciendo humano sino incluso pensante, y he logrado a tal punto superarme que, con frecuencia, la gente hasta me para por la calle y me pregunta que qué pienso, dando en suponer cavilaciones mis habituales devaneos por el limbo, o confundiendo mi natural somnolencia con el ejercicio de la meditación, pero al margen de algunos contratiempos y bostezos que han llegado a pasar por testimonios, hasta el mediodía mis neuronas vienen y van conmigo.

Hay una que ha llegado a ser hasta ingeniosa. La llamo Einstein por aquello de motivarla, pero es sorda.

Otra, la huérfana, se acomoda un naufragio en la primera fila y comienza a destilar nostalgias al gusto del incendio hasta que pone a llorar a las demás. Es la primera en apagarse y he decidido llamarla Aurora para que se anime, pero es masoquista.

La tercera sé que fue la cuarta antes de que la sexta muriera en brazos de la quinta que no soportó el peso, pero sé que quedan dos y, digamos que, una, la tercera, es tan tímida que hasta al nombre quiso renunciar. Se lleva muy bien con Aurora y es de temerse una lágrima urdida entre las dos. Siempre es la última en marcharse. La llamo La Abecedaria para que se consuele, pero es inconsolable.

Queda la cuarta, completamente loca, sin otro oficio que conspirar contra las otras, exigiendo la gloria en los infiernos y el cielo pasto de las llamas. La llamo La Cuarta, para que no se ofenda, pero vive enojada.

Y quedo yo, al gobierno de las cuatro. Me llamo Koldo, porque me dio la gana y… bueno, porque La Cuarta pretendía otro nombre, y Einstein, que también es vasca, no se puso de acuerdo con Aurora, que ya se había marchado, y La Abecedaria, como buena criolla… no quiso decir nada.

(Euskal presoak-Euskal herrira)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.