Hernando Calvo Ospina es un periodista y escritor colombiano que reside en Paris, colaborador permanente del mensual internacional Le Monde Diplomatique. Se conoce que fue estudiante de periodismo en Ecuador, donde fue detenido, torturado y encarcelado en 1985. Luego expulsado hacia Perú, cuyo gobierno lo declaró persona «non grata», y fue acogido por Francia. Pero […]
Hernando Calvo Ospina es un periodista y escritor colombiano que reside en Paris, colaborador permanente del mensual internacional Le Monde Diplomatique. Se conoce que fue estudiante de periodismo en Ecuador, donde fue detenido, torturado y encarcelado en 1985. Luego expulsado hacia Perú, cuyo gobierno lo declaró persona «non grata», y fue acogido por Francia. Pero casi nada se ha sabido de los motivos de su captura ni los detalles de lo vivido posteriormente.
Ahora Hernando acaba de publicar en España (Ediciones El Viejo Topo) el libro «Calla y Respira» (1), un relato literario de su secuestro, tortura y encarcelamiento en Quito. Una obra que le ha llevado veintiocho años escribir y que sale a la luz precisamente cuando la fiscalía ecuatoriana acepta que existió un grupo paramilitar, el SIC-10, que adelantó la guerra sucia del gobierno de Febres Cordero. Los crímenes que se le atribuyen están tipificados por las leyes internacionales como de «Lesa Humanidad», y no prescriben. Hernando lo sufrió en carne propia, y aquí nos lo cuenta por primera vez.
¿Cómo fue su detención-desaparición y qué ocurrió mientras estaba secuestrado?
Yo viví en Quito casi cinco años y estudié un año de sociología y dos de periodismo en la Universidad Central. Fui detenido en esa ciudad el martes 24 de septiembre de 1985, por tres hombres que se identificaron como miembros de Inteligencia Militar. Pocas horas después supe que había sido un operativo conjunto de militares colombianos y ecuatorianos. Estuve vendado, esposado de pies y manos, casi todo el tiempo tirado por el piso durante casi cuatro días.
Los interrogatorios y la tortura síquica eran constantes. No me dejaban dormir, y la comida que me dieron fue bien escasa, pero debo decir que no sufrí maltratos físicos.
El viernes me trasladaron a otro lugar que por detalles muy precisos identifiqué casi de inmediato como la sede del Servicio de Investigación Criminal, SIC, no lejos de la presidencia de la República. Fue ahí donde recibí terribles torturas. Por poco me quiebran la columna vertebral a golpes. Durante tres días me pusieron electricidad en la cabeza, en la lengua, y en las partes genitales. Sigo sin olvidar el olor de mi piel quemada, ni los estallidos de la cabeza, ni las risas de los torturadores.
¿Realizaba usted alguna actividad política por la que se le pudiera señalar como subversivo?
Nosotros, un grupo de colombianos, habíamos formado el Centro de Estudios Colombianos, CESCO. Nuestra labor era denunciar el terrorismo de Estado que se establecía en nuestro país. También difundíamos una revista llamada La Berraquera. Todo lo que hacíamos era público, pues hasta conferencias nos permitieron organizar en la Casa de la Cultura.
¿Esto se dio dentro de qué contexto político?
El gobierno del presidente León Febres Cordero necesitaba establecer una serie de medidas neoliberales, y sabía que esto traería la reacción y el rechazo popular. Entonces, pretextando la guerra a las nacientes guerrillas, reprimió, asesinó y torturó a obreros, profesores, estudiantes, campesinos, hombres y mujeres. Se dice que unas tres mil personas terminaron en la cárcel, y no creo que las guerrillas llegaran a tener 300 miembros. Se aplicó la guerra contra el «enemigo interno», esa que había dictado la doctrina de la Seguridad Nacional estadounidense en los años sesenta.
¿En qué momento se convirtieron los opositores colombianos en parte de ese «enemigo interno»?
Llegó la cacería de brujas contra colombianos cuando se comprobó la relación entre las guerrillas de «Alfaro Vive Carajo» de Ecuador y el «Movimiento 19 de Abril» (M-19) de Colombia, principalmente. Y esta caza se acentuó cuando estos grupos secuestraron al banquero Nahím Isaías. El presidente dio la orden de asaltar la casa donde lo tenían, y un comando español, enviado por el «socialista» Felipe González, dirigió el operativo. No dejaron vivo ni al banquero.
Si ya los del CESCO estábamos en la mira, con esto se multiplicó la búsqueda de sus miembros. Ahora, mentiría si digo que en el CESCO no había quienes tuvieran militancia con las guerrillas. Sí. Yo no la tenía y no me la pudieron comprobar ni bajo las torturas. Tres miembros del CESCO fuimos capturados. Uno fue deportado a Colombia, luego de torturarlo varios días; otro compañero y yo fuimos enviados al Penal García Moreno. Yo llevaba doce días de estar «desaparecidos».
En el libro usted dice que estando aún desaparecido reconoció a los torturadores.
Un lunes, hacia el medio día, me sacaron del SIC, me llevaron por la autopista Occidental, me cambiaron de auto, me retiraron las vendas, y me metieron de nuevo al SIC con mucha cordialidad. Yo continuaba en condición de «desaparecido», pues se seguía negando mi captura. Yo no podía creerlo: ahora el amable oficial Fausto Elías Flores Clerque se iba a encargar de la «investigación», ¡después de haber ayudado a torturarme! Al día siguiente, luego de que un ex torturador me tomara la indagatoria, me encontré frente a frente con los jefes torturadores. No sé cómo pude simular que no los conocía: Byron paredes Morales y Edgar Vaca Vinueza, quien no sólo era el jefe del grupo sino que también era experto en torturas. En esos pasillos del segundo piso del SIC también me crucé a Enrique Amado Ojeda, jefe del SIC-Pichincha, y a Mario Pazmiño, asesor presidencial y el enlace con los servicios de seguridad colombianos. Estos dos últimos asistieron a mis torturas.
¿Cómo los reconocí? Es que los torturadores no se dieron cuenta que yo los veía. Porque nunca me cambiaron las vendas que los militares me pusieron. Y éstas, con el sudor y el llanto, se fueron despegando. Y cuando tiraba un poco la cabeza hacia atrás veía todo.
¿Qué puede decirnos de la trayectoria que han seguido sus torturadores?
El gratificar a los «servicios» prestados permitió que todos ellos ascendieran hasta altos cargos en sus instituciones. Continúan gozando de total impunidad, aunque la Comisión de la Verdad, conformada por el presidente Correa, detalla sus crímenes en su contundente informe presentado en el 2010. Además, estos hombres hicieron parte del grupo paramilitar denominado SIC-10, encargado del trabajo «sucio». Tenemos que Paredes llegó a coronel (y narcotraficante); Flores ascendió a coronel y jefe antinarcóticos en una provincia; Ojeda fue general de la policía; Vaca, que fue jefe del SIC-10, llegó a Comandante general de la policía; y Pazmiño ascendió a director de Inteligencia del Ejército, hasta que el presidente Correa lo destituyó por ser el hombre de la CIA.
Pero, yo creo que esos policías y militares son tan responsables de mis torturas, y las de miles de otras personas, así como de los cientos de asesinatos que cometieron, como quienes los entrenaron para ello. Y esto no se ha tenido en cuenta. Ni la Comisión de la Verdad lo investigó ni lo expuso como creo se merece. Porque fueron los servicios de seguridad de Israel y de Estados Unidos, sin dejar a un lado a los de España, quienes convirtieron a esos potenciales enfermos mentales, en sanguinarios criminales.
NOTAS:
1 Hernando Calvo Ospina. Calla y Respira«, El Viejo Topo. Barcelona, junio 2013.
Entrevista publicada originalmente en El Telégrafo. Rebelión lo ha publicado con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes