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Aniversario de Diana

Mito y melodrama de una princesa

Fuentes: Rebelión

El sexto aniversario del fallecimiento de la Princesa Diana, ocurrido el 31 de agosto, acaba de conmemorarse con una peregrinación que siguió los pasos de su cortejo fúnebre. Los escogidos de los dioses mueren jóvenes. Diana Spencer, la mujer más bella, fotografiada, y elegante del mundo tuvo un final trágico que consolidó el mito que […]

El sexto aniversario del fallecimiento de la Princesa Diana, ocurrido el 31 de agosto, acaba de conmemorarse con una peregrinación que siguió los pasos de su cortejo fúnebre. Los escogidos de los dioses mueren jóvenes. Diana Spencer, la mujer más bella, fotografiada, y elegante del mundo tuvo un final trágico que consolidó el mito que creara en vida.

La fábula de Cenicienta ha demostrado ser de una inmensa popularidad en todos los tiempos, aunque Diana no era exactamente una pobre fregona antes de su matrimonio. Encarnó el sueño oculto de muchos: salir de un mediocre anonimato y alcanzar la cima, como Eva Perón, y Marylin Monroe. Es el material de que están hechas las telenovelas: el perfecto melodrama. De esa textura están construidas las leyendas de nuestra época. Y tuvo el colofón que reclamaba la quimera: una muerte temprana, siniestra y envuelta en el misterio. Las acusaciones de un asesinato perfecto, cometido por los servicios secretos británicos, se han acumulado en estos años, sin una respuesta clara hasta ahora.

Diana no ocultó al público ningún aspecto de su tormentosa vida privada. En entrevistas hizo un descarnado análisis de sus problemas personales con su marido. Como si estuviese en el diván de un siquiatra habló públicamente de su bulimia, de sus intentos suicidas, de la traición matrimonial de su marido y de la infidelidad en que ella había incurrido. No hubo reservas para un público que aprecia este acontecer como si fuesen un folletín por entregas.

La familia real inglesa siempre ha vivido en una perpetua parranda y sus juergas fueron ocultadas en los arcanos oficiales. Isabel Tudor, pese a ser llamada la Reina Virgen, gozó de una insaciable voracidad sexual. Su padre Enrique VIII Tudor fue notorio por sus seis mujeres y murió de una espantosa sífilis resultado de su incansable promiscuidad.

El trono inglés tuvo a libertinos como Carlos II Estuardo, quien se enamoró de una pelandusca vendedora de naranjas, Nell Gwynn; sufrió a irresponsables calaveras como Jorge IV, cuya esposa, Carolina de Brunswick, le fue notoriamente infiel. Una tonta ama de casa, como la reina Victoria, a la que apenas interesaba la corona y tenía que ser presionada por sus ministros para que cumpliese con sus deberes de Estado, fue considerada el símbolo sagrado de la respetabilidad y de la sacrosanta paz de los hogares. No obstante, vivió una relación carnal con su jardinero, John Brown, después de la muerte de su esposo el Príncipe Alberto. Monarcas hedonistas, como su hijo Eduardo VII, se preocuparon solamente por el sexo, el vino y la buena mesa. Sus orgías fueron tema de extendidos rumores.

Eran tiempos en que un rey aún podía ser remoto y mágico, pero en nuestra época de internet, televisión y prensa amarilla, el gran público conoce cada vicio y cada debilidad de las figuras populares. Diana Spencer y Carlos Windsor no pudieron escapar al escrutinio público en este tiempo de revistas del corazón, donde los notables están todo el tiempo en un escenario iluminado.

La ola de fervor popular que siguió a Diana fue una fabricación de la prensa, de los tabloides populistas y de las revistas sentimentales que editan millones de ejemplares, utilizando temas de fácil consumo emotivo: la actual cultura de masas. Diana constituyó un vehículo de evasión para todo aquel que lleve una existencia insatisfactoria. Esa mujer ideal, inaccesible, paradigmática –un pozo donde las muchedumbres ahogaban sus desalientos–, era capaz de sentir compasión por la desgracia ajena. Besaba a leprosos y acariciaba a sidosos; distribuía ternura al por mayor.

Otro elemento, importante en todo melodrama, es la existencia del villano, de un elemento pérfido que se opone al camino de la bondad, en este caso fue su ex-marido, Carlos Windsor el antiprotagonista. La arpía clandestina, la bruja malévola, es la madre de Carlos, la reina Isabel II que la hostigó inhumanamente.

El melodrama ha sido definido como una obra dramática donde predomina la emoción. Otros lo han definido como una pieza sobre las vicisitudes de los virtuosos por causa de los malvados, que siempre termina con la virtud triunfante. El elemento principal del folletín es la progresión de un héroe que avanza hacia un futuro promisorio triunfando sobre dificultades numerosas. En la receta no deben faltar amores imposibles, rivalidad antagónica, enfrentamientos sociales, lucha contra prejuicios, emulación, desafío. Diana contuvo todos estos elementos, fue un sueño imposible: belleza, estilo, ternura y excepcionalidad; esa fue la fórmula de su mito y es la causa de su actual resurrección.

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