Dos jóvenes brasileñas han muerto de anorexia en un plazo de tres días – entre el 14 y el 17 de noviembre. Casi todos sus órganos dejaron de funcionar, produciendo la muerte por colapso circulatorio. Carla Sobado Casalle, de veintiún años y 1,74m de estatura, pesaba 55 kilos cuando murió: Ana Carolina Reston, también de […]
Dos jóvenes brasileñas han muerto de anorexia en un plazo de tres días – entre el 14 y el 17 de noviembre. Casi todos sus órganos dejaron de funcionar, produciendo la muerte por colapso circulatorio. Carla Sobado Casalle, de veintiún años y 1,74m de estatura, pesaba 55 kilos cuando murió: Ana Carolina Reston, también de veintiún años, marcó exactamente 40 kilos en la báscula. Ambas intentaban ajustar su figura al patrón de mujer esbelta y grácil que exige el mundo de la moda. Querían unirse a las otras estrellas de origen brasileño del firmamento de la moda, como Giselle Bündchen o Adriana Lima, y ganar así rápidamente grandes sumas de dinero en Mailand, Paris o Nueva York.
Pocas semanas antes de estas trágicas muertes la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) publicó su informe sobre la inseguridad alimentaria en el mundo: la cifra de hambrientos ha vuelto a aumentar. Cada año treinta millones de personas mueren de hambre, seis millones de ellos son niños. Estas muertes son igual de evitables que las muertes de las dos modelos, por eso el sociólogo suizo Jean Ziegler habla de un asesinato de millones. Incluso en el país más rico del mundo, EE.UU., hay doce millones de personas que pasan hambre.
A la vista de los destinos individuales que se esconden tras los números, la muerte de ambas maniquís podría despacharse como asunto marginal, si no anduviera de por medio la trágica paradoja de la relación con la naturaleza -esta vez, la naturaleza interior-, con el cuerpo y con la salud de éste. Millones de personas mueren de hambre porque los alimentos que hay en el mundo no son bien repartidos, al igual que ocurre con los salarios, con los bienes o con los medios de producción. Por eso nos encontramos con personas con sobrepeso, que con frecuencia proceden de la misma clase y estrato social que los hambrientos. Según los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) casi dos tercios de la población estadounidense es obesa. Cuando nos fijamos en cuántos americanos están desnutridos y mal alimentados encontramos que tres cuartas partes de la población encaja en este perfil. Uno apenas debería sorprenderse de que falte una conciencia de los daños a la naturaleza exterior -como ocurre con las altas emisiones de gases de efecto invernadero- cuando la naturaleza interior, la salud, está arruinada debido a una alimentación cuantitativa y cualitativamente pobre, y sin que esto llame mucho la atención. Después de todo el expansivo complejo médico-industrial se beneficia de esta situación.
Las dos modelos trágicamente muertas debieron ser ‘gorditas’ (gordinhas) cuando eran más jóvenes. Después vino su deseo de hacer carrera como modelos y la correspondiente pérdida de peso. Al fin la anorexia provocó el colapso de sus órganos. Los médicos brasileños diagnostican que en su país hasta un cuatro por ciento de las jóvenes sufren esta enfermedad. Entre las modelos el porcentaje es el doble. El éxito profesional requiere víctimas, como mínimo el vomito de los alimentos ingeridos (bulimia) para evitar engordar. Esto no tiene porque acabar con la muerte -pero siempre quedan los daños al espíritu y al cuerpo.
Por ese motivo la industria española de moda elaboró un índice de masa corporal (Body Mass Index) a partir de la relación entre la estatura y el peso. Cuando el índice de una modelo está por debajo del umbral mínimo se impide que la modelo suba a la pasarela. ¡Pero que perversiones se esconden detrás de esto! Algunas personas tienen que ser obligadas a alimentarse, mientras millones necesitan comer algo para sobrevivir pero no pueden porque no se lo pueden permitir. La muerte de las dos modelos también puede, por lo tanto, ser interpretada como un comentario obsceno al Programa Hambre Cero (zero fome) del presidente Lula. Unos quieren silenciar los ruidos de sus estómagos pero no pueden, mientras otros soportan los ruidos de sus estómagos y fuerzan el vomito de los alimentos ingeridos. Esta situación también muestra, al fin y al cabo, qué complicada puede ser la actividad política incluso cuando tiene un objetivo tan simple, tan comprensible para cualquiera: zero fome. Pues no faltan quienes se sirven del hambre como medio para mercantilizar la figura.
Hace sesenta años el médico brasileño Josué de Castro publicó la Geografía del Hambre, una obra que marcó época aunque no dijo nada de la globalización del cuerpo -la transformación mediante un hambre mortal de la gordinha brasileña en una modelo de belleza esquelética. Pero la tragedia de las dos modelos, que en comparación a los millones de hambrientos no tiene casi importancia, muestra que hoy en día este tema no puede faltar en una geografía del hambre. Pues lo que ocurrió con Carla Sobrado Casalle y Ana Carolina Reston es un pérfido asesinato.
Elmar Altvater es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Su último libro traducido al castellano: E. Altvater y B. Mahnkopf, Las Limitaciones de la globalización. Economía, ecología y política de la globalización, Siglo XXI editores, México, D.F., 2002.
Traducción para www.sinpermiso.info: Sebastián Porrúa
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